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"Nací en Colombia, pero el euskera es mi idioma": Aimara Marrero no renuncia a sus dos identidades

20/02/2019

Aimara Marrero, acompañada por su padre Álvaro (foto Javi Colmenero-NDG)
Aimara Marrero, acompañada por su padre Álvaro (foto Javi Colmenero-NDG)

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La familia de Aimara, residente hoy en Irun (Gipuzkoa), ha sabido moldear su identidad adaptándose a las costumbres vascas sin renunciar a sus orígenes. Algo que en muchas familias de origen extranjero se convierte en un enorme escollo, en el caso de esta familia, tomó un curso natural gracias a la disposición de sus padres. Jorge Napal firma el reportaje que publica hoy el diario Noticias de Gipuzkoa.

Jorge Napal. Cuando le subía la fiebre, pedía “ura” en vez de agua. También decía “berriro” y agitaba los brazos para demandar atención y seguir jugando. Utilizaba un sinfín de expresiones que a sus padres les sumían en el desconcierto. Aimara Marrero, aquella niña colombiana que balbuceaba en lengua vasca, se ha convertido en una jovencita euskaldun que ayer se paseaba por Donostia, orgullosa de su bagaje cultural, junto a su padre, un ingeniero técnico electromecánico que siempre ha sabido bien el terreno que pisaba. “Nuestras raíces son las que son y, por supuesto, no renunciamos a ellas, como cuando nos ponemos a cocinar arepas de maíz con queso. Pero siempre tuvimos claro que el futuro de nuestros hijos pasaba por una educación arraigada en el lugar donde decidimos fijar nuestra residencia”, decía Álvaro. No es extraño que por ello desde su más tierna infancia la colombiana Marrero hablara euskera con total desparpajo.

Decir que su lengua materna es la vasca con una madre latinoamericana puede llevar a equívoco, pero así ocurrió con la niña, que aprendió euskera antes que castellano en la ikastola Koldo Mitxelena de Errenteria. Hubo por todo ello en el hogar familiar cierta confusión inicial, hasta tal punto que sus padres tuvieron que apuntarse a un euskaltegi para acompasar el despertar escolar de la pequeña de la casa. “Hay compañeras de clase que durante estos años han empezado a estudiar euskera pero con el tiempo lo han dejado porque dicen que no tiene salida porque este es un país pequeño. Yo no lo veo así. Es una cuestión de sentimiento. Es un idioma que me encanta y que seguiré utilizando”, dice la adolescente de 14 años, que quiere ser psicóloga “para ayudar a la gente”.

Aimara vino con poco más de un añito desde Colombia. En concreto, desde Cúcuta, la ciudad fronteriza con Venezuela donde estos días han llegado tres aviones de carga C-17 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos con ayuda humanitaria. Las presiones de la oposición venezolana y de varios países para que el presidente Nicolás Maduro renuncie al poder van en aumento, y ni por asomo Aimara se plantea regresar. Marcharon mucho antes de que estallara la actual crisis humanitaria, pero esta familia residente en Irun tiene claro que su futuro pasa por continuar en Gipuzkoa, a donde llegaron de manera casual.

“Fue por medio de una conocida como nos instalamos inicialmente en Burgos. Pero teníamos ganas de conocer otros lugares, y así fue cómo un día cogimos el mapa y nos fijamos en Donostia”. Casi sin pensarlo, tomaron un tren, que les deparaba una grata sorpresa. Nada más bajarse, Aimara, con un año y medio, y su hermano Diego Andrés, que por aquel entonces tenía ocho, vieron el mar por primera vez. “Lo descubrieron en la playa de La Zurriola”, rememora su padre, de 45 años.

Y lo que fue una visita esporádica se convirtió en un apremiante deseo por cambiar de residencia, que con el tiempo fue en aumento. Contaron para ello con la ayuda de Cruz Roja, que les abrió una puerta que supieron aprovechar al brindarles la oportunidad de escolarizar a los menores en la ikastola Koldo Mitxelena de Errenteria. “Estudiaba todo en euskera y pronto aprendí”, sonríe la colombiana. Su hermano también se hizo pronto con las riendas del idioma.

Algo que en muchas familias de origen extranjero se convierte en un enorme escollo, en el caso de esta familia, tomó un curso natural gracias a la disposición de sus padres. “Cuando acabó el programa de apoyo de Cruz Roja, nos trasladamos al barrio Gaztaño de Errenteria. Casualmente, es una zona muy euskaldun, y mis hijos hicieron una labor de puente muy importante con los vecinos del barrio para que pudiéramos estar al tanto de las diferentes actividades e iniciativas que se tomaban. Ellos nos traducían lo que no entendíamos”, explica Álvaro.

Y así se fue moldeando una identidad familiar nueva que se abría paso en una realidad vasca diversa. “A mí me encanta la tortilla de patata, pero en Colombia no es habitual”, suelta la joven, que actualmente estudia en el Colegio Irandatz de Hendaia. “Lo que sí ha acabado llegando es la txistorra”, sonríen ambos. Hablando de gustos culinarios e identidades, Aimara descuelga una tímida sonrisa.

Con una voz apagada y reflexiva, casi como pidiendo permiso para tomar la palabra, admite que ha pensado en todo ello en más de una ocasión. “Mis rasgos son de fuera, pero por dentro soy de aquí. Hay mucha gente que se queda sorprendida cuando me escucha hablando en euskera. De hecho, ahora mismo en clase soy la única que habla en lengua vasca sin haber nacido aquí. Me siento feliz, muy segura y tranquila”.

Su padre le mira, y entre ellos se adivina una evidente complicidad, con el deseo de la hija de corresponder al esfuerzo que en su día hicieron en casa por ella. “Quiero en la vida algo grande. Estudiar Psicología para ayudar a los demás. Me gustaría llegar a encontrar un trabajo con el que ganar el dinero suficiente para que mis padres no tuvieran que trabajar”, confiesa Aimara con toda la bondad del mundo.

(publicado en Noticias de Gipuzkoa)



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