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Una biografía del escritor Francisco Grandmontagne Otaegui reivindica un lugar en la historia para este vasco argentino que residió y murió en Donostia

17/11/2004

El escritor Francisco Granmontagne Otaegui (foto DV)
El escritor Francisco Granmontagne Otaegui (foto DV)

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En la sede de la Fundación Ortega y Gasset de Buenos Aires se presentó la pasada semana el libro 'Grandmontagne', una biografía sobre el escritor vascoargentino Francisco Grandmontagne Otaegui (1866-1936), publicada por la Editorial Mainz de la capital porteña. Su autor, el especialista Pedro Ares, ha dedicado siete años a investigar en torno a este literato mestizo, de sangre vasca y francesa, y de arraigada cultura argentina, para el que reivindica un lugar «en la historia de la literatura, en mérito al contenido de muchos de sus libros y ensayos periodísticos». El escritor e investigador Juan Aguirre Sorondo publica un artículo sobre este libro y sobre la figura del propio Grandmontagne en El Diario Vasco donostiarra, que reproducimos a continuación.
Juan Aguirre Sorondo/Donostia-San Sebastián. El libro sigue paso a paso el itinerario vital de un hombre de origen humilde, que sin apenas formación académica llegó a ser considerado como una de las mejores plumas de la Generación del 98. Hijo de madre guipuzcoana, de Zegama, y de un ferrón del Béarn francés, Francisco Grandmontagne nació en la localidad burgalesa de Barbadillo de Herreros, adonde había emigrado su familia en busca de trabajo. En el despertar de su curiosidad intelectual tuvo gran influencia su tío Claudio Otaegui, escritor, músico y filólogo, colaborador del príncipe Luis Luciano Bonaparte, en cuyo hogar de Hondarribia pasaba largas temporadas. Significativamente, uno de sus primeros seudónimos literarios fue 'Luis de Jaízquibel', en homenaje al príncipe vascólogo y al monte de sus correrías infantiles.

Cronista de dos mundos

Al quedar huérfano, con 21 años, marchó a Argentina para labrarse un porvenir. En aquellos años de la posguerra carlista la colonia vasca en el país de La Plata era la más numerosa tras la italiana y la gallega, y en su mayor parte se dedicaba al pastoreo en la inmensa Pampa Central. «Trabajé, sudé, sufrí, sangré», recordaría más tarde al enumerar los oficios que desempeñó en sus inicios: criado, pastor, segador, «gaucho vasco», peón de estación, albañil, fundidor... Y al mismo tiempo se fue haciendo con un bagaje cultural y con un estilo literario propio, en un esfuerzo autodidacta que inspiró los versos que le dedicara Antonio Machado: «el cronista / de dos mundos, bajo el sol, / el duro pan se ganaba, / y, de noche, fabricaba / su magnífico español».

Cuando obtiene el título de Contador Público, Grandmontagne se instala en Buenos Aires y empieza a tomar parte en la vida social vasca que giraba en torno a la Sociedad Laurak-Bat. Junto con el tipógrafo bermeano José R. Uriarte, funda en 1893 la revista La Vasconia, de la que fue director durante ocho años y en cuyas páginas dio inicio a su carrera de escritor y periodista. Tres años después publica su primera novela, Teodoro Foronda, obra que según Pedro Ares representa «uno de los libros clave de la literatura nacional» argentina, por tratarse de un valioso testimonio sobre la vida de los inmigrantes y además narrado por uno de sus protagonistas. A ésta seguiría una segunda novela, La Maldonada, de ambientación criolla, y unos cuadros de costumbres titulados Vivos, tilingos y locos lindos, que Unamuno elogió como «uno de los mejores libros de la época». Grandmontagne fue autor también de una obra de teatro sobre la industrialización vasca, El avión, que permanece inédita.

A partir de su regreso a España como corresponsal del diario La Prensa de Buenos Aires en 1903, Grandmontagne abandonó la ficción literaria, aunque todavía publicaría cinco libros recopilatorios de conferencias, crónicas y textos de prensa. Su versatilidad para componer artículos era proverbial, como él mismo bromeaba: «soy una alhaja periodística, y lo mismo diserto sobre una bolea del pelotari Mardura que sobre los sistemas unicamerales de la filosofía de Kant». Sus colaboraciones en rotativos como El País, El Pueblo Vasco, El Sol, La Noche, Euskal Erria, así como en los argentinos La Nación y La Prensa, le granjearon un gran prestigio en todo el mundo de habla hispana, y le valió el reconocimiento de los miembros de la Generación del 98, quienes le brindarían un sonoro homenaje público en junio de 1921.

Gran producción

En su nutrida producción periodística destaca como una constante su preocupación por el progreso social y económico de Argentina y de España. Volcó su esfuerzo en dar a conocer las oportunidades y las amenazas, las virtudes y los defectos de los pueblos de ambas orillas del océano para el mutuo desarrollo, aunque esta actitud autocrítica no siempre fue bien acogida.

Republicano liberal y anticentralista, abordó con originalidad y amplitud de miras los problemas regionales españoles, para cuya solución gráficamente proponía «más ferrocarriles y menos decretos». Grandmontagne veía al vasco como un modelo de emprendedor, «raza tozuda, símbolo de todas las energías humanas, emblema de la constancia y compendio de la fe resistente», y en algún momento llegó a proponer como modo de regeneración nacional el «vasquizar España». Aún así, tras su retorno se acentuó su visión pesimista de la realidad española y, pese a su ideología, acogió con esperanza la dictadura de Primo de Rivera, posición que marcó su definitiva ruptura con quien fuera su principal confidente y amigo, Miguel de Unamuno. El dictador le ofreció la embajada española en Argentina, lo que rechazó con ironía: «¿Me ve usted a mí, el ex pulpero martinfierrista con uniforme de embajador saliendo de la Casa de Gobierno?».


ANCLADO EN SAN SEBASTIÁN

J. A.. «De todo cuanto conozco, lo único que me gusta mucho es San Sebastián. Mi ideal es retirarme a vivir allí, a soñar entre aquellos cerros», escribía Grandmontagne a poco de arribar a la península. En sus crónicas de corresponsal no ahorraba elogios a la belleza de Gipuzkoa y su costa, y así, sin proponérselo, consiguió que la ciudad fuera destino obligado para los turistas latinoamericanos de viaje por Europa. Su casa de la calle Oquendo se hizo templo de peregrinación para escritores, intelectuales y políticos pues, tal como aseguró uno de ellos, pasar por San Sebastián y no darse el gusto de saludar a Don Paco «sería un delito de lesa literatura si el viandante es hombre de pluma».

Reconocido «tránsfuga de gustos plebeyos a gustos burgueses», era un asiduo del café Rhin, en la Avenida, del viejo Kursaal, del frontón (celebraba la pelota como «la verdadera fiesta nacional») y de las noches en la redacción de El Pueblo Vasco. Al fundarse en 1910 la Asociación de la Prensa donostiarra, Grandmontagne fue elegido su primer presidente.

Para contraer matrimonio con Jerónima Echeverria, de Zizurkil, eligió la basílica de Lezo porque le atraía «ese Cristo metido en las aventuras de la navegación y náufrago», y cuando nacieron sus dos hijos dio por hecho que «mi trasatlántica vida tiene ya anclaje profundo». Ese anclaje le retendría el resto de su vida en San Sebastián, donde falleció en 1936, siete semanas antes del estallido de la Guerra Civil. Sus restos reposan en el cementerio de Polloe.

(publicado el 15-11-2004 en El Diario Vasco)


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