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Exposición en el Museo Zumalakarregi de Ormaiztegi: 1842, "La mayor tragedia de la emigración vasca"

30/09/2019

La exposición que recorre en Ormaiztegi la emigración vasca a Uruguay repasa también la odisea de José María Iparraguirre en aquel país (foto Museo Zumalakarregi/DV)
La exposición que recorre en Ormaiztegi la emigración vasca a Uruguay repasa también la odisea de José María Iparraguirre en aquel país (foto Museo Zumalakarregi/DV)

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Más de 200 vascos fallecieron en 1842 al naufragar la 'Leopoldina Rosa' cerca de la costa de Uruguay. Una exposición en el Museo Zumalakarregi de Ormaiztegi recupera un episodio poco conocido de la diáspora. Borja Olaizola firma en El Diario Vasco este reportaje publicado el pasado jueves en el rotativo donostiarra, en el que ocupa asimismo un lugar destacado Jose Maria Iparragirre, cuyo Bicentenario (nació en 1820 en Urretxu) se conmemorará con todo un programa de eventos este próximo año.

Borja Olaizola / Ormaiztegi, Gipuzkoa Se llamaba 'Leopoldina Rosa' y era una fragata de tres palos que desplazaba 345 toneladas. En el invierno de 1842 zarpó del puerto de Bayona con rumbo a Montevideo llevando a bordo a 303 pasajeros. No era una travesía de recreo: los viajeros, casi todos vascos de uno y otro lado de la frontera (el barco hizo una breve escala en Pasaia para recoger más pasajeros antes de reemprender la ruta), se habían endeudado hasta las cejas para adquirir el billete que les iba a transportar al otro lado del Atlántico. Eran los primeros años de la avalancha migratoria europea en busca de una vida mejor en América y los vascos no eran ajenos a un fenómeno que terminaría alterando el perfil demográfico del viejo continente.

La travesía fue dura. Al intenso frío y la mala mar había que sumar las condiciones en las que se realizaba: los viajeros se amontonaban en la nave porque los pasajes vendidos sobrepasaban con creces su capacidad y tanto la alimentación como la higiene dejaban mucho que desear. En el mes de junio la fragata avistó las costas uruguayas, pero una inesperada tormenta la desvió de su trayectoria e hizo que encallase en unos arrecifes. Aunque el capitán intentó por todos los medios llevar un cabo a tierra antes de que el casco cediese, un golpe de mar partió en dos el velero y dejó a los pasajeros a merced de las olas. La costa no estaba lejos pero la mayoría de los viajeros no sabían nadar. Las crónicas de la época hablan de 70 supervivientes y más de 200 fallecidos.

«Fue la mayor tragedia de la emigración vasca», recapitula Eider Arruti, responsable de Comunicación del Museo Zumalakarregi de Ormaiztegi, que inauguró la semana pasada una exposición en torno a un episodio histórico que no es demasiado conocido. La muestra, que se titula 'Leopoldina Rosa: Una historia de hoy', establece paralelismos entre lo que ocurría en el siglo XIX en las orillas del Atlántico y lo que pasa hoy en día en el Mediterráneo. «Se trata de trabajo que tiene que ver con un proyecto que se llama Migraciones y que trata de sensibilizar a las nuevas generaciones de una realidad que ahora nos puede parecer ajena pero que a muchos de nuestros antepasados les tocó bien de cerca», resume la portavoz del museo.

Huir de la guerra

La exposición se nutre de las aportaciones realizadas tanto por Ikuspegi, el Observatorio Vasco de la Inmigración, como por el historiador uruguayo Alberto Irigoyen, autor de infinidad de trabajos sobre la diáspora vasca. El 'Leopoldina Rosa' fue uno de los muchos barcos que se fletaron a principios del XIX para satisfacer la demanda de transporte de los europeos que buscaban una vida mejor al otro lado del charco. Se calcula que unos 60 millones de pobladores del viejo continente cruzaron el Atlántico entre 1830 y 1930. No hay cifras exactas, pero el historiador durangués Jon Ander Ramos, estudioso del fenómeno y profesor de Historia de América en la UPV/EHU, calcula que unos 200.000 vascos se sumaron a esos flujos.

Argentina y Uruguay eran los destinos preferidos de los emigrantes procedentes del País Vasco. «A partir de 1830 –se lee en el texto que introduce al visitante en la exposición– el Río de la Plata se convirtió en el principal objetivo tanto de los vascos continentales, los de Iparralde, como de los peninsulares. Entre 1837 y 1840 cerca de 40.000 vascos entran a América por Montevideo». La figura del indiano que regresaba a su tierra natal después de haber hecho una fabulosa fortuna había calado hondo en el imaginario de la época. «Hay que tener en cuenta además que las guerras carlistas dejaron un paisaje de desolación en Euskadi que animó a muchos jóvenes a dar el salto», apunta Eider Arruti.

El principio de la realidad no tardó en disolver los sueños de muchos de los que alcanzaron las costas de América. Endeudados para costear el pasaje, los migrantes eran obligados a devolver el dinero trabajando en régimen de semieslavitud en ingenios que pertenecían a los dueños de los barcos que los habían transportado. Ejemplo de ello era el propietario del 'Leopoldina Rosa', el banquero y empresario británico Samuel Fisher Lafone, que fue el fundador de Lafone & Wilson, la compañía que más emigrantes vascos trasladó a Río de la Plata.

La tragedia del 'Leopoldina Rosa' causó un gran impacto cuando la noticia llegó al País Vasco al cabo de unos meses. «El efecto fue tan fuerte que en los dos años siguientes hubo un cierto reflujo de migrantes vascos hacia América», indica la portavoz del Museo Zumalakarregi. Más de la mitad de los cerca de 70 supervivientes del naufragio formaban parte de la tripulación. El capitán, Hippolyte Frappoz, fue el único de los marineros que falleció. «Además, algunos de los que se salvaron fueron asaltados al llegar a la costa, que estaba a unos 250 kilómetros de Montevideo y que apenas estaba habitada, aunque también es cierto que recibieron ayuda de los dueños de estancias cercanas».

El bardo Iparraguirre y la cadena migratoria
José María Iparraguirre, el bardo que compuso el 'Gernikako Arbola', ocupa un lugar destacado en la exposición del Museo Zumalakarregi dedicada a la emigración vasca a Uruguay. Iparraguirre viajó en 1859 al país sudamericano siguiendo los pasos de su primo Domingo de Ordoñana Iparraguirre, un alavés que a su vez había cruzado el charco en 1842 tras la estela de un tío suyo que se había instalado allí años atrás. El éxodo del poeta de Urretxu es un ejemplo de lo que los especialistas conocen como eslabonamiento o emigración en cadena: una red de acogida en el lugar de destino formada por parientes o conocidos que sigue vigente en las migraciones actuales.
Como a muchos otros emigrantes, a Iparraguirre no le fueron bien las cosas. El poeta se dedicó al pastoreo de las ovejas de su primo alavés hasta que se trasladó en 1861 a Montevideo. En la capital uruguaya se hizo cargo de un café pero acumuló tantas deudas que terminó arruinado. Después de andar dando tumbos por diferentes puntos del país, regresó a su tierra natal en 1877 dejando allí a su familia. Se podría decir que Iparraguirre fue en ese sentido un precusor de los emigrantes que fracasaban, algo bastante más habitual de lo que se piensa. La prueba es que en 1883 se fundó en Montevideo la primera asociación para facilitar su regreso a la península, la Caja Vasco Navarra de Reempatrio.

(publicado en El Diario Vasco el 26-09-2019)



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