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Jaurrieta y Gayarre, 1880-2005; se cumplen 125 años desde que un terrible incendio destruyera Jaurrieta; la solidaridad permitió su reconstrucción (en Diario de Noticias)

10/10/2005

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Iruña-Pamplona. Hace unos días, el pasado día 1 para ser más precisos, asistíamos en Jaurrieta a un acto tan entrañable como emotivo, a un acto sencillo pero sincero, a un gesto de agradecimiento que honra a los vecinos de esta villa. Se conmemoraba el 125 aniversario de aquél incendio que en 1880 arrasó por completo la villa de Jaurrieta, y también el mismo aniversario del gesto solidario que hacia esta villa tuvo el tenor roncalés Julián Gayarre, y con él otros músicos navarros como Pablo Sarasate o el maestro Guelbenzu.

Sirvió aquella jornada para echar una mirada retrospectiva, para acercarnos a la realidad de lo que aquello pudo haber sido, para tributar un sentido homenaje a ritmo de Axuri beltza a aquella generación de jaurrietanos que fueron capaces de sacar adelante su pueblo con sus manos y con su esfuerzo, para agradecer públicamente el gesto generoso que hacia ellos tuvo Julián Gayarre, y para hermanarse, un poco más si cabe, con sus vecinos roncaleses.

Allí, en aquél frontón, se vieron lágrimas que exteriorizaban la emoción de unos y de otros; allí se sintió la recompensa de la solidaridad; allí se vieron banderas e indumentos recordando que Salazar y Roncal comparten una misma identidad pirenaica; allí se oyeron voces, y se vieron gestos, que serán difíciles de olvidar, muy difíciles de olvidar. Creo sinceramente que nunca el Axuri beltza de las mozas de Jaurrieta había tenido tanto sentido. Ni tampoco el Ttun-ttun roncalés, simbolizando la ayuda de Gayarre.

La grandeza de un pueblo, como colectivo humano, no se mide por las heroicas batallas que haya ganado a lo largo de su historia, sino por su capacidad de algo tan sencillo como decir gracias. Y Jaurrieta demostró el otro día su grandeza. Jaurrieta dijo gracias; y Roncal, a través de su alcalde, le recordó que "todos somos Jaurrieta, y todos somos Gayarre, porque formamos parte de una misma identidad".

Y la grandeza, incuestionable, de Jaurrieta, no sólo ha quedado demostrada ahora. En dos ocasiones anteriores, al menos, esta villa salacenca ha sabido resurgir de sus propias cenizas, como el Ave Fénix, pero no por arte de magia, sino a base esfuerzo y de sacrificio. Esto sólo es entendible desde un profundo amor a la tierra en la que se ha nacido, desde un tremendo respeto hacia la labor y el esfuerzo de las generaciones anteriores.

Incendio

Primero fueron los franceses, quienes en 1792 incendiaron el pueblo dejándolo en la más absoluta ruina. A esta desgracia respondió entonces Jaurrieta trabajando solidariamente, consiguiendo reconstruir la villa con bastante rapidez, edificio a edificio.

Pero vamos a centrarnos en ese otro incendio posterior, mucho más grave y catastrófico que el que provocaron ochenta y ocho años antes los franceses.

Antiguamente, como sabéis, no había luz eléctrica; los vecinos de estos pueblos tenían que usar velas para la iluminación, o teas, o candiles --bien fuesen de aceite, o de carburo--. Sabéis también que la estructura interna de las casas era de madera, de madera seca; y que cada casa cobijaba en su interior todo un arsenal de paja para el ganado, y también de leña, para sobrevivir al frío invierno. Incluso los propios tejados estaban hechos a base de teja de tablilla.

Así pues, como digo, no había pasado todavía un siglo de aquella acción guerrillera de los franceses, cuando el infortunio se cebó de nuevo con esta villa de Jaurrieta.

Era el verano de 1880; se han cumplido ahora 125 años de aquello. Los vecinos acababan de llenar sus casas de hierba, la que habían recolectado ese mismo mes. Una llama prendió un viejo papel, tal vez algo de paja, otros dicen que una tabla, ¡qué más da!. Lo cierto es que el fuego fue a más sin nadie darse cuenta.

Hierba seca en abundancia, vigas y suelo de madera…; en segundos el fuego se hizo el amo. Para cuando los vecinos se dieron cuenta ya era tarde. Fatídicamente tarde.

De una casa rápidamente pasaban las llamas a la otra. Las campanas volteaban sin cesar anunciando la desgracia. Quien más suerte tuvo logró sacar de sus casas algunas pertenencias, algo de ganado, algún dinero… lo que se pudo. Las llamas apenas concedieron una mínima capacidad de reacción.

Espectáculo dantesco

En muy poco tiempo, dicen, el espectáculo fue dantesco. El pueblo entero era una antorcha en el que no se oía mas ruido que el chisporroteo de las llamas, el crujido de la madera, y las voces alarmadas de quien huía como podía. Los vecinos, apiñados en el monte, contemplaban impotentes la voracidad del fuego. Era la ruina. Tan sólo seis casas se mantuvieron en pie. Todo hacía presagiar que Jaurrieta asistía en ese momento, después de siglos de antigüedad, a su punto final. ¡Qué tuvo que ser aquella sensación!.

Sus vecinos se habían quedado sin nada. A algunos, los más afortunados, les quedaba la borda desde donde empezar de nuevo; a otros… la tierra y el cielo. Jaurrieta quedó sumida en la ruina más absoluta, simbolizada por un caserío carbonizado, humeante, del que apenas quedaron algunas paredes, o algunas portaladas que daban entrada a la nada, o unas arnayas como tizones, o unas calles convertidas en escombreras. De esto hace, como os he dicho, 125 años.

Es por eso que el pasado día 1 los jaurrietanos dedicaron un recuerdo emocionado a aquellos vecinos de esa villa; a aquellos que, lejos de irse de su pueblo, lejos de abandonar su tierra, decidieron ponerse manos a la obra, decidieron ponerse a trabajar. No había dinero para reconstruir el pueblo; pero había manos y voluntad para empezar de nuevo, una vez más, a forjar un futuro.

A aquellos hombres y mujeres, 125 años después, sus descendientes, y sus vecinos del Pirineo con ellos, les tributaron un emotivo homenaje. Un homenaje sencillo, pero sentido con toda la fuerza del alma. A ellos, a todos ellos, se les dedicó esa danza de Jaurrieta, el Axuri beltza , una danza cuyo ritmo e indumentaria nos ayudó a trasladarnos a aquella realidad que se evocaba. Creo que en ese momento todos los allí presentes nos sentíamos jaurrietanos, orgullosamente jaurrietanos. Fue un momento no apto para personas que tuviesen una mínima sensibilidad.

Apoyo insuficiente

Pero situémonos de nuevo en aquel triste momento del año 1880. Conforme pasaban los días los vecinos fueron asumiendo la magnitud de la tragedia. Del pueblo ya no quedaba nada, sus casas eran irrecuperables totalmente. Y lo que era peor, ni con la más generosa de las ayudas económicas institucionales era posible reconstruir la villa.

Sin embargo, no por ello cayeron en el desaliento. Como he dicho antes, quedaban las manos, y quedaba voluntad sobrada para empezar a reconstruirlo todo. El resto de las villas salacencas se unieron como una piña en apoyo a Jaurrieta. La Diputación también puso de su parte. Con todo… seguía sin ser suficiente. Era imprescindible una buena inyección económica. Se auguraba, por tanto, una reconstrucción lenta, a largo plazo, muy a largo plazo.

Pero… la solidaridad entre los hombres y mujeres del Pirineo no tiene límites. Salacencos y roncaleses --y hablo como roncalés--, hemos vivido siempre una lógica rivalidad; que si pastos, que si fuentes, que si mugas,…. Era lo normal. Sucedía exactamente lo mismo entre otros valles.

Lo que a nosotros nos diferenciaba del resto es que cuando llegaba la hora de la verdad, cuando llegaba el invasor de turno, éramos un solo pueblo, un solo ejército, una sola causa. Los pleitos entre ambos valles quedaban aparcados, y daban paso a una unidad total, a una unidad real y efectiva. Basta con hacer un repaso a la historia del viejo Reino de Navarra para comprobar que pocos ejércitos han sido tan temidos como el formado por los valles del Pirineo navarro, incluida Aezkoa.

Por eso a nadie le tiene que extrañar que ante una catástrofe como la que le sucedió a Jaurrieta en 1880, un hombre del Pirineo, un hombre de la montaña, un roncalés para más señas, tomase la iniciativa de ayudar a esta villa. Él, por ser quien era, tenía capacidad para ayudar. Y ayudó.

Hablamos de Julián Gayarre; en aquel momento el mejor tenor del mundo, el número uno.

El gesto de Gayarre

Y a aquel hombre, que antes de triunfar en los mejores escenarios operísticos de Europa y de América había sido pastor; a aquél hombre que antes de vivir encumbrado en la fama, en la gloria, y en la bonanza económica, había sabido lo que era tener que trabajar de sol a sol para poder comer; a aquél hombre… la desgracia de Jaurrieta no le fue indiferente. La indiferencia era incompatible con su condición de montañés.

Si Julián Gayarre fue capaz en su día de renunciar a apetecibles contratos por ayudar a salir adelante a los sevillanos que habían visto cómo su ciudad era anegada por las aguas, ¿cómo no se iba a volcar ahora con sus paisanos?

Pues bien, para quien no lo sepa, deciros tan sólo que Gayarre decidió pasar a la acción. Habló con otro número uno, con Pablo Sarasate, violonista; y también con otro destacado músico navarro, Guelbenzu. Y no le fue muy difícil convencerles para hacerse contratar por el Ayuntamiento de San Sebastián para que en plena Semana Grande, concretamente el 17 de agosto de 1880, diesen todo un recital destinado a recaudar fondos para reconstruir Jaurrieta.

¿Cuánto dinero se sacó?. No lo sabemos, pero os voy a dar alguna pista. El importe total era la suma de la recaudación de todo lo que se sacó en la taquilla, más lo que cobró Gayarre por actuar, más lo que cobró Sarasate, más lo que cobró Guelbenzu, más lo que cobró la Sociedad de Conciertos de Madrid, más lo que se recaudó tras el llamamiento previo de Gayarre para que la gente diese donativos para Jaurrieta, más el donativo personal y generoso del propio Julián Gayarre.

Sépase que dentro del mundo de la música no había en aquél momento, ni lo hay ahora, nadie que ganase tanto dinero como Gayarre. Pablo Sarasate no quedaba muy lejos de ese caché. Todos los que intervinieron cobraron según lo establecido en su caché. E íntegramente lo donaron para Jaurrieta. Haceos ya una idea del volumen de dinero del que estamos hablando.

La suma de todo eso, muy superior a toda ayuda económica recibida hasta ese momento, hizo que Jaurrieta pudiese salir del trance. No fue una ayuda más. Fue una aportación decisiva.

Es por ello que el pasado día 1 se pudieron ver en aquellas calles ambientadas musicalmente por la fanfarre roncalesa, a vecinos y autoridades de las villas de Jaurrieta y de Roncal, y a vecinos y autoridades de los valles de Salazar y de Roncal; no podía ser de otra manera. Estábamos reunidos para reconocer y agradecer la generosidad de Gayarre, de su gesto, y también el gesto de Sarasate, de Guelbenzu, y de cuantos entonces se prestaron a colaborar en esta iniciativa del tenor roncalés.

Homenaje musical

Y si unos minutos antes se había visto, y sentido, cómo el Axuri beltza, una de las expresiones folclóricas más singulares de Jaurrieta, simbolizaba el homenaje a aquella generación de jaurrietanos que con sus manos hicieron posible la reconstrucción del pueblo, seguidamente un grupo de vecinos de Isaba mostró y escenificó otra de las expresiones folclóricas más representativas del Valle de Roncal, el baile del Ttun-ttun , todo un homenaje a Gayarre, toda una forma de decirle gracias. Porque, a la hora de decir gracias, a la hora de agradecerle a aquellos vecinos de 1880 todo su esfuerzo, y a la hora de agradecerle a Julián Gayarre su generosidad, una vez más salacencos y roncaleses fueron una sola voz, una sola causa.

Jaurrieta y Gayarre nos dieron en 1880 toda una lección. Una lección que nos hablaba de esfuerzo, de sacrificio, de solidaridad, de generosidad, de unidad; una lección que nos enseña que ante los momentos de apuro se diluyen las fronteras locales en beneficio de la causa de la supervivencia. Es una lección que a día de hoy sigue estando plenamente vigente.

(publicado el 10-10-2005 en Diario de Noticias de Navarra)


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