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Selma Huxley, una investigadora y aventurera a reivindicar (Naiz-en)

2024/04/21

Sumergirse en la biografía de Selma Huxley es como hacerlo en una novela de aventuras: hay balleneros hundidos, legajos criando polvo, familias que surcan el océano, amor, luchas y, sobre ello, destaca la figura de una mujer indomable, a la que debemos la recuperación de nuestro pasado marítimo.

Lotura: Naiz

Amaia Ereñaga. La vida, la mayoría de las veces, suele ser resultado de encuentros casuales. Llegas a un cruce y aflora una nueva bifurcación que te lleva a lugares más interesantes. Pocos días después de que, en una entrevista a raíz de su libro ‘Euskal Herria. La mirada extranjera’ (Txalaparta), el historiador Fernando Pérez de Laborda destacase el papel de la historiadora británico-canadiense Selma Huxley (Londres, 1927-Chichester, 2020) como «una de las mujeres más importantes para nuestra historia», desde la fachada del Itsasmuseum de Bilbo me encontraba con esa misma Selma mirando al horizonte: cabello al viento y al timón de un velero. En la fotografía, incluida en este reportaje, se percibe espíritu de aventura, ansias de libertad y mucha decisión.

‘Selma Huxley: Descubriendo a los vascos en Terra Nova, siglo XVI’ es el título de la exposición inaugurada en noviembre pasado en el Itsasmuseum bilbaino con motivo de su 20º aniversario, y que, ante el éxito de público, se ha prolongado hasta septiembre. Pero, ¿quién es esta timonel de mirada resuelta? Datos biográficos: historiadora y geógrafa nacida en Londres el 8 de marzo de 1927, falleció en Chichester, Inglaterra, el 3 de mayo de 2020. «Fue una científica pionera y una historiadora de relieve internacional -dice el museo en su página web-. Su trabajo, de gran relevancia para la historia marítima de Euskadi y Canadá, se centró en las poco conocidas expediciones vascas a Terra Nova, la actual costa atlántica de Canadá, durante los siglos XVI y XVII».

Es decir, que esta mujer de mirada resuelta supo seguir rutas hasta entonces inexploradas. Dice el historiador Iñaki Zumalde (‘La epopeya de los balleneros vascos’) que, «cuando en lo sucesivo se trate de la historia de los balleneros vascos en Canadá, será obligado decir: antes y después de lo aportado por Selma Huxley». Fueron descubrimientos muy importantes para la historia de Canadá; deslumbrantes para un pueblo pequeño como el nuestro. Y el trabajo de una vida para esta investigadora, aunque por el camino tuviera que superar olas tan altas como arrastrar en su viaje a la otra parte del mundo a sus cuatro hijos o toparse contra la invisibilización de su trabajo. Fue mujer e investigadora independiente, sin títulos universitarios, y no se lo pusieron fácil.

Su vida novelesca, sus viajes a través de los mares y sus descubrimientos dibujan un retrato de una vida y un trabajo fascinantes. Selma Huxley era valiente, no dudó en tomar nuevas bifurcaciones y es una mujer a reivindicar en unos tiempos en los que tan necesitadas estamos de referentes.

DE OÑATI, AL LONDRES EN GUERRA

Archivo Histórico Provincial de Oñati, un día soleado de marzo pasado. Google Maps nos ha enviado una y otra vez, terco de él, a la Universidad del Espíritu Santo. El actual archivo está situado a pocos metros del edificio renacentista. No se hace difícil imaginar la expresión de Huxley cuando, en 1973, al entrar en la Universidad, se encontró con el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa: tres salas repletas de legajos, con unos 12.000 tomos de documentación que abarcaban desde el año 1500 a 1900. Ya había sido avisada por el cura y archivero Jose María Agirrebalzategi, cuando, en verano de aquel año, la historiadora se plantó en Oñati con unas amigas que la habían acercado en coche desde Gasteiz: sí que había documentos, pero estaban cubiertos de polvo y sin clasificación alguna. Había tanto por analizar y tan malas comunicaciones que decidió instalarse en Oñati. Vivió en la localidad guipuzcoana cerca de veinte años.

Tenemos una cita en el Archivo con Michael Barkham, doctor en Geografía por Cambridge e hijo de Selma Huxley, también comisario de la exposición que se le dedica en Itsasmuseum. Nos abre las puertas Ramón Martín Suquía, responsable del archivo. La sala de investigación del edificio está dedicada a esta investigadora. ¿Qué aportó Huxley a nuestra cultura? «Nos hace volver a mirar al mar como la clave que explica Euskadi -responde Martín, quien no oculta su admiración-. Porque Euskal Herria se explica por el mar: es por donde viene todo, lo bueno y lo malo. El mar era la autopista de la época. En el siglo XX hay una especie de glorificación del mundo del caserío, pero Selma nos dice: Mirad al mar, mirad a las relaciones exteriores y mirad cómo habéis sido un pueblo que habéis estado viajando por el mundo, navegando permanentemente».

Michael Barkham anda estos días metido entre cajas, descubriendo diarios y cartas. La amplia correspondencia epistolar mantenida por esta mujer daría para un libro; curiosamente, no hay una biografía como tal publicada para el gran público en la que se recoja su vida, sí artículos científicos y periodísticos, también una amplia entrada en Wikipedia, pero pocas entrevistas. Una de ellas es la que le realizó Henrike Knörr en 2001 en la revista ‘Landazuri’, donde cuenta que «yo nací en Inglaterra, pero tengo doble nacionalidad, británica y canadiense. De hecho, debo de haber nacido con una doble personalidad, pues, por lo que puedo acordarme, siempre he tenido un pie en una parte del Atlántico, en Europa, y otro en América».

«Venía de una familia de intelectuales de mente abierta», recuerda Barkham. Su padre era Michael Huxley, diplomático y fundador-editor de la revista ‘Geographical Magazine’, primo del escritor Aldous Huxley (‘Un mundo feliz’) y nieto de Thomas Henry Huxley, conocido como el ‘Bulldog de Darwin’. Por parte de madre, Ottilie de Lotbinière Mills, era nieta del político Henri-Gustave Joly de Lotbinière, ministro de Canadá y primer ministro de Quebec. «La casa siempre estaba llena de gente interesante, lo que influyó en los niños. Creció hasta los 13 años en este mundo, todavía del Imperio británico, hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial».

Con su padre destinado en la embajada británica en Estados Unidos, Selma pasó la mayor parte de la contienda en tierras norteamericanas, hasta que, en 1944, cuando tenía 17 años, volvió a Inglaterra sola en un convoy. Quería ayudar: estudió Enfermería en Londres, donde fue testigo de las últimas bombas que cayeron sobre la capital. «Ya iba a reuniones socialistas», completa el relato Michael. Al finalizar la contienda, se buscó un trabajo con el que llegar a París, donde comenzó a estudiar ruso, y coincidió allí con la celebración de los juicios de Nuremberg. «Tan joven y ya esta mujer había visto todo lo bueno y todo lo malo de este mundo. Así era Selma al cumplir 20 años».

Casarse era casi la única opción para una muchacha en la época. Selma se encontró comprometida con un joven diplomático que había sido aviador en la guerra, un joven de buena familia que había sido destinado a Nigeria. Era 1950, tenía 23 años y a ella no le apetecía, pero nada. «Se escapó -resume Michael-. Ella siempre contaba que: ‘Cuando le vi empaquetar en los baúles la cubertería de plata de la familia, dije ‘no’». Cogió, como se suele decir, las de Villadiego; en su caso, visitar a unos parientes en Canadá. Para entonces sabía ruso y francés; tenía una gran facilidad para los idiomas.

Era una mujer autodidacta. «¡Pero, como tantas! -no puede evitar exclamar su hijo-. Ella era una persona inteligente que sabía formarse y que podría haber vivido como una señorita, pero se fue a Montreal a buscar trabajo». Gracias a su conocimiento del ruso, entró como bibliotecaria en el Instituto Ártico de la Universidad de MacGill.

Año 1953, se cruza en su camino un estudiante de postgrado, el arquitecto inglés Brian Barkham. Es uno de esos momentos cruciales que te cambia la vida. Tres años antes, Brian y su compañero de universidad John Stoddart habían partido de Inglaterra en moto con la idea de estudiar la arquitectura rural de Andalucía, pero tuvieron un accidente y terminaron en Alegia, en Gipuzkoa, donde fueron acogidos por el sacerdote Pío Montoya; un abertzale e intelectual que había trabajado con aita Barandiaran durante el exilio. Otro momento clave. Los dos jóvenes ingleses volvieron los dos años siguientes, y Brian se enamoró de los vascos, hasta el extremo de que su tesina la centró en nuestros caseríos.

Pocos meses después de su primer encuentro estaban casados, al cabo de un año nacía su hijo Thomas y construyeron su casa sobre un saliente rocoso cerca de la capital, Ottawa -«hemos comprado un terreno aquí que me recuerda al Txindoki», escribió Brian a una amiga vasca-. Poco tiempo después, en 1956, Selma conoció Euskal Herria. Habían decidido visitar a sus respectivas familias y viajaron a Inglaterra, donde aprovecharon para dejar unos días al pequeño con los abuelos. «Cuando cruzamos la frontera en Hendaia, nos desagradó ver tantos guardias armados en la parte española. Había guardias civiles por todas partes, lo mismo si estábamos en los montes de Arantzazu, como junto a los muelles de Getaria, y Brian se las ingenió para fotografiar al guardia paseando con su fusil entre las mujeres que remendaban redes en silencio», relataba Selma en la entrevista con Henrike Knörr.

En aquel primer viaje, Pío Montoya ya les debió de hablar de la PYSBE y de la larga relación de los vascos con Canadá. «Vuelven a Canadá, siguen con su vida, tienen tres hijos más y mi madre está metida en mil historias», añade su hijo. Pero llega 1964, el año del desastre: Brian es ingresado de urgencia y, pocas semanas después, fallece de cáncer de pulmón. Selma, con 37 años, se queda viuda con cuatro niños menores de diez años.

DEL LUTO A MÉXICO

Hacía mucho frío aquel marzo de 1964. La joven viuda Selma Barkham -como ha sido habitual en el mundo anglosajón, tomó el apellido del marido- tenía que ponerse a trabajar. Fue contratada entonces como historiadora por los Sitios Históricos Nacionales de Canadá y así participó en la reconstrucción de Louisbourg, la fortaleza y puerto francés del siglo XVIII situada en la costa atlántica del país, hoy en día convertida en un centro de turismo cultural. En la documentación que manejaba se encontró con que, entre los habitantes de aquella colonia, había normandos, bretones... y vascos. «Le llamaron la atención porque, junto a su marido, tenía interés por el País Vasco; un interés sano y emotivo. Y, luego, le surge ya el interés intelectual», explica su hijo.

Y es que entonces, aunque se sabía de la presencia vasca en Terra Nova, seguía siendo uno de los capítulos menos conocidos de nuestra historia. Selma decidió crear su propio proyecto de investigación: había que consultar la documentación de los archivos europeos. «Habló con Jack Richardson [su exjefe y un gran amigo que la apoyó siempre], porque estaba harta de los inviernos de Canadá, había muerto su marido... Y era un reto intelectual, porque era una página desconocida de la historia de Canadá», relata Michael.

Pero tenía que aprender castellano. ¿Qué pensó? Vamos a México, que es más barato, y paso luego el charco. Dicho y hecho. Monta a los dos pequeños en el coche y, tras una semana de viaje, llegan de milagro a México. Durante tres años, la familia al completo vivió en Guadalajara, mientras la madre daba clases de inglés en el Instituto Anglo-Mexicano y aprendía el idioma. Pero el objetivo eran los vascos y el luto seguía ahí. «Cuando pienso en la muerte de Brian hace ocho años, me siento tonta por seguir viva. Pero supongo que todos hacemos algo que aportar a la vida. Desde luego, Brian aportó», escribió en su diario en 1972.

Solicitó una beca al Canada Council con la que iniciar sus investigaciones en Europa, empaquetaron sus pertenencias en seis baúles y embarcaron en Veracruz en un buque rumbo a Bilbo. «Al llegar a Santurce, al día siguiente todos nos queríamos volver -recuerda Michael-. La ría era de color café con leche, en los microbuses azules todo el mundo fumaba y escupía...». Era el Bilbo industrial, gris y contaminado de los 70, y la familia se hospedaba en una pensión en la calle Correo.

Además de la fealdad del lugar, les recibieron dos malas noticias: una, le habían denegado la beca; dos, la negativa del Archivo Municipal de Bilbo. «Me dio la impresión de que para el director, Manuel Basas, una historiadora extranjera que hablaba mal el castellano no era muy bien recibida allí y me sugirió cortesmente que comenzara en Burgos, donde él había iniciado su propio importante trabajo», relataba Selma a Knörr en aquella entrevista. Basas también le recomendó que aprendiera a leer la difícil escritura española del siglo XVI. Lo hizo: la Selma inasequible al desaliento se puso a dar clases de inglés para sobrevivir, mientras estudiaba paleografía en la Universidad de Deusto. Por cierto, aquí también recuperó su apellido; a partir de entonces ya sería Selma Huxley.

COMO LA TUMBA DE TUTANKAMÓN

 La situación económica era dura. Por fin, un mecenas anónimo, a través de Jack Richardson, le envió 1.000 dólares. Pero, ¿por qué ir a Burgos? En el XVI, Burgos era el gran centro mercantil de la lana de Europa, epicentro de un sistema de seguros marítimos que se extendió a mercaderes y barcos de otros países. En el Archivo de la Diputación hizo su primer gran descubrimiento. «¡No sabes lo contento y satisfecho que estoy de saber que te ha tocado la lotería en los archivos de Burgos! Es lo que pensabas y que tanto te ha costado conseguir. Eres la primera persona en establecer realmente que tanta documentación (relativa a Canadá) existe y en hacer posible una historia realmente fáctica de los vascos en el golfo de San Lorenzo. ¡Debes sentirte como Howard Carter y Lord Carnavon en la puerta de la tumba de Tutankamón!», escribió Richardson.

«Me emociona la amabilidad de la gente», exclama de pronto Michael Barkham. Se refiere a Floriano Ballesteros, el archivero de Burgos que facilitó su trabajo a Selma y permitió que los cuatro chavales acompañaran a su madre mientras ella trabajaba durante sus posteriores visitas. Cuando ella murió, Ballesteros escribió un ‘In memoriam’ en el que recordaba que ella «traía un entusiasmo a raudales (envuelto en una actitud entre idealista y romántica, a la vez que realista). Pero le faltaba algo tan necesario como el soporte económico. Pese a ello, a la falta de ayuda institucional, acometió la empresa, el proyecto de su vida, a su propio riesgo y ventura».

Tras obtener, por fin, un contrato a tiempo parcial con los Archivos Públicos de Canadá, la investigadora arribó en 1973 a Oñati. Instalada ya, investigó también incansablemente en otros archivos, en Valladolid, en Tolosa... Sola, metida entre legajos, inasequible al desaliento. «En estos lugares solo encontrabas a curas», decía.

En un lateral de la plaza de Oñati se encuentra la casa donde vivieron. El pueblo, en aquellos años 70 del final del franquismo, seguramente se sorprendería ante la llegada de aquellos extranjeros. Su hijo tiene muy buenos recuerdos. «Aquí íbamos al cine, aquí Selma protestó para que no echaran el convento...», nos va relatando. «Ella era una mujer valiente que se enfrentó a situaciones que a muchos nos hubiesen desanimado. En Burgos se encontró con algo, pero aquí tenía cien veces más», añade Ramón Martín. ¿Qué encontró? Los protocolos notariales, que son escrituras pasadas ante notario, como testamentos, cartas de poder, pleitos, control de tripulantes, listas de aparejos y víveres... «El revisar un siglo de ocho localidades del norte de Gipuzkoa una a una, mirando año a año, recogiendo datos absolutamente mínimos en muchos casos y claves en otros, le permite reconstruir desde la alimentación hasta la construcción naval... Obtiene pequeños datos indirectos, como cuando cita una brújula o se dice que llevan botas de foca. Eso le permite tener una visión global. Ella completa lo histórico con lo sociológico y lo arqueológico, es alguien que tiene una visión absolutamente inhabitual aquí, capaz de percibir por encima de lo que es una mera recolección de datos. Ahora se ha puesto de moda decir que es una visión holística, pero lo que quiere decir es que tiene una visión global para entender los datos históricos como elementos claves con los que entender una sociedad», añade.

Analizando esta masa ingente de información, sacó a la luz muchos aspectos desconocidos de la actividad marítima vasca. «En particular destapó que en Terra Nova, durante el siglo XVI, los vascos habían tenido dos importantes pesquerías en zonas diferentes: una de bacalao, sobre todo en puertos del sureste de la isla de Terra Nova, y otra de ballenas, en unos doce puertos de lo que ellos llamaban la ‘Gran Baya’ o Gran Bahía de Terra Nova. Esta fue la primera pesquería de ballenas a escala industrial; más tarde, otros europeos aprenderían de los vascos a cazar ballenas. Aquella industria entró en declive a finales de siglo y los vascos continuaron con la pesca de bacalao (y algo de morsa y foca) junto con el comercio de pieles», escribe Michael Barkham en ‘Notitia Vasconiae. Diccionario de historiadores, juristas y pensadores de Vasconia’ (Fundación Iura Vasconiae, 2023).

GENTILEZA… O NO

Trabajando con mapas y cartas marinas de aquella época, fijó también los asentamientos en los mapas actuales: concluyó que la Gran Baya correspondía al actual Estrecho de Belle Isle, entre la isla de Terra Nova y Labrador; y que los antiguos puertos balleneros estaban en el litoral norte del Estrecho de Belle Isle; es decir, la costa sur de Labrador y parte de la costa de Quebec. También ubicó la mayoría de puertos balleneros y sus nombres modernos: Gradun se convertiría en Maddle Bay; Port Breton en Carrol Cove, y Buttes, el puerto más importante, en Red Bay. Entonces, pegó el salto al trabajo de campo. En 1977, con una beca de la Real Sociedad Geográfica Canadiense, organizó una expedición a la costa sur de Labrador, para intentar encontrar restos de las bases balleneras vascas. Y los encontró, también en Red Bay. Lo cierto es que, esos años, los descubrimientos se sucedieron con rapidez. Huxley había documentado el hundimiento de tres naos balleneras en dos puertos del sur de Labrador, entre ellos el de la nao San Juan de Pasaia, hundida en 1565 en Red Bay.

El año siguiente a la expedición de Huxley, en 1978, basándose en sus precisos datos, un equipo de arqueólogos subacuáticos de Parks Canadá, con Robert Grenier al frente, hicieron prospecciones tanto en Red Bay como en Chateau Bay y hallaron un pecio en cada puerto. El hallazgo de aquel ballenero en Red Bay, que quizás fuera el San Juan, en muy buenas condiciones de conservación, resultó un hito en el mundo de la arqueología... aunque el que se reconociera el papel jugado por Selma Huxley en esta gesta es harina de otro costal. Como buena inglesa, le indignaba la falta de cortesía.

Precisamente este año se cumplen diez años del inicio de la reconstrucción en Pasaia por la fundación Albaola de aquel ballenero que nunca regresó. En su página web se recuerda que «las pistas encontradas por Selma Huxley en los archivos de Oñati, Burgos y Valladolid desencadenan la búsqueda de la nao ballenera llamada San Juan». Sin embargo, el que en la exposición ‘San Juan, ¡un descubrimiento extraordinario!’, de Euskal Itsas Museoa de Donostia y Albaola (en los años 2018 y 2019), no hubiera referencia alguna a la descubridora de su historia, naufragio y ubicación en su día, incomodó a sus cercanos.

Más datos: en 1979, Red Bay fue declarado Sitio Histórico Nacional de Canadá; en 2013, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Por cierto, que la lista de reconocimientos y premios que recibió es apabullante. En 1980, fue la primera mujer en recibir la Medalla de Oro de la Real Sociedad Geográfica Canadiense; en 1981, el Gobierno de Canadá le otorgó la Orden de Canadá, su máximo galardón civil; en 1993, la Universidad Memorial de Terra Nova, un doctorado Honoris Causa; en 2014, el Gobierno de Gasteiz su más alta distinción para extranjeros, el Lagun Onari...

Año 2016: Selma aparece visiblemente emocionada en el homenaje que le tributa Oñati. En 1987, había vuelto a Inglaterra a cuidar de su madre enferma, pero su trabajo seguía pivotando alrededor de Euskal Herria. Por cierto, que Oñati concede la beca Selma Huxley a un trabajo de historia hecho desde el punto de vista del género. Poco más encontraremos sobre ella entre nosotros; ni una calle, ni una escultura, ni un premio. Es la historia de la invisibilización femenina.

Preguntamos a Martín Suquía: «No creo que haya un problema de competición en su caso: es un problema de país. Este es un país muy del trabajo mecánico, pero el intelectual no se ha reconocido y creo que ese es un problema general; en su caso, acentuado por no haber estado ligada directamente a la universidad. Hace 30-40 años eso era absolutamente demoledor. Somos un país que nunca le hemos dado importancia a la investigación. El trabajo de Selma es perfectamente comparable con cualquier investigación científica... es dedicar diez años a entender una realidad y, además, esa investigación ha generado cosas: tenemos una marca que se llama Ternua que, no por casualidad, se llama así: en su primer catálogo aparece una cita de Selma. Tenemos Albaola, un proyecto en el que se están invirtiendo millones de euros. Estamos hablando de que la investigación de una persona ha tenido un efecto económico y social; pero, en cambio, no se considera investigación, no se considera conocimiento».



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