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Cuando buscaba un meteorito en Campo Cielo encontré al “Vasco” Zamacola (La Nación-en)

2020/03/08

“¿A cuántos mató?”, quise saber. Su primera respuesta fue una mirada fuerte que le sostuve mirándolo a los ojos. “El Vasco no solo no mataba, sino que ni siquiera hería. Rehuía del enfrentamiento. Está probado que en un asalto, al gerente de una empresa importante, antes de huir, le dijo que separara del botín su sueldo y le explicó que él no le robaba a los trabajadores”.

Lotura: La Nación

Ricardo Rivas. En la cultura china, desde sus orígenes, el cielo es trascendente. Lo aprendí en Monte Púrpura, cerca de la ciudad de Nanjing, provincia de Jiangsu. Fue mi amigo y maestro, el querido Shen An, quien me explicó que, desde los tiempos del emperador Zhou, la palabra Tian (cielo), “tanto puede encerrar la idea del cielo como cielo mismo, el cielo físico, como el cielo como deidad. El dios del cielo”. Lo escuché con atención y en el más profundo silencio. Recorrer esa montaña implica subir a través de escalinatas de piedras hasta alcanzar la altura de casi 500 metros sobre el nivel del mar en medio de una vegetación prodigiosa. Allí, en la ladera norte, después de 392 escalones, es donde descansan los restos dinásticos de la dinastía Ming que son custodiados por animales autóctonos y los guardianes pétreos del Ming Xialoing o Paseo de las Estatuas. Una pagoda imponente da cuenta de que en el lugar, desde muchos siglos, se asentó el poder. En la cima, se encuentra el Observatorio de la Montaña Púrpura. Un poco más abajo, en un museo, se atesoran “las piedras de la creación del universo”, agregó Shen. Inmediatamente después de transponer el portal de acceso, se detuvo frente de una vitrina, señaló una roca claramente ferrosa y me dijo: “De tu Argentina. De Campo del Cielo, en el Chaco”. Algunos días después dejé el Imperio del Centro con miles de interrogantes que 28 horas de viaje no fueron suficientes para encontrar respuestas. Solo una convicción emergió con claridad. Incansable buscador de historias la localidad de Charata, en el Chaco argentino, donde alguna vez estuve, sería mi próximo destino.

PIGUEN MONRALTÁ

Casi 77 Km separan Charata de Campo del Cielo. “Piguen nonraltá”, en lengua toba. Unos 4 mil años atrás, una lluvia de meteoritos se esparció en una franja de terreno de 3 km de ancho por 15 de largo que, desde 1811, se encuentra formalmente protegida. El meteorito que vi en el Monte Púrpura, hasta que fue instalado en el cofre vítreo en el que se exhibe, viajó 19.500 kilómetros. Pese a que la ansiedad me imponía llegar cuanto antes a ese punto de contacto cercano con el espacio exterior, por algunas horas me detuve en un pueblito cercano. Una grapa llegó hasta la endeble mesa de madera que ocupé en un pequeño despacho de bebidas polvoriento. Eché un vistazo al interior de ese lugar sin tiempo. Un par de fotos sepia enmarcadas y colgantes llamaron mi atención. Viajaba en el tiempo. Por aquí, pensé, alguna vez habrá pasado Mate Cocido. ¿Qué habrá sido de aquel bandolero rural que acusado de casi todo desapareció para siempre? Bebía en silencio. Alguna vez Baglietto (Juan Carlos), allá por 1983, cantó que Segundo David Peralta, el nombre real de aquel asaltante nacido en 1897, cansado de cabalgar los senderos chaqueños, tal vez un 7 de enero de 1940, cuando se lo vio por última vez, le pidió que si “te preguntan cómo he muerto, deciles que no sabés” y, luego, se preparó para partir: “Mi revolver, mi campera, mi hacha, mi trampera, mis viejos perros, mi prontuario” porque “tenés que estar prevenido”. Nunca más se supo.

La otra foto que llamó mi atención sobre otra pared desconchada y otra grapa, me dejaron en aquellos años. Los truenos a la vez que gruesos nubarrones gris oscuro aconsejaban no mover hasta que pasara la tormenta próxima a caer sobre aquella tierra reseca, cuarteada. “Quebrachera y montaraz”, como canta como nadie la Liliana Herrero. Un corte de luz, junto con un par de velas acudieron a mí desde la noche de los tiempos. Con uno de esos candiles en mi mano derecha me acerqué hasta esa imagen borrosa. “Eusebio Zamacola”, decía en letras pequeñas. El fogonazo inesperado de un rayo iluminó en la calle tres siluetas que apuraban el paso en procura de reparo. Mate Cocido, siempre vuelve. Siempre está. León (Gieco), lo asoció con “El Vasco Zamacola” en 2009. Recordó que el volatilizado bandolero en el “penal de Resistencia” a donde llegó extraditado desde “el Paraguay” conoció “a Zamacola”. Campo del Cielo quedó atrás. “La tormenta durará dos días”, dijo un parroquiano que ingresó empapado. Le creí. Gieco sonaba en mis oídos. Las hazañas de aquellos “bandidos rurales, difícil de atraparles”, se repetían como en los viejos tocadiscos. “Entre Campo Largo y Pampa del Infierno el pagador de Bunge y Born le da 6000 por no ser muerto (…) Gran asalto al tren del Chaco, monte de Saenz Peña, (…) Anderson y Clayton firma algodonera (…) 45.000 a Dreyfus le sacaron sin violencia. (…) El gerente Ward de Quebrachales 13.000 le entrega (…) Secuestró a Negroni, Garbarini y Berzon (…) Resistió fuera de la ley, resistió fuera de la ley”. Lentamente me dormí en aquella silla incómoda. Cuando desperté no llovía pero la calle era un lodazal.

Poco más de 270 Km recorrí hasta llegar a Resistencia, la capital de la provincia del Chaco. Era tarde para viajar a Buenos Aires. Casi dos días faltaban para el próximo vuelo. Busqué un hotel sin pretensiones. Tengo la habilidad de dormir en cualquier parte y condición. Cuando llegó la noche, un conserje en procura de una buena recompensa recomendó para cenar, La Biela, “en la esquina de Güemes y Córdoba”. Conversador el hombre, cuando supo de mi curiosidad por Zamacola, aseguró que “el que más sabe aquí de aquel Vasco intransigente es otro vasco: Fabio Javier Echarri, historiador que, creo que lo conoció cuando era chico”. No fue difícil dar con él. Es un tipo conocido. La charla se inició cuando supo de mi amistad con algunos otros connacionales. Hábleme del Vasco Zamacola.

“Lo conocí cuando comenzaban los ’70, en la casa de mi abuelo”, dijo el profe Echarri que lentamente desgranó que “Eusebio Zamacola Abrisqueta llegó a la Argentina en 1924 y al Chaco seis años más tarde. Tal vez porque no era fácil conseguir el sustento cometió algunos delitos menores. Luego, con el tiempo, fue bandolero que, hay que precisarlo claramente, es una categorización que da cuenta de una persona que delinquía pero con principios, con códigos y sus acompañantes (sus cómplices) estaban obligados a cumplirlos. Sus víctimas no eran humildes. El asaltaba a los explotadores de los trabajadores y se enfrentaba con policías corruptos que abusaban de sus facultades. El pueblo lo quería”.

UNA MIRADA FUERTE

“¿A cuántos mató?”, quise saber. Su primera respuesta fue una mirada fuerte que le sostuve mirándolo a los ojos. “El Vasco no solo no mataba, sino que ni siquiera hería. Rehuía del enfrentamiento. Está probado que en un asalto, al gerente de una empresa importante, antes de huir, le dijo que separara del botín su sueldo y le explicó que él no le robaba a los trabajadores”. Lo miré descreído. “Está en todos los partes policiales y judiciales de la época”, enfatizó el biógrafo casi ofendido. “Robaba a los ricos. Era un anarquista que en algunos hechos actuó junto con Mate Cocido pero no lo secundaba. Eran bien diferentes. El Vasco, no tenía jefes. Casi podría decirse que era un expropiador que iba contra la autoridad, contra todo gobierno, contra los ricos, contra las grandes empresas explotadoras y exportadoras. Lideraba. No era un actor de reparto. La suya es una vida de película”. Percibí admiración en cada una de sus palabras. Llegó la hora de marcharnos. Antes de despedirnos, Echarri recordó que, en 2012, a un periódico vasco, Gara, le dijo que “un epitafio posible” para Zamacola, en mi opinión, sería: ‘Aquí yace Eusebio Zamacola, un hombre de convicciones que se enfrentó a todo para conservarlas’. El Vasco nunca traicionó sus convicciones". Trepidé de emoción. Una vez más recordé a León. Creo que leyó algún texto de este vasco historiador. El Chaco quedó atrás. Una vez más, Campo del Cielo deberá esperar. Quiero saber cómo llegó aquel meteorito hasta Monte Púrpura?



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