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Hermógenes Rebolleda, 81 años y residente en Ciudad de Guatemala: "Soy el último vasco de Guatemala"

29/09/2010

Hermógenes Rebolleda (foto José Elías-Deia)
Hermógenes Rebolleda (foto José Elías-Deia)

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A Hermógenes Rebolleda la guerra civil y el exilio le borraron del alma toda su infancia en Euskadi. Este barakaldés tuvo que dejar su hogar con sólo siete años huyendo de las bombas de Franco. Hoy, a sus 81 años, repasa durante unos momentos su periplo hasta llegar a Guatemala, ciudad que contó desde 1956 hasta mediados de los años 90 con su propio centro vasco. José Elías-Táran charla con él en la capital guatemalteca en una entrevista que publicaba este fin de semana el diario Deia.

José Elías-Táran, Ciudad de Guatemala. Hermógenes Rebolleda (Barakaldo, 1929) camina con parsimonia mientras disfruta, con sabiduría, de las pequeñas cosas de la vida: un paseo por las calles de su exclusivo barrio de la Ciudad de Guatemala, un helado a media tarde, una copa de vino en las comidas y, de vez en cuando, una partida de mus. "Soy el último vasco de la diáspora en Guatemala", afirma, extremo que atribuye a que la guerra y el exilio le pillaron muy niño. "Tenía siete años y era muy enfermo. Lo que sé de esa etapa son más bien los testimonios de espanto e impotencia que, posteriormente, escuché a mi hermano Isaías, que con tan sólo 12 años asumió la responsabilidad de salvar su vida y la mía".

"Fue mi hermano quien me contó que en mayo de 1937 salimos de Santurtzi rumbo a Francia, a bordo de un barco llamado Habana", dice con la mirada perdida. Añade que muchos de esos niños, cerca de 4.000, fueron adoptados por familias francesas y españolas, circunstancia que para los Rebolleda se tornó imposible "porque a los enfermos nadie los quiere", en alusión a su precaria salud. A sus 81 años, Hermógenes sólo conserva imágenes borrosas de las peripecias de estos niños en París y Dinamarca.

"Acabada la guerra, un retorno a Euskadi era impensable. Para mi padre, Isaías Rebolleda, que fue un dirigente connotado de la CNT en Altos Hornos de Vizcaya --ya antes de la proclamación de la República se había tenido que refugiar cinco veces en Francia para evitar la cárcel--, volver a la España franquista hubiera significado ser fusilado sin mayores trámites".

"Yo pude volver, aunque tuve que esperar varios años", comenta. La voz se le quiebra al recordar el primer reencuentro familiar en Euskadi. "Fue en 1960 cuando me reencontré en Sestao con mis primos y mi abuela. La intensidad del momento es imposible de contar", narra con los ojos llenos de lágrimas, las que, según cuenta, derramó en abundancia "nada más llegar a Bilbao".

"Guatemala fue mi destino"

Superviviente de dos guerras, la Civil española y la Mundial, a Rebolleda le entró temor porque las tensiones crecientes entre Estados Unidos y la Unión Soviética condujeran a una nueva. Preocupado por proteger a su familia, puso la mirada en América Latina. Su meta era México, donde su hijo mayor se había abierto el camino, al principio como jugador de fútbol, aunque una pierna rota terminó con esa carrera en la primera temporada.

Pero, para esas fechas, México había ya cerrado su cupo para recibir a exiliados republicanos, por lo que la vecina Guatemala se convirtió en la alternativa inmediata. La familia aprovechó que la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU) ofrecía viajes gratuitos a los exiliados españoles y cruzó el Atlántico. "A Guatemala llegamos unos ciento veinte republicanos", recuerda Hermógenes. "De estos", puntualiza, "los vascos no llegábamos a veinte".

En la Guatemala de la época, el ambiente político con la Revolución de 1944 --abortada diez años más tarde por una invasión patrocinada por la CIA estadounidense--, era envidiable. Isaías, laminador de profesión, oficio inexistente en la Guatemala provincial de la época, triunfó inmediatamente como cocinero. Y fue precisamente en uno de sus restaurantes, El Savarín, donde en 1956 se fundó el Centro Vasco, que desapareció a mediados de la década de 1990, "porque todos los vascos han ido muriendo y nuestros hijos y nietos ya son guatemaltecos", dice Hermógenes, quien es padre de tres hijos que le han dado cinco nietos, "los ocho, guatemaltecos", enfatiza para subrayar lo que considera una ruptura de los vasco-guatemaltecos con relación a la patria de sus ancestros.

"Es por ello que suelo decir que soy el último vasco de Guatemala. Hay más. Tampoco muchos más. Pero los que quedan llegaron años después, y no necesariamente como refugiados de guerra. Ahora los jóvenes ya no vienen".

(publicado el 18-09-2010 en Deia)



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