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¡Ay Mikel! (Diario Crítico-n)

2022/08/11

Hace años, en una Semana Santa, me llamó desde Caracas Eduardo Fernández, el entonces secretario general de Copei, candidato presidencial y Presidente de la Internacional Demócrata Cristiana. Me preguntaba si aquel Viernes Santo iba a estar en Bilbao pues él, con su esposa María Isabel, iban a venir para escuchar el Sermón de las Siete Palabras del jesuita Mikel de Viana.

Lotura: Diario Crítico

Iñaki Anasagasti. Yo no sabía quién era Mikel pero allí estuve en la iglesia de los jesuitas escuchando un sermón que lo tenía todo. Oratoria, gesticulación, alusiones sociales, cristianismo en vena, épica y dolor. Tras escucharle entendí el por qué el matrimonio había viajado exclusivamente desde Caracas a escuchar aquel Sermón que es muy tradicional en Venezuela desde que Monseñor Pellín inflamaba a los creyentes incluso con consignas políticas contra la dictadura de Pérez Jiménez. Habían tenido que viajar a Bilbao porque Mikel no podía volver a Caracas.

Tras aquello fuimos a comer y allí me enteré de la historia de Mikel de Viana. Nacido en Caracas en el barrio de Santa Rosalía en 1953 la familia, emigrantes vascos, se habían trasladado al barrio Antímano. Su hermano José María, una autoridad en el tratamiento de aguas, contaba la historia familiar de esta manera.

”Para entender por qué somos tan vascos como venezolanos hay que comprender un poco que la familia de mis padres y mi tía era una familia de muy escasos recursos, muy humilde. Mi aita llegó a Venezuela ya en edad madura. Los oficios artesanales que había desarrollado, especialmente en mecánica, no los pudo llevar a la práctica. Siempre tuvo trabajos poco remunerados.

Cuando llega a Caracas, inicialmente vive en la Florida, después en la Pastora, pero tienen que mudarse a vivir en Antímano, un barrio de gente humilde, una parroquia foránea para entonces, donde los alquileres eran bajos. Eso permite a la familia vivir la mayor parte del tiempo, ahí en Antímano. Todo esto hizo que la familia no fuera al Centro Vasco.

Los amigos de mis padres alaveses fueron venezolanos e inmigrantes de otros países. Yo conocí que era ser vasco a partir de mis padres y de mi tía Casilda, muy importante en nuestras vidas, que vino para ayudar a mi madre en el nacimiento de Mikel. Ella se enamoró de Venezuela, de su gente y de sus sobrinos y se quedó. Hizo toda su vida en Venezuela. La casa donde vivíamos era una en las que se hacían arepas todos los días, se convertían en arepas cerca de 120 kilos de maíz pilao.

En aquella época no existía la harina Pan y las personas que querían arepas, tenían que comprarlas recién hechas. En esa casa donde vivíamos, la patrona y dueña de la casa en la cual alquilamos la planta alta era Paula Escauriza, negra de Barlovento que fumaba tabaco con la candela dentro de la boca. Era allí donde se producían arepas para una buena parte del casco de Antímano. Y con ella nuestra madre se dedicó a ayudar a la señora Paula que se ocupaba de preparar arepas y empanadas y en algunas épocas del año, hallacas, para mantener su casa y su familia. Mamá recibía un pago por eso y así ayudaba a mi papá en el mantenimiento de la casa….”

En ese ambiente creció Mikel de Viana aprendiendo el euskera en la Compañía de Jesús, con sus compañeros vascos enamorándose de la cultura de sus padres. Su vocación fue tardía, a los veinte años, llevando al trabajo jesuítico toda su experiencia social de un barrio humilde habiendo sido además de sacerdote y jesuita un intelectual, un profesor destacado y muy querido, un excelente artista, especialmente en el teatro y un maravilloso imitador, ejerciendo como un acompañante espiritual que dio en su vida a las familias en momentos difíciles o en la despedida de seres queridos. Él fue quien celebró el funeral de nuestra ama y además del Aurtxo Txikia nos puso el Alma Llanera en la despedida.

Desgraciadamente tuvo que irse de Venezuela por razones políticas. Imbuido en su trabajo social en los barrios marginales denunció la demagogia, la falta de respeto a los derechos humanos, el cierre de emisoras y cadenas de televisión, la pobreza que se vivía en un país riquísimo denunciando la progresiva dictadura de Hugo Chávez. Mikel era un jesuita valiente y claro que se enfrentó a un régimen policial y quiso ayudar a resolver todo lo que veía mal en un país que vivía la esquizofrenia de un discurso y una realidad cada vez más dual.

Desde el Centro Gumilla y desde los barrios y la Universidad, así como de los medios, adquirió una inmensa popularidad.

El curita vasco hablaba claro y lo que decía venía de una experiencia directa. Ante aquello, el gobierno de Hugo Chávez se puso en contacto con la Compañía de Jesús y le dijo: ”O me sacan a éste cura o lo encarceló”. Y Mikel tuvo que aceptar la petición de sus superiores y residenciarse en Bilbao y vivir todos estos años en la Universidad de Deusto dando clases, celebrando misas en parroquias, reflexionando, siendo amigo de sus amigos, yendo a las manifestaciones que organizábamos.

El jueves pasado, a los 69 años, falleció Mikel de Viana y el domingo fue enterrado en el cementerio de los jesuitas en la Basílica de Loiola. Ese mismo día trece jesuitas concelebraron un funeral en el Colegio de Bilbao. En su homilía el P. Peio Azpitarte lo describió como un “gudari”. Este sábado en Caracas el cardenal Baltazar Porras, el Rector de la Universidad Católica donde Mikel dio clases y el P. Luis Ugalde, que tendrá a cargo la homilía celebrará el funeral de despedida a una persona muy querida, muy respetada y obligada a morir en el exilio.

Su muerte ha causado honda conmoción en Venezuela y son muchísimos los comentarios en favor de un cura valiente y consecuente, donde no solo se le honrará en la Universidad Católica sino asimismo en muchos lugares ,dada la dimensión nacional de su personalidad.

Agradezco a Deia la posibilidad de despedir a Mikel y su trabajo en días en los que es noticia el fallecimiento, triste, de Olivia Newton John, y aquí ni nos hemos enterado que un jesuita vasco, luchador social, euskaldun y muy bravo hasta el final, nos ha dejado con la tristeza de no haber podido regresar a su amada Venezuela porque moría en el exilio. Como Gregorio VII pudo decir: ”Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro”.



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