Javier de Frutos. Atardece un martes de invierno. Nos encontramos con Errukine Olaziregi (San Sebastián, 1981) en la parte alta del parque de San Isidro, en Madrid. Sorprende el silencio, se insinúan unas nubes y, de pronto, empieza a llover. Así que el paseo por los caminos del parque junto a Olaziregi y su hija Naia, de dos años, se convierte en un ir y venir un poco accidentado, con pequeñas pausas para las fotografías que ilustran este texto. Al día siguiente, conversamos en su casa.
Errukine Olaziregi es cantante, profesora de euskera y poco amante de poner etiquetas para definir su trabajo y su trayectoria. Vocalista de Cromática Pistona, se encuentra en un momento en el que le ronda la cabeza unir sus dos pasiones: el euskera y la música. Cree que puede ser un proyecto personal en el que rescatar canciones en euskera que han sido importantes para ella, que le enseñó su padre y que podría interpretar desde su experiencia vital y musical. La experiencia de alguien que nació en Euskadi, que ha pasado la mayor parte de su vida en Madrid y que durante los últimos años ha cantado, sobre todo, jazz. “¿Y qué pasa si desde esa perspectiva canto canciones de Imanol o de Mikel Laboa, pero aprovechando todo ese lenguaje que es el que he estado manejando estos años?”, se pregunta.
Claro que, para llegar a esa pregunta del presente, conviene recorrer algunos aspectos de su biografía que surgen durante la conversación.
“En Euskadi cantar es importantísimo. En la sobremesa se canta. Se canta todo el rato. Y estaba en una ikastola en la que había un coro”
Olaziregi nació en San Sebastián y allí transcurrió su infancia, que recuerda feliz. En su casa se mezclaban el euskera y el castellano. “Era muy natural dirigirnos a mi padre en euskera, a mi madre en castellano y, entre mi hermana y yo, pues yo creo que en euskera casi siempre”. La música siempre estuvo presente: “En Euskadi cantar es importantísimo. En la sobremesa se canta. Se canta todo el rato. Y estaba en una ikastola en la que había un coro”. Junto al coro grande, había uno más pequeño en el que participaba Olaziregi.
En su paso de la infancia a la adolescencia se produjo un giro significativo. “De repente viví la separación de mis padres, que fue un hecho… no traumático, pero sí duro para toda la familia. Porque, además, supuso también un cambio de vida absoluto. Mi madre tomó la decisión de volver a Madrid, que es donde ella había crecido, donde estaba su familia. Y entonces comenzó otra etapa de la infancia a partir de los 11 años en Madrid, completamente distinta”. Esa nueva etapa transcurrió en Torrelodones. Recuerda la libertad del entorno, pero también el contraste. “Al principio echaba muchísimo de menos San Sebastián. De hecho, hubo un momento en BUP en que lo hablé con mis padres y me planteé volver a hacer el instituto a San Sebastián. Al final no se dio, pero siempre estuve con eso en la cabeza”.
¿Le sigue rondando esa idea de volver? “Pues con el tiempo fue desapareciendo, pero es ahora cuando me vuelve a rondar. De vez en cuando me lo pregunto. Es que Madrid se está haciendo más hostil. Yo amo Madrid. Hay veces que me desquicia, pero otras veces me parece una ciudad que me ha permitido desarrollarme y que está en mí”.
Estudió Periodismo en la Complutense y luego encadenó varios trabajos en esa etapa de transición entre la vida universitaria y profesional. Estuvo tres años manipulando muñecos en Las noticias del guiñol, formó parte del equipo de guionistas de una serie de ficción en Cuatro y probó otras posibilidades, combinadas siempre con sus estudios de teatro. En un momento dado, en 2007, tenía tres opciones abiertas: una agencia de publicidad, la gestión de la comunicación de una ONG y dar clases en la Euskal Etxea de Madrid. Eligió la Euskal Etxea porque disfrutaba enseñando euskera y porque esta opción le permitía seguir haciendo teatro.
En la conversación asoman estos giros: los que de alguna manera encaminan la propia vida hacia un lugar y dejan de lado otros posibles caminos. Y el siguiente giro, que ya se insinuaba, ocurrió en algún momento de 2007. “A mí me gustaba cantar sola. Iba por la calle cantando, iba en el coche cantando”, recuerda. Fue en un concierto en las fiestas de Rivas cuando ese deseo de cantar se unió al deseo de cantar sobre un escenario. Actuaban No Reply y Alamedadosoulna. “Verlos y decir: ‘Eso se puede hacer’. Pequeñas orquestas, con viento. Dije: ‘Eso es lo que quiero’. Y estaba con mi mejor amigo viendo el concierto y dijo: ‘Pues vamos a hacerlo’. Él es guitarrista y empezamos a montar Cromática. En 2008 dimos nuestro primer concierto”.
Cromática Pistona es un proyecto coral donde la voz de Errukine Olaziregi comparte escenario con una banda de cuerda, viento y percusión. Cuando al inicio les pedían unas palabras sobre su estilo, se definían como “guateque swing balkan jazz”. Otra presentación más reciente en sus redes sociales dice que es “una banda madrileña formada a lo largo de 2008 y concebida como orquesta popular de swing-jazz clásico con un toque tropical”. Con composiciones propias y predilección por el directo —por la calle y el contacto con el público—, cuentan con tres discos publicados. “Uno de nuestros lemas era ‘otro Madrid es posible y que la revolución me pille bailando’. O sea que creemos en eso: en transformar las cosas con alegría”.
Cromática fue también el inicio de una relación más amplia de Olaziregi con la música y los escenarios. “Desde ahí he ido conociendo más músicos y teniendo más inquietudes. Por un lado, empecé a cantar jazz tradicional en 2015 con Madrid Hot Jazz Band. Luego montamos un tributo cuando murió Amy Winehouse. Y luego un grupo de bolero jazz, que son boleros de toda la vida: lo que había escuchado yo de parte de mi madre en casa, pero tocado en clave de jazz”.
Entre tantos proyectos surge la cuestión del tiempo y su falta. ¿Cómo vivir la combinación entre las expectativas, el deseo de acometer proyectos y la búsqueda de equilibrios? Dice Olaziregi que siempre ha querido hacer 18 cosas a la vez y muchas veces lo ha conseguido, llegando tarde a veces. “Necesitaba hacer teatro, música, estar dando clases de euskera y, si me liaban para yo qué sé, para organizar la Korrika, estaba siempre dispuesta. Todo eso ha reventado con la maternidad. No manejo yo el tiempo. El tiempo me arrastra, me lleva. También sigo metiéndome en 300 tinglados, pero mi cuerpo no lo aguanta como lo aguantaba antes. O antes, por lo menos, me podía permitir el lujo de reventar y darme dos o tres días para recuperarme. Ya no lo tengo. Entonces tengo que cuidarme también un poquito más. Pero es mi obsesión: disponer de tiempo para hacer las cosas que quiero. Y no hacer solo una cosa. Obviamente ahora lo más importante que soy es madre, pero no quiero ser solo madre. Quiero seguir siendo cantante, quiero seguir siendo profesora y seguir profundizando mi relación con el euskera. Y en esas estoy. Esa es mi batalla ahora”.
En esa batalla con el tiempo se entremezcla también en la vida de Olaziregi su pelea por los derechos de un hogar monoparental. Como socia de la Asociación Madres Solteras por Elección, ha sido una de las pioneras a la hora de solicitar el derecho a acumular los permisos por nacimiento. “Hay niños que van a disfrutar de 16 semanas y niños que van a disfrutar de 32, con todo lo que eso supone”, argumenta. Profesora de euskera en la Escuela Oficial de Idiomas desde 2018, continúa en este invierno de 2023 esta pelea. El asunto aún no se ha resuelto. Su solicitud para acumular los permisos por nacimiento aún está pendiente de recursos.
¿El tiempo? También conversamos sobre el tiempo transcurrido, sobre la memoria y los relatos. Y Olaziregi traduce al castellano unos versos de una canción de Jon Maia que consulta en su móvil: “Y no preguntes nunca qué es lo que perdimos cuando lloramos. Gracias a aquellas lágrimas ahora somos el mar. Ahora estamos aquí en el cruce de caminos. Dejemos los miedos atrás”.
Nos despedimos un miércoles de invierno. Las nubes siguen bajas. No llueve.