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Sao Paulo se rindió ante una OSE expresiva en el recital de reválida de la gira brasileña; Unas 1.300 personas asistieron a la impresionante sala Estaçao Julio Prestes (en El Diario Vasco)

13/09/2007

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María José Cano/Sao Paulo, Brasil. Una sala magnífica, un público atento, respetuoso y entregado y una interpretación expresiva formaron el cocktail perfecto para que la Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE) triunfara en su concierto en la Sala Sao Paulo de la Estaçao Julio Prestes anteayer por la noche. La agrupación vasca se enfrentaba a la reválida más importante de su gira por Brasil y la superó con creces. Su presencia en el prestigioso ciclo del Mozarteum Brasileiro, por el que ha pasado hace poco más de un mes Lorin Maazel con la Orquesta Toscanini y donde tocará la Orquesta Sinfónica de Galicia el próximo mes de octubre, se recordará durante un largo tiempo.

Sin duda, el recinto en el que se celebró el concierto influyó mucho en el éxito del mismo. Poco tenía que ver con el teatro SESC de Sao Paulo en el que la Sinfónica de Euskadi había actuado el lunes, ni en estética ni, sobre todo, en sonoridad. Inaugurado en 1999, la Sala Sao Paulo de la Estaçao Julio Prestes es un auditorio que cuenta con los más modernos parámetros acústicos, incluso con paneles móviles en el techo en función del tipo de música a escuchar. Pero además el lugar era especialmente atractivo y conquistaba nada más entrar en él. Si al acceder a la entrada del edificio convivían galerías de arte y bares con un ambiente entre bohemio y selecto, la sala, con estructura de hormigón y mucha madera, con forma totalmente cuadrada, atrapaba por su calidez. Resulta curioso pensar que en su origen este edificio, con un área total de 25.000 metros cuadrados, era la Estrada de Ferro (ferrocarril) Sorocabana, principal vía de transporte de café en Sao Paulo. En la actualidad su uso es bien distinto. Como sede de la Orquesta Sinfónica de Sao Paulo, alberga en su interior una importante programación musical y está considerada la mejor sala de conciertos de América Latina.

Todo preparado

Al igual que en el concierto de Santos, el público pudo anteayer disfrutar de unas explicaciones previas sobre el programa que iba a escuchar una hora antes de que se celebrara el concierto, a las 21 horas (hora de Brasil). El encargado de impartirla fue el director de orquesta brasileño de origen alemán Sergio Igor Chnee, que aportó unos interesantes datos sobre Madina, Brahms y Tchaikovsky. Después de escuchar con atención sus palabras, y tomar algo en el hall de la entrada, el público se adentró en la impresionante sala, un escenario de absoluto lujo.

Y la música empezó a sonar. La Suite Vasca Orreaga de Aita Madina fue la encargada de romper el hielo con el público habitual de la sala, muy respetuoso y a la vez, tremendamente acogedor. Los asistentes, que siguieron con atención una partitura muy enraizada en el folclore vasco, disfrutaron con la rítmica de la primera pieza, Alai, sintieron toda la expresividad del más íntimo Itun y se sorprendieron con los movimientos danzantes de Gilbert Varga en el último movimiento, un Garai de rítmica muy característica de la música vasca.

Solistas con carácter

Cuatro veces tuvieron que salir a saludar el violinista Lorenz Nasturica y el violoncellista Asier Polo al finalizar su interpretación del Concierto para violín, violoncello y orquesta en la menor, op. 102 de Brahms y es que realizaron una interpretación inolvidable. Los dos solistas, de gran carácter, personalidad musical y absolutamente compenetrados en su concepción de la obra, fueron los indiscutibles triunfadores de la velada. El Allegro inicial, que presenta al cello con una cadencia tras unos pocos compases de la orquesta, nos desveló ya todo el poder expresivo de Asier Polo. En cuanto entró el igualmente embriagador violín de Nasturica, el entendimiento, la pasión y el acertado estilo se pasearon por los tres movimientos de la obra, un Andante propio de la madurez de Brahms y un Vivace non troppo vivo y ligero. La obra terminó con un bravo al unísono por parte de todo el público puesto en pie y la propina de una Passacaglia de Haendel/Halvorsen absolutamente mágica.

La segunda parte del concierto brindó también momentos de gran nivel. La orquesta se creció en una sala agradecida en acústica y en oyentes. El Adagio-Allegro ma non troppo que abre la Sinfonía nº 6 en si bemol menor, op.74, Patética de Tchaikovsky tuvo contrastes en dinámicas y tempi y pasó a un Allegro con grazia amable que aporta a esta obra la necesaria distensión. Este vals fue abordado con cariño y sensibilidad por parte de todos los atriles de la orquesta. El Tchaikovsky angustiado por su destino del primer tiempo y el hombre elegante y amable del segundo, se tornó vital en el Allegro molto vivace del tercero, en el que la Orquesta de Euskadi puso toda su energía. El sentimiento de angustia volvió en el Adagio lamentoso final, que Varga quiso mostrar desgarrado. Una muy distinta en carácter y concepción Danza Húngara de Brahms coronó el concierto como propina a ritmo de bravos.

Ayer la Orquesta Sinfónica de Euskadi volvió a la misma sala para ofrecer otro repertorio, esta vez con el pianista argentino Bruno Leonardo Gelber como solista. Las Acuarelas Vascas de Donostia, el Concierto para piano y orquesta nº3, en re menor, op. 30 de Rachmaninov y la Sinfonía nº 10 en mi menor, op. 93 de Shostakovich conformaron el progra- ma de despedida de Sao Paulo.

(publicado el 13-09-2007 en El Diario Vasco)


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