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Los mundos opuestos de Amal; a caballo entre su cultura familiar musulmana y su propia vida en Euskal Herria

22/08/2005

La arbizuarra Amal Jdi Baba (foto Deia)
La arbizuarra Amal Jdi Baba (foto Deia)

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Amal Jdi Baba es una chica de 23 años espléndidos y muchas ganas de vida. Disfruta con lo que le rodea y tiene claro que de haber vivido en el pequeño pueblo marroquí en el que nació todo hubiera sido diferente. Con unos meses la trajeron a Arbizu (Navarra) donde se ha integrado y desde entonces convive con ambas culturas. Euskaldun de ascendencia marroquí, hace pocas fechas la Televisión Vasca ha visitado Marruecos de su mano, y su rostro se ha hecho conocido en toda Euskal Herria. Ésta es su historia, recogida por Rosana Lakunza en Deia.
Amal es un claro ejemplo de que las coordenadas geográficas marcan la vida y el destino de los seres humanos. El día en que llegó a Arbizu tenía sólo unos meses y pasado el tiempo inició su escolarización en euskera como todos los niños de la localidad navarra. Sus primas, algunas de su edad, se quedaron en la costa atlántica marroquí, y aunque se ven de tarde en tarde, sus vidas son muy diferentes.

Las recientes libertades en Marruecos pueden garantizar un futuro mejor, pero aún parece pronto para notarse los cambios. «Ellas son más ‘‘cerradicas’’», comenta Amal. «Sé que les gustaría vestir como yo, más destapadas, pero hay miedo al qué dirán, qué pensarán, la deshonra de la familia... Pero también te diré que en este viaje que he hecho con ETB he visto como las cosas han cambiado a mejor».

Amal, que ha sido protagonista de un reportaje televisivo contando su experiencia personal, viste como cualquier joven, lleva varios piercing, sale y entra en casa a su antojo. Nada la diferencia, quizá el tono más tostado de su piel. Trabaja en hostelería y piensa seguir estudiando. Su carácter tiene un punto de rebeldía que le hace chocar con las costumbres ancestrales que han mantenido a la mujer musulmana encerrada en casa.

Hacía seis años que Amal no iba a Marruecos, el país en el que nació hace veintitrés años. Ha regresado sorprendida de los cambios que ha visto, de la evolución llamativa en muchos terrenos, pero cree que falta mucho por recorrer.

Ella llegó a Navarra con meses, fue hace más de veintidós años y hoy casi nadie repara en su origen. Su estilo es totalmente occidental. Su mundo siempre ha sido como dice ella «el que se ha vivido aquí». Sus padres son musulmanes practicantes y la mayoría de sus nueve hermanos también. Pero en su casa siempre ha habido una gran tolerancia que le ha permitido llevar una vida diferente a la de cualquier joven que viviera en la aldea marroquí donde residen el resto de la familia. Aun con los cambios, ella esta en el punto medio de dos culturas diferentes. Distintas por la forma de concebir la religión, el papel de la mujer en la sociedad o la manera de abrirse a otros mundos.

Feminista convencida

Tiene una impresionante mirada, sus ojos son negros y bailarines, lleva varios piercing que en su día no gustaron nada en casa, en especial a su madre. «Pero eso también ocurre en otras familias», puntualiza. Trabaja en un bar pero ha hecho un curso de animadora socio-cultural, con el tiempo le gustaría seguir estudiando. Dice que le gusta mucho hablar con la gente, observar, escuchar y reflexionar sobre todo.

Se considera feminista y respecto a su país de origen, Marruecos, opina que son las mujeres las que tienen que romper las barreras que siempre han imperado en su sociedad. «Siempre digo que son ellas las que tienen que salir, las que no tienen que quedarse en casa encerradas. Tienen que aprovechar esa igualdad que está empezando a nacer allí», comenta.

Su vida en Navarra tiene poco que ver con la de sus primas. Ella es independiente por su trabajo, aunque continúa viviendo en la casa paterna, pero sale y entra sin problemas. «Ahora no pasa nada, pero sí que he tenido movidas, sobre todo con mi madre, que es más exigente. Pero ya no, en casa han comprendido cómo soy y estoy muy bien, entro y salgo sin dificultad».

Amal Jdi Baba ha sido la protagonista de una serie de reportajes que ha realizado ETB-2 en el país africano. Ella ha mostrado a su familia y cree que aunque falta camino por recorrer, las diferencias son aún abismales, «Cuando fui a comer a un restaurante me quedé impresionada: la camarera era mujer. No me lo podía creer. Pero todavía falta mucho para que rompan con los lazos que les atan a estar en casa, a no hacer nada. Crían a los hijos, que está muy bien, pero tienen que hacer algo más».

La emigración

El cambio de vida de su familia se gestó antes de que ella naciera, cuando su padre dejó Essavoira, un pueblo de la costa atlántica marroquí y llegó a Navarra: «Como la mayoría de las personas emigrantes --cuenta-- vino por necesidad. También él como yo es muy emprendedor, con un carácter muy abierto. No se cómo se quedó aquí en Lakuntza, vino con más gente. Pero algunos partieron para Francia, ese era el destino de mucha gente. Él se quedó con cuatro o cinco amigos aquí y buscó un trabajo». Su padre ha trabajado siempre en el mismo empleo, una empresa de fundición y se adaptó tan bien a la vida de los pueblos navarros que trajo a su mujer y a sus hijos a vivir a Arbizu. Ahora hace siete años que se ha jubilado.

Las primeras impresiones de Amal están siempre ligadas a los pueblos de alrededor, sus costumbres son las de la gente con las que ha convivido desde que su vida social se inició en el colegio público en el que aprendió a hablar euskera, lengua en la que se expresa de forma natural con sus amigos. En casa, en cambio, utiliza el árabe, idioma que habla, pero que no escribe ni lee.

Cuando hace varias décadas llegó su padre a Navarra, la emigración del norte de África no era tan exhaustiva como es ahora. La familia Jdi-Baba se adaptó perfectamente a las costumbres y no hubo ningún problema.

Ahora recuerda cómo de pequeña bajaba todos los veranos a Marruecos, «pero luego dejamos de ir. A mi el país me gusta mucho, pero yo me siento más de aquí. Es que es como si hubiera nacido en Lakuntza o en Arbizu, ¿qué diferencia hay?», se pregunta.

Mientras hablamos, sus amigos pasan y le hacen comentarios. La tele la ha convertido en un personaje famoso y eso, en una localidad de apenas mil doscientos habitantes, se hace notar.

«Mi abuela me mira mucho, pero no dice nada»

Las cámaras de televisión le han servido a Amal para vivir [en Marruecos] el reencuentro con su abuela paterna, una mujer de noventa y tres años que mira y remira a su nieta, pero que no dice nada. «Para ella mi mundo es muy distinto. ¿Qué le puedo contar yo a una mujer que tiene una forma de vida tan distinta, que no conoce nada de mi ambiente?, dice.

«Además, tampoco me gustaría ofenderla con mi forma de pensar. Ella me mira, supongo que pensará que allí la mujer es otra cosa...». Y aunque algun miembro de su familia, no todos, vivan muy diferente al estilo de Amal, insiste en que las reformas son lentas, pero se van notando a medida que pasa el tiempo. Y desde la mentalidad actual, para ella todos los cambios son muy positivos.

La solidaridad familiar

«Quiero dejar claro que ni todos los árabes son musulmanes, ni todos los musulmanes tienen porque ser árabes», dice Amal. Cuando el padre de Amal llegó a Navarra tenía claro el objetivo de ayudar a los que se quedaban en Marruecos.

La zona en la que se asienta la familia de esta joven es agrícola, lleva sufriendo una sequía más intensa que la habitual desde hace dos años.

«Cuando mi padre llegó buscando trabajo no encontró problemas, estaba dispuesto a hacer cualquier labor. Él mandaba dinero a mi madre y mis hermanos que estaban abajo. Cuando llegaba agosto iba a ver a todos. Siempre hemos seguido ayudando a la familia con lo que podemos. Mis padres siguen mandando dinero allí, si no lo hacen ellos lo hacemos nosotros. Llevas comida a casa o mandas dinero a tus hermanas que viven lejos. Allí la vida cuesta mucho menos que aquí. Si yo puedo prescindir un mes de ciento veinte euros lo hago. Sé que van a ir muy bien por allá».

Dice que seis mil euros es una pequeña fortuna en su país. «A lo mejor te puedes llegar a comprar hasta una casa con ese dinero. También es cierto que allí el consumo es diferente, se gasta menos, se vive con menos. No es que yo sea de mucho comprar, pero no sé si podría», concluye.

Personalmente se siente integrada. «Nadie me ha dicho nada por mi origen, nunca he oído un insulto o me he quedado aislada. Estoy encantada con la decisión de mi padre de quedarse aquí y no subir a Francia. Me gustan los pueblos pequeños, me gusta la gente, me gustan mis vecinos, mis amigos...».

«Evito el tema religioso, así no hay discusiones»

Amal tiene dos mundos. El primero, el que le resulta a ella más lejano y ancestral está en su casa. Sus padres, sus hermanos, profesan los ritos del Islam. Pero sólo se presenta distante en materia religiosa. En su hogar hay ramadán, hay rezos, se cumplen ciertas prohibiciones.

«Mira, yo les respeto, no quisiera ofender aquello en lo que creen ellos, pero yo siempre he estado al margen. Desde ese punto tengo que agradecerles esa libertad. También es verdad que con mi madre, con mis hermanas puedo hablar de casi todo, pero evito el tema religioso, así no hay discusiones».
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Cuando ha bajado a Marruecos se ha encontrado con su familia, la que se quedó allí. Respecto a la mujer, se avanza, algunas trabajan -pocas- y desde luego salen menos que aquí. «Si ves a una mujer tomando un té o lo que sea, seguro que al lado está el padre, el hermano, el marido o el hijo. Seguro que sola no está. Todavía pesan mucho las costumbres de tantos siglos de estar ocultas».

Amal señala que aunque la vida es diferente para las jóvenes marroquíes, no todas hacen una vida que se va aproximando a la occidental. Puntualiza con mucho énfasis que en su casa ningún matrimonio ha sido concertado. «Ha sido porque mis hermanas han querido, por amor, por lo que quieran, pero no por obligación. Mis padres nunca nos hubieran obligado a eso. Mi madre me suele decir que seguro que yo le traigo un chico de aquí. No lo sé, no tengo ni idea de lo que haré».

«Mi madre lleva velo ahora, yo nunca lo he usado»

Amal es una chica de carácter y es difícil hacer que comulgue con ruedas de molino. Si algo tiene claro, es que hay que luchar para conseguir salir adelante en la vida. «Mi madre vino aquí con la misma edad que tengo yo ahora, no llegó aquí hasta que no crió a sus hijos allá en Marruecos. Dos nacieron aquí. Mi padre se adaptó perfectamente. No tuvo más remedio que adaptarse. No es la misma situación ahora que la hace veinte años o cuarenta años. Nunca nadie le ha faltado al respeto. Mi madre ha tenido el problema de que al estar arropada por mi padre ha salido menos. Ha estado en casa, ha tenido pocas oportunidades de salir. Pero nadie le ha negado, menos mi padre, el derecho a hacer una vida social más abierta. Ella es más cerrada, es abierta con la gente de Marruecos, tampoco domina muy bien el castellano. Ahora lleva cinco años trabajando fuera de casa y eso le ha ayudado a entender la forma de vida de aquí, las costumbres».

Sin embargo, ahora se ha adaptado tan bien que se va sola a Pamplona, a Bilbao o Egipto si es necesario. «Mi madre es bastante religiosa, lleva el velo ahora, porque hace veinte años no lo llevaba, pero desde hace siete se lo pone siempre, sobre todo si hay alguien delante que no es de la familia. Ambos son musulmanes totales; rezan, hacen el ramadán, han ido al Meca los dos, por separado, y hacen todas las prácticas que su religión les obliga. Son muy fieles, pero con ellos».

Un camino difícil

Fija los ojos cuando se le pregunta si ella ha llevado alguna vez velo porque en este momento se siente con menos ataduras. Agradece esa libertad de la que goza ahora, pero no todo ha sido un camino de rosas y ha habido sus más y sus menos en cuestión de costumbres y formas: «Conmigo lo han tenido bastante chungo, he tenido bastantes movidas. Mi padre ha sufrido mucho conmigo, con mis hermanos no, porque a ellos enseguida les gustó lo que es la práctica del Islam. No me considero musulmana, lo que eso significa no es compatible conmigo, con mi forma de ser, con mi carácter. No comparto la fe que hay ahí, no entiendo», explica.

Aunque se ratifica en que no comparte ni esa la religión musulmana ni la cristiana, respeta a quién sigue rigurosamente las dos. No ha leído el Corán, tampoco la Biblia.

«A veces te encuentras con gente que dice que es musulmana, pero no cumple con lo que manda esa religión. Sobre todo hay muchos hombres que son muy creyentes, pero fuman, beben y son mujeriegos. Por lo menos mi padre cree en el Islam, pero es de lo que cumplen con todo lo que su religión le pide». Amal es inflexible en ese aspecto, lo contrario le parece hipocresía, pero en cualquier practica religiosa, sea musulmana, sea cristiana.

Pasa de puntillas sobre lo acontecido con los atentados de Nueva York, Madrid y Londres, eso sí, sin quitar a los atentados el dramatismo que tienen. Lo que sí reconoce es que nadie le ha dicho nada y mucho menos se ha visto afectada en su vida por ellos. «Los he visto como todo el mundo, pero pienso que detrás de ellos está siempre el dinero, no la religión. He sentido lo mismo que puedes sentir tú, lo mismo que sintieron miles y miles de personas», concluye.

(publicado el 21-08-2005 en Deia)


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