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Entrevista con Maritxu Abaitua, socia fundadora de Euskal Etxea de Madrid e Insignia de Oro de la entidad

23/06/2010

Maritxu Abaitua.
Maritxu Abaitua.

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Maritxu Abaitua Churruca, socia fundadora de Euskal Etxea de Madrid, recibía el pasado 16 de junio la Insignia de Oro del centro vasco de la capital española de manos de Jon Zaballa, presidente de la institución, en un acto sencillo, a petición de la propia Maritxu, que se tornó emotivo, en el que, con chocolatada de por medio, los presentes recordaron la notable trayectoria de la homenajeada, su importante contribución cultural y sus aportes a la hora de dinamizar el funcionamiento de la entidad vasca de la capital española. Reproducimos el texto y entrevista de Julio Elejalde a Maritxu Abaitua publicados originalmente en la página web de la euskal etxea: Euskaletxea-Madrid.com.

Julio Elejalde/Madrid. La conocí a primeros de 2007, precisamente en la primera reunión de la Junta Directiva a la que yo asistía como nuevo miembro. Por lo que a continuación relato, aquel primer encuentro me impactó.

Entre otros asuntos, en la reunión se planteó la organización de uno de los tradicionales almuerzos que se preparan en nuestra sede para los socios. Creo recordar que se trataba de la celebración de Santa Águeda y de que asistirían unas 70 personas. Había que preparar la comida en nuestro Sukalde y servirlo en el comedor que para este tipo de eventos se habilita en la cuarta planta. Maritxu Abaitua llevó la voz cantante: propuso el menú, asumió la organización de la comida, nos dijo que ya se arreglaría ella para la compra de las viandas, también que coordinaría la preparación de los platos y la atención a los comensales. Me quedó claro que ella no sólo llevaría la batuta para que todo saliera bien, sino que, también, era la que correría con una parte importante de las tareas. Hasta aquí, aquello me pareció algo normal, y deduje que se atenía a un guión escrito hacía ya mucho tiempo, que se actualizaba cada vez que en Euskal Etxea se presentaba una ocasión de esta naturaleza. Mi conclusión lógica: Maritxu, como típica etxekoandre, tiene garbo, experiencia y buena mano para la cocina, por lo que se ocupa de lo de las comidas masivas.

Pero la sorpresa, para mí, surgió cuando, prácticamente a renglón seguido, se pasó a otro punto del orden del día: ahora se trataba de buscar alguna actividad para cubrir un hueco en la agenda de actividades para el mes. Como parecía que no había sugerencias, Maritxu, ante mi asombro y con sorprendente y deliciosa naturalidad, nos propuso como si tal cosa: «Si queréis, doy una conferencia». En un pispás dio los detalles y se aprobó la propuesta. La conferencia sería «Doña Toda de Pamplona.Toda una mujer». Quedó incluida en la agenda de actos sociales del mes siguiente.

Y yo atónito e intrigado. Tenía frente a mí a una veterana mujer que, con el mismo brío y entusiasmo, estaba dispuesta a enfundase el delantal para afrontar una dura tarea entre el menaje y los fogones del sukalde, así como, ante un concurrido auditorio, a subirse al estrado de nuestro salón de actos para darnos una erudita conferencia. Vi que, para los que ya la conocían, aquello les parecía normal. A mí, además de sorprendente, me pareció sumamente interesante. A la comida no pude asistir, pero, desde luego, la conferencia no me la perdí... afortunadamente.

Desde entonces y tras más de tres años en los que hemos coincidido en la Junta Directiva [la abandonó, por problemas de salud, hace unos meses], se ha avivado mi curiosidad por esta especial e interesante mujer. Aprovechando que el 16 de junio recibía la insignia de oro de Euskal Etxea por sus servicios a esta asociación desde su fundación, le propuse entrevistarla y publicar la entrevista para que todos podamos conocer más sobre ella. No se ha resistido; es obvio que es atrevida y sin complejos.

—¿No es así, Maritxu?

—Complejos ni uno; a mi edad... Mira, Julio, con los años he aprendido a quererme y a estar satisfecha de cómo soy; soy fervierte admiradora de mí misma.

—Comencemos por el principio. ¿Dónde naciste?

—Nací en Mutriku en 1924, de padre vizcaino y madre guipuzcoana, en la Casa-Torre de Galdona, junto a la Parroquia y frente al Ayuntamiento, en la habitación que señala con el dedo la estatua del vicealmirante Churruca que está en el centro de la plaza.

—Háblame de tu niñez.

—Crecí en una familia de cinco hermanos gobernada por mi ama y tutelada por el aitona Churruca. Mi aita, marino mercante, pasaba mucho tiempo fuera de casa y cuando regresaba le recibíamos con ilusión porque sabíamos que siempre traía regalos para todos. Fue una niñez feliz, pero no duró demasiado. Recién cumplidos los siete años murió mi abuelo y, al mes, le siguió mi madre. Estas muertes lo trastocaron todo; además, a mis hermanos mayores les había llegado la edad de salir del pueblo para comenzar la segunda enseñanza.

La interrumpo. —Perdona, ¿tienes alguna relación con el almirante Churruca que murió en la batalla de Trafalgar?

—Sí, tenemos parentesco.

—Sigamos con tu niñez.

—Con diez años, en 1935, llegué a Madrid, para estudiar en el colegio donde estaba estudiando mi hermana mayor. Al comienzo del verano del 36 volvimos a Mutriku de vacaciones, y a los 10 días estalló la guerra... No voy a aburrirte con los incontables acontecimientos de los tres duros años siguientes. Al acabar la guerra nos trasladamos a vivir a Bilbao para formar un nuevo hogar; aita se volvió a casar. Así que se acabó el cole de Madrid y los estudios iniciados; también dije agur a mi casa natal y a mi querido Mutriku.

—Entonces, tu juventud transcurrió en el «Botxo».

—Así es; fueron años difíciles los de la posguerra. Nos habían requisado la casa y encarcelado a mi padre. Tuvimos, en Bilbao, un comercio de ropa para niños, y a los 18 años, cuando acabé el colegio, me hice cargo del taller de confección, era la jefa; ése fue mi primer trabajo. Aprendí bien el oficio y con mis dieciocho añitos me consideraba ya una experta profesional.

—Aunque eran tiempos difíciles, ¿qué tal de amores?

—Realmente eran tiempos difíciles, pero yo estaba cargada de ilusiones y, casi sin darme cuenta, llegó el amor, que crees que durará hasta el final de tus días, y, a continuación, el matrimonio (a los 23)... y, tras trece años, se cuela, agazapado, el desamor. Esto fue muy duro; hubo que tomar una decisión y la tomé con determinación: dejar todo, abandonar, poner tierra por medio e iniciar una nueva vida.

—Tierra... y mar; porque te fuiste a Inglaterra, ¿no?

—Sí, a Londres.

—¿Y qué hiciste por allí?

—Pues hice lo que pude. Como les ocurre a los emigrantes que llegan a un país extraño, con necesidades de dinero y sin saber el idioma, como era mi caso, tuve que trabajar en lo que me ofrecieron: en un hospital de las afueras de Londres atendiendo a niños con discapacidades. Aunque me acompañó mi hermana, que sabía inglés, fue una época difícil; me harté a llorar, pero la aproveché para estudiar y aprender, ¡y muy bien! —enfatiza—, el inglés. Por cierto, en este aprendizaje me sirvió mucho saber euskera y tener la mente acostumbrada a dos idiomas; enseguida adelanté al resto de alumnos. Por lo demás, una sola visita a la familia durante los tres años que estuve alli y siempre mirando el escaso dinero. Aunque me gusta Inglaterra (de hecho, después he vuelto muchas veces de vacaciones a Londres), los ingleses no me caen muy bien; son muy individualistas y se comunican poco, mucho menos con una persona extranjera. Así que, en cuanto pude, regresé a España.

—Y tras Londres, Madrid.

—Así es. A finales de 1964 llegué a Madrid, y tuve suerte. A los pocos días de llegar ya estaba trabajando de intérprete para una importante empresa que tenía tratos con ingenieros ingleses, haciendo valer mi refinado inglés. Y así, durante muchos años, me gané la vida en Madrid: como intérprete... y traductora. —Recalca esto último.

—Y aparte del trabajo, ¿te gustaba la vida frívola de Madrid? ¿Has sido ligona?

—Ja, ja, ja. No, una ya estaba escarmentada de esas cosas; y conste que ocasiones no faltaron ¡había que quitarse a los moscones de encima!

—¿Qué ha representado para ti Madrid?

—Desde que entré en relación con los vascos de Madrid, a los tres o cuatro años de llegar, Madrid para mí ha sido Euskadi. —Lo dice con rotundidad. —Ten en cuenta que, desde entonces y más desde que tuvimos la sede actual, cinco días a la semana estaba con la gente de Euskal Etxea y el domingo nos veíamos en San Ignacio; es decir, en Madrid siempre me he movido en ambiente euskaldun. Aunque me caen bien los madrileños, yo prefería rodearme de vascos.

—Hablemos de la fundación de Euskal Etxea. ¿Qué recuerdas de aquella época?

—Lo viví con mucha intensidad y, sobre todo, con mucha ilusión; nos parecía un sueño cuando nos decían que íbamos a tener la sede actual. Había mucha gente joven. Yo, como casi todos los del grupo de fundadores, había pertenecido a la Hermandad de San Miguel de Aralar, asociación predecesora de Euskal Etxea, y luego estuvimos en la primera Euskal Etxea, en la calle Hileras. Ya estábamos organizados y teníamos mucha actividad: el primer orfeón, del que fui la iniciadora, hacíamos teatro, teníamos un grupo de dantza muy numeroso, etc. Recuerdo como muy emotiva la primera vez que salimos a cantar Santa Águeda en la  Plaza Mayor; nos abuchearon los de Fuerza Nueva, pero no impidieron que retumbara mi irrintzi, fue memorable. Hablando de irrintzis, parece que a los de Fuerza Nueva no les gustaban los míos porque, a raíz de una serie de actos que organizamos en el Colegio Mayor de Pío XII, en los que lancé unos cuantos, me dedicaron en la fachada una pintada que decía: «Maritxu Abaitua: irrintzilaria; la gran puta vasca». Imagínate eso a final de los setenta.

Pero con los preparativos de la nueva sede, la actual, andábamos todos locos y, como te decía, con mucha ilusión.

—En octubre de 1982 inaugurásteis esta magnífica sede que tenemos y se inició la nueva época de Euskal Etxea; fuiste presidenta.

—Desde el inicio he formado parte de la Junta Directiva, hasta que hace unos meses, por motivos de salud, lo dejé. Ha sido un tiempo muy intenso y muy satisfactorio, con hitos importantes, como fue la participación de nuestro orfeón en el estreno de El Caserío en el teatro Campos de Bilbao. Fuimos los primeros que representamos la obra en euskera; fue inolvidable. En 1996 me tocó ser presidenta y, en un ambiente en que predominaban los hombres, me preocupé de dar más protagonismo a las mujeres; actué como si fuera Bibiana Aido, ¡ja, ja, ja!

—Le habrás dedicado horas a Euskal Etxea.

—Durante muchos años, Euskal Etxea ha ocupado, prácticamente, todo mi tiempo libre. Salía de trabajar y aquí me tenías; todos los días.

—Maritxu, permíteme que volvamos a lo personal. ¿Vives sola?

—Sí, pero ¡ojo! no en soledad; me acompaña mi perrita. No sé lo que es la soledad. —Pone mucho énfasis al decir esto. —Mira, si algo saqué de bueno de mi ruptura matrimonial fue recuperar mi independencia y poder hacer lo que quiero sin tener que dar explicaciones a nadie; eso lo valoro mucho.

—Siempre te veo muy arreglada y elegante; tienes estilo. ¿Eres presumida?

—No, no, no... ir bien vestida es una cualidad de la mujer vasca, que se preocupa por su apariencia y la de los suyos: los niños siempre arregladitos, los hombres con sus camisas bien planchadas, las letras bordadadas, etc. De eso se ocupa la etxekoandre, es muy propio de ella. Y en las casas no verás una cama sin hacer durante el día, y tiene todo recogido que da gloria verlo... Me temo que esto que he dicho no ha sido muy feminista. —Lo dice como arrepentida.

—Entonces, ¿te identificas con las etxekoandres?

—En cierto modo, sí, aunque, como no he tenido hijos, nunca he tenido que cumplir el papel típico de este prototipo vasco.

—En esta Euskal Etxea hay un grupo al que denominamos «etxekoandres» de la que eres una miembro destacada, ¿no?

—Sí, lo pasamos muy bien. La figura de la etxekoandre vasca siempre me ha interesado; he leído y me he informado mucho sobre ella, hasta el punto de convertir esta figura en el tema central de una de mis charlas en público.—A Maritxu no le gusta denominarlas conferencias, aunque yo creo que sí lo son, y muy interesantes.

—¿Qué te sugiere lo de la identidad vasca?

—Lo que te puedo decir sobre eso es que yo siempre me he sentido muy vasca, y he presumido de ello en todos los sitios del mundo a los que he ido, que son muchos, y que, por esa condición, allá donde he estado me han tratado siempre muy bien.

— En 2007, nuestra Euskal Etxea, sumándose a los actos de promoción del euskera, organizó, por primera vez, una Korrika. Fuiste la última relevista. Te vi llegar corriendo a buen ritmo a la explanada del teatro (frente a EE), en chándal, con tu peto y portando el testigo. ¿Qué significó para ti aquel acto y, en general, el euskera?

—Me encantó aquella Korrika, me pareció preciosa; el chandal me lo compré exclusivamente para aquella ocasión. El euskera lo hablo desde niña; lo oía desde el vientre de mi madre. Luego, después de estar estudiando en Madrid, cuando volví a Mutriku me di cuenta de que casi no lo recordaba, pero a los dos meses ya lo había cogido de nuevo. Nunca aprendí el batua, pero, naturalmente, considero al euskera mi idioma materno. Como es lógico, en Madrid no lo he utilizado mucho, pero lo hago siempre que puedo, por eso participo en el grupo de euskoparlantes que nos reunimos los viernes en el egongela.

—¿Piensas volver a Euskadi o aquí para siempre?

—Voy a Mutriku todos los veranos, y allí estoy con mi hermana, hija del segundo matrimonio de mi aita. Pero creo que acabaré mis días en Madrid, aquí está mi casa y aquí he crecido intelectualmente. Si va adelante lo de hacer un columbario en la Iglesia de San Ignacio, quiero que mis cenizas reposen en él; lo de arrojarlas al mar no va conmigo.

—Hablemos de tus aficiones actuales, ¿lees? Si te pregunto por un libro, ¿cuál mencionarías?

—Siempre he tenido libros cerca. Cuando estoy en San Sebastián voy a la Biblioteca Municipal o Provincial, donde me prestan libros; en mi mesilla siempre hay unos cuantos. Para la preparación de mis charlas los he utilizado muchísimo. Me gustó mucho  El nombre de la rosa; me interesan los misterios del ser humano. Me gusta la astrofísica.

—¿Una película...?

El séptimo cielo, de hace muchos años, me gustó mucho. Por cierto, he intervenido en tres cortos, con Carlos Grau, y en uno de ellos, que no fue tan corto, como única protagonista.—Al decirlo, se le ilumina la expresión; se la ve muy satisfecha de su incursión en el séptimo arte.

—¿Tu espectáculo preferido?

—Sin duda, el teatro. Ya en mis tiempos de Bilbao hice mis primeros pinitos artísticos en una compañía juvenil de teatro y he participado en bastantes representaciones.

—¿Qué te parece la televisión basura?

—Mira... —Adopta actitud conmiserativa. —Me dan pena esos famosillos a todas horas perseguidos por los reporteros de la prensa del corazón; los compadezco. Pero, sí, me gusta estar al tanto de esos cotilleos porque luego, en las tertulias con mujeres, pues hablamos de eso... y hay que estar informada, si no, tienes que estar callada, y eso no va conmigo.

—¿El deporte te dice algo?

—En Bilbao tenía bicicleta, y todos los domingos, con un bocadillo, hacíamos la ida y vuelta a Portugalete. También me gustaba ir a San Mamés en pandilla; nos lo pasábamos muy bien en el fútbol. Hace muchos años fui socia del Athletic, pagábamos 3 pesetas al mes; mira... —Me enseña el carné de socia en el que aparece la foto de una Maritxu jovencísima y muy guapa. Se la ve orgullosa de esta acreditación. —Entonces tenía 19 ó 20 años.

—Tú relación con la gente, ¿te consideras sociable?

—Sí, soy muy abierta, me da lo mismo tratar con hombres que con mujeres, si bien, ahora, me relaciono más con mujeres, pero me gustan más los grupos mixtos.

—Tienes una larga vida ¿alguna frustación?

Se le ensombrece la expresión. —¿Te parece poco lo del matrimonio?

—¿Algo pendiente? ¿Arrepentimientos?, ¿Qué te gustaría borrar de tu biografía?

—No tengo la sensación de tener nada pendiente; ni me arrepiento de mis decisiones, además yo no he hecho nada malo. Asumo mi vida en su totalidad, de la que estoy muy satisfecha.

—¿Una virtud?

—Mi autoestima. —No se lo ha pensado; lo debe de tener muy claro.

—¿Alguna cualidad natural que no tengas y que te hubiera gustado tener?

Esboza una dulce sonrisa —Me habría gustado tener los ojos azules, como mi aita.

—A estas alturas ¿qué le pides a la vida?

—¡Nada! Sólo quiero seguir como estoy. Bueno, sí, no quisiera ser una carga para nadie en mis últimos días.

—¿Piensas en la muerte?

—Sí, pero, simplemente, como algo natural. No le tengo miedo.

—¿Eres religiosa? ¿Tienes creencias?

Tarda en contestar; se lo piensa. —Sí... —No lo dice con mucho convencimiento. —La vida te enseña mucho. Tuve dos hermanos religiosos. La lectura te da otras perspectivas...

—Cambiemos de tema, Maritxu, ¿hablamos de política?

Endurece el gesto. —No. La política sólo sirve para reñir y para hacer enemigos. No, no me gusta; y si hubiera estado en la Junta Directiva cuando propusísteis las recientes «tertulias políticas», me habría opuesto. No me gusta esa lucha permanente por el poder de los políticos.

—Bueno, pues hablemos de temas más amables: por ejemplo, de tus conferencias.

Se le iluminan los ojos. —Para mí lo de las charlas, yo las llamo así, ha sido como una carrera universitaria. —Me enseña varios folletos de entidades diversas en las que se anuncian sus intervenciones públicas; se la ve orgullosa de esta faceta de su personalidad. Me señala uno de un organismo de la Universidad de Murcia en el que se le presenta como «Investigadora de etnología e historia y vicepresidenta de Euskal Etxea de Madrid». Se ríe.

—Tenías que haberme visto en aquel estrado y con la sala abarrotada. Tuve un gran éxito.

—¿Recuerdas la primera vez? ¿Has dado muchas conferencias? ¿Dónde?

—La primera, hace ya muchos años, fue sobre el matriarcado vasco. Había escrito sobre el tema y me animé a presentarlo en público en Euskal Etxea. Nadie me conocía entonces; hubo mucho público y parece que les gustó porque aplaudieron mucho. Así que me animé a dar más. Tengo un repertorio de unas catorce. La mayoría de mis charlas han sido en esta Euska Etxea, pero también las he dado en otras Euskal Etxeak de España, en Centros Regionales de Madrid y allí donde me han llamado. Nunca he cobrado; en todo caso, me han pagado el viaje y el hotel, cuando han sido fuera de Madrid.

—¿Temas?

—Variados. He hablado sobre Doña Toda de Pamplona, sobre brujería en Navarra, sobre el matriarcado vasco, sobre las costumbres en los caseríos, sobre Leonor de Aquitania... en fin, siempre sobre costumbrismo vasco y sobre las mujeres vascas que han tenido un sitio en la historia.

—¿Y las próximas?

—Este año, por el problema de salud que tuve, no he dado ninguna charla, pero estoy dispuesta a proseguir con esta actividad. Por cierto, si hay un huequecito en la Semana Vasca que estáis organizando para finales de septiembre, ya sabéis que podéis contar conmigo.

—En las conferencias en general, ¿qué te parece más importante: qué se dice o cómo se dice?

—Sin duda, cómo se dice. Ya puedes hablar de un tema del máximo interés que si eres un plomo monocorde aburrirás. Por el contrario, si el conferenciante es ameno y sabe decir, aunque hable de algo intrascendente, los que le escuchen saldrán encantados. Yo, que he visto dormirse a gente en el Ateneo en conferencias de afamados escritores, no quisiera que pase eso en mis charlas. Así, que me las preparo muy bien; hago mis ensayos en casa, cuido las inflexiones de la voz, procuro ajustar el tiempo, etc. —Me ha dado los nombres de los «afamados», pero no quiere que los publique.

—¿Te cuesta mucho prepararlas?

—Mucho, mucho. Algunas me han llevado un año. Consulto un montón de libros y extraigo mucha informacion, a veces contradictoria, que luego selecciono, ordeno, resumo y adapto al tiempo que quiero emplear en cada charla.

—He asistido a varias conferencias tuyas. Me parecieron magníficas; en todas tuviste gran éxito. ¿Te gusta el aplauso del auditorio?

—Sí, mucho, me encantan los aplausos; es un premio que te da el público.

—Para ir acabando, volvamos a Euskal Etxea. ¿Cómo la ves en la actualidad?

—No se parece en nada a la de hace 25 años; la clave está en la juventud. El euskaltegi puede aportar la juventud que necesitamos para revitalizar Euskal Etxea, pero no es fácil atraer a jóvenes en el Madrid actual. Es una pena que no se utilice más esta estupenda sede que tenemos.

—Un mensaje final para los socios.

—¡Que vengan más por aquí! Esta es nuestra casa, la casa de los vascos en Madrid.

—Pues ya está, Maritxu. ¿Nos hemos dejado algo en el tintero?

—¡Huuuuuy...! Mucho... ¡muchísimo! De lo que no hemos hablado hay para un libro... y de los gordos.

¡Ya me gustaría escribirlo! Ha sido una delicia conversar con esta singular mujer y saber algo más sobre su vida; una vida intensa —me parece— en la que en pugna con los problemas y dificultades ha vencido la fuerza, el coraje y la voluntad de su protagonista. Podría ser un buen ejemplo del afán de superación y de la lucha por la felicidad y la supervivencia. Creo, también, que Maritxu podría ser considerada como prototipo de la mujer vasca. Los socios de Euskal Etxea debemos sentirnos orgullosos de haberla tenido y tenerla entre nosotros. Desde luego, no tengo la menor duda de que reúne las condiciones y merecimientos para ser acreedora a la «Insignia de oro de Euskal Etxea». Que la disfrutes por muchos años. ZORIONAK, MARITXU!

-la entrevista en Euskaletxea-madrid.com, aquí



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