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El legado vivo de Manu de la Sota (Naiz-en)

2025/12/28

Un dandy, un intelectual, un hombre de acción, el arquitecto de iniciativas que siguen vivas, un abertzale radical... es tan difícil definir a Manu de la Sota como recoger todo lo que hizo en su vida. Personaje de novela, lo perdió todo, como su país, y luchó por su pueblo con todas sus fuerzas. Otra cosa es que se lo reconocieran. 

Lotura: Naiz

Amaia Ereñaga. La publicación de los diarios que escribió en su viaje a la diáspora en plena guerra lo han puesto de actualidad y, ahora, 2026 será su año, con el centenario de su presidencia del Athletic y un proyecto del Museo de Bellas Artes de Bilbo. Por cierto, esta fotografía y la de la portada son inéditas: en ellas navega relajado, antes de la guerra, en el yate de su padre, el «Goizeko izarra».

Cabello engominado hacia atrás, elegante traje y aire muy moderno. Manu de la Sota (Getxo, 29 de julio de 1897 - 16 de diciembre de 1979) sonríe en los jardines del palacio de Ibaigane, actual sede del Athletic y, en aquella época, casa familiar de la saga Sota. Nuestro protagonista contempla a su amplia familia, una de las grandes fortunas de la época y propietaria del grupo empresarial más importante de Bizkaia e incluso del Estado. También era una familia muy nacionalista. La fotografía, que pertenece al archivo del Athletic Club, está fechada el 15 de abril de 1935. Un año después, los Sota tuvieron que tomar el camino del exilio y los franquistas expoliarían sus propiedades. Multas y confiscaciones.

Pero ese día tranquilo de la primavera del 35, junto a Manu de la Sota se ve a Resurrección María de Azkue, el folklorista y euskaltzale al que le gustaba tocar el órgano de Ibaigane, y el mundo parece tranquilo. Los progenitores -el naviero Ramón de la Sota y su mujer, Catalina de Aburto, quien fue presidenta de Emakume Abertzale Batza- están celebrando sus bodas de oro. De sus tres hijos -Ramón, Alejandro y Manu-, el pequeño era el más radical, alineado con la tendencia “Aberri” y, luego, Jagi-Jagi. Con una pátina británica, producto de sus estudios en Cambridge, y ese aire brillante, tan cosmopolita y adelantado a su tiempo, choca su catolicismo -«era de ir todos los años a Lourdes», explica la periodista Maitena Iragorri-... y, ¿por qué se sabe tan poco de sus amores?, nos preguntamos. A estas alturas qué importancia tienen estos detalles, reflexionamos.

Aunque sí son importantes otros, como el retrato que surge de la película “Karmele” (Asier Altuna, 2025), basada en la novela de “La hora de despertarnos juntos” (“Elkarrekin esnatzeko ordua”) de Kirmen Uribe: en la ficción, Manu de la Sota parece el causante de la caída y muerte del trompetista Txomin Letamendi, al ordenarle que regresara de Venezuela y se metiera en la boca del lobo en el Bilbo franquista. «Manu no lo habría hecho nunca», replica su sobrino-nieto Pedro de la Sota. Pedro es nieto de Ramón. «Tampoco Manu tenía el mandato ni la capacidad o el poder de hacerlo», remacha. «Hay una falta de investigación de los hechos históricos y me parece una frivolidad usar a Manu para esto», añade muy crítico.

Despegas una capa y salta otra. Y luego, otra. Y Manu de la Sota se convierte en un personaje de novela... pero, cuidado, que al hacer una relación de todo lo que hizo en su agitada vida, por encima del aspecto novelesco y romántico, se alza su verdadera figura, política y cultural: escritor y adaptador de teatro en euskara, euskaltzale, periodista, director de la revista “Pyrenaica”, presidente del Athletic Club de 1926 a 1929; durante la guerra, promotor de la primera Selección Vasca de fútbol, delegado del Gobierno Vasco en Nueva York y creador de Eresoinka; en los años 40, junto a Monzon y Laffite, creador del día del Euskara....

POLÍTICO, PROPAGANDISTA, DEPORTISTA...

Que los aliados aceptaran a Franco debió de ser como una traición por este hombre. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, regresó a Ipar Euskal Herria y se instaló en el palacete familiar Etchepherdia, donde se refugió la familia en Biarritz, y no quiso volver a vivir al otro lado de la muga hasta que muriese Franco. Aquellos años los dedicó al “Diccionario Retana de Autoridades de la Lengua Vasca”, una labor monumental. Falleció en Getxo el 16 de diciembre de 1979, a los 82 años. ¿Y por qué, si hizo y vivió tanto -el historiador Xabier Irujo lo define como «el arquitecto invisible» de la estructura cultural actual-, no ha tenido suficiente reconocimiento? ¿Por qué se ha relegado al olvido?

El año entrante se cumple el centenario de su presidencia en el Athletic, también está en marcha un proyecto que tiene entre manos el Museo de Bellas Artes de Bilbo. Miguel Zugaza, su director, reconoce que «se ha puesto en marcha un proyecto de investigación muy ambicioso, que tiene continuidad con la exposición sobre los Sota [“Familia Sota. Arte y mecenazgo”] del año pasado». Zugaza nos avanza su intención de involucrar a diversas instituciones y herrialdes para esta iniciativa. «Es que Manu de la Sota fue un personaje multifacético; es como una navaja suiza e interviene en todo lo que es moderno», agrega.

UN VIAJE EN PLENA GUERRA A IDAHO

Su amplia biblioteca la donó Manu de la Sota a Euskal Museoa de Baiona, pero escribió y vivió tanto que dejó un amplio legado, desconocido en su gran parte. Por ese motivo, Pedro de la Sota pidió al escritor Joseba Sarrionandia que investigara en los fondos que ha ido custodiando estos años y, así, entre todo lo que han ido encontrando, un día aparecieron dos portafolios negros que contenían el diario inédito escrito por Manu en su viaje como delegado del Gobierno Vasco a la diáspora vasca, en plena Guerra del 36. Un diario que se ha publicado ahora, bajo el título de “Viaje a Idaho 1938” (Pamiela), editado por la periodista Maitena Iragorri.

Pongámonos en situación: diciembre de 1938, Bilbo ha caído, el Gobierno de José Antonio Agirre, desde Barcelona, intenta desesperadamente crear redes de apoyo y buscar financiación para hacer frente a una población dispersa y en huida. Había que conseguir crear otra imagen de los vascos, diferente de la “comunista” de la República. En Nueva York, y por convencimiento y, sobre todo, amistad personal con Agirre, Manu de la Sota había constituido la delegación del Gobierno Vasco en el exilio -en una suite de un hotel de Nueva York, tal era la premura- y, junto con Antonio de Irala, decidió viajar a los estados de Utah, Nevada, Idaho y Oregón para encontrarse con la importante diáspora vasca y recabar apoyos, también económicos.

«Uno de los portafolios estaba identificado como Idaho, y el otro, sin ningún distintivo; las cuartillas manuscritas estaban numeradas pero no todas estaban ordenadas -explica Maitena Iragorri-. A medida que organizaba aquellos folios, iba leyendo el contenido, y muchas de las cosas que decían llamaban la atención, no solo por el ingenio y el humor, sino también por la crudeza de algunas descripciones, el retrato tan realista y humano de la vida de aquellos emigrantes vascos que, salidos del baserri con 18 años, se encontraban en las montañas del Oeste americano al frente de rebaños de 2.000 ovejas, con un burro y un perro. Además, estaban las referencias constantes a la guerra en Euskadi y los miles de refugiados, de heridos y mutilados, de gente desplazada que huía andando en fila india por la carretera; los detalles del bombardeo de Gernika, que son espeluznantes».

Este material Iragorri lo estudió y completó con la investigación que realizó in situ en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Reno y en Boise, y que ha convertido en un libro, donde se incluye documentación de la prensa de la época, fotografías, documentos y hasta un QR con el cortometraje “Guernika”, de Nemesio Sobrevila, que la delegación vasca proyectaba en aquel viaje. «Aquello te ponía los pelos de punta, pero te dabas cuenta de que, aunque habían pasado 80 años, las cosas no habían cambiado mucho en el mundo; seguimos viendo a diario gente que huye de la guerra ocupando las carreteras, bombardeos de población civil… A la vez, el diario también mostraba la labor constante de personas que en aquellos momentos tan terribles se dedicaron en cuerpo y alma a trabajar por la causa de nuestro pueblo. Encima, era divertido», añade la periodista.

«1 de diciembre. Hoy a la tarde, a las 3:20, hemos dejado New York en un bus Greyhund (galgo) rumbo a Boise, capital del Estado de Idaho», escribió Manu de la Sota en la primera página de su diario, en el que relató, con humor incisivo y a modo casi de un reportaje periodístico, todo lo que hicieron, lo que vieron y con quiénes estuvieron hasta el 9 de enero de 1938... Un relato que, durante ocho décadas, ha estado olvidado y que, tras su hallazgo y edición, ahora recupera la figura de un intelectual y político fascinante y, a la vez, sirve como «testimonio etnográfico sobre la diáspora vasca», apostilla Iragorri.

El libro será publicado próximamente en inglés y tiene muchas capas y descubrimientos. Una de ellas es que realiza un retrato de la diáspora vasca en aquel Far West de EEUU con nombres, historias... y hasta aventuras. Manu, aquel “señorito” bilbaino que, sin embargo, «realizó un trabajo inmenso, entregado fielmente a la causa», se encontró con una colonia de vascos sin estudios, salidos de sus caseríos y que habían viajado al otro extremo del mundo -algunos con dos dólares en el bolsillo- para trabajar en condiciones muy duras. Algunos se habían enriquecido; otros seguían de pastores. Y en su relato aparecen historias en tono «casi barojiano», como el vecino de Ea que pensaba que hablaba inglés, hasta que se dio cuenta de que lo que había aprendido cuando bajaba del monte a comer a un restaurante era chino; o la historia de las dos decenas de pastores que murieron a tiros de los vaqueros, porque no entendían las amenazas de que si pasaban por su pasto les dispararían; o el descubrimiento de que el euskara tenía una sección semanal en “Boise Capital News”, con anuncios surrealistas como este: “Otoñako Jaque Barrisek” que anuncia J. C. Penney Co.

«En los dos años que ha durado el proceso, he ido conociendo detalles de su personalidad que me llevan a imaginar a un hombre del Renacimiento, polifacético, con una capacidad de trabajo increíble y gustos muy diversos», recuerda su editora. «Sobre todo, tenía una fuerte conciencia abertzale. Era un abertzale radical, favorable a una Euskal Herria independiente. No se andaba con medias tintas, ni en lo político ni en lo personal. También le gustaba pasarlo bien, la buena gastronomía, las conversaciones de sobremesa, con un café, copa y pipa, ya que fumaba en pipa. A la vez, era muy católico, durante muchos años fue voluntario en las peregrinaciones a Lourdes ayudando a los inválidos y enfermos; en Boise fue a misa todos los días que pudo. Creo que tenía una actitud romántica ante la vida, por su entrega e idealismo; defendía una sociedad más justa y auténtica, un pueblo vasco libre de limitaciones opresivas», concluye .

DESDE LA ATALAYA DE BIRIATU

Pedro de la Sota cederá los fondos que ha ido preservando a la fundación Olaso Dorrea. Fijamos una cita con él, para “robarle” alguna fotografía de su archivo con la que ilustrar este reportaje, y caemos en que es 16 de diciembre, 46 aniversario de la muerte de Manu. Pedro es nieto de Ramón de la Sota (1887-1978), quien fue diputado general de Bizkaia -«se dice que el primer Estatuto de Autonomía lo hizo el Gobierno de Agirre, pero no es verdad: lo redactó la Diputación de Bizkaia, bajo el mando de mi abuelo»-, y tiene recuerdos que dan para un libro. Historias de aquel Manu que, desde la atalaya de Biriatu, miraba en silencio al otro lado de la muga. Un Manu que llevó el exilio «con mucha entereza; mi abuelo y él siempre pensaron que Franco iba a caer», apostilla Pedro.

Y cuenta Pedro de la Sota cómo los fascistas, al arrasar su casa de Neguri, no pudieron coger a los Sota y “fusilaron” una estatua de un marinero... que ahora está en el Museo de Bellas Artes, con agujeros y todo. «La sana filosofía de aguantar el chaparrón con sonrisa, ánimo y espíritu, mientras que la procesión ande fuerte por dentro», escribió Manu sobre el desastre del 36.

El centenario de su presidencia en el Athletic y un ambicioso proyecto de investigación puesto en marcha por el Museo de Bellas Artes de Bilbo pondrán el foco en Manu de la Sota en 2026

«Era un abertzale radical, favorable a una Euskal Herria independiente. No se andaba con medias tintas, ni en lo político ni en lo personal. También le gustaba pasarlo bien, la buena gastronomía, las conversaciones de sobremesa, con un café, copa y pipa»



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