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Gernika, George Steer y nosotros

27/04/2005

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El escritor y periodista vasco Félix Maraña escribe en este artículo sobre la deuda que el Pueblo Vasco y su Historia guardan para con el periodista George Steer, corresponsal de guerra y testigo presencial del horror que supuso el bombardeo de Gernika y la persona que los describió en las crónicas que remitió a The Times y al The New York Times, contrastando con el cúmulo de falsedades que la propaganda franquista distribuyó, atribuyendo sin pudor la destrucción de la villa foral a los propios vascos. Al hilo de ello, Maraña reivindica la deuda que persiste para con el poeta Juan Larrea, autor de 'The Vision of Guernica', a quien sitúa detrás de Picasso, alentándole, asesorándole e impulsándole a que pintara el 'Guernica'.
Por Félix Maraña, escritor

Pocas veces el periodismo se ha revelado con tanta fuerza como argumento documental de la historia, como en la crónica que el periodista George Steer remitió al The Times y al The New York Times, a propósito del bombardeo de la villa de Gernika, el 26 de abril de 1937. Sin aquella crónica que el periodista, escritor y aventurero publicó en tan influyentes medios de comunicación mundial, no sólo no se hubiera conocido la realidad de la destrucción de la villa foral, sino la verdadera faz, intención e intervención de la legión Cóndor en la guerra civil española. El valor de la crónica de Steer está no sólo en su función informativa, sino en su decantación histórica, porque con ella, con esa verdad revelada, se conoce a un tiempo la miseria del mundo y el mundo mismo. Lo que vio Steer en aquel día de mercado gerniqués lo vieron también otras personas, pero nadie como él tuvo el acierto, el coraje, el sentido de la vivencia histórica, así como los medios de mejor soporte para su difusión, para decir al mundo lo que vio, con muy pocos adjetivos.

En Durango, ciudad bombardeada con la misma intensidad y no menor inquina, todavía hoy no se sabe cuántas personas murieron con certeza. Pero no importa la cantidad, sino su significado. Si repasamos hoy los pronunciamientos culturales que, por ejemplo, en la poesía, se dieron en todo el mundo a propósito de ambos bombardeos, encontramos cientos de creaciones líricas sobre la tragedia de Gernika, pero apenas escasos pronunciamientos --César Vallejo, Neruda, y poco más--, sobre el bombardeo de Durango. Este hecho no hace menos intenso el sufrimiento de los naturales de ambas villas, ni más crueles a los ejecutores de aquella tropelía, pero nos hace ver cuán importante es en la historia del mundo que el testigo cumpla con su función testifical y diga cuanto vio y no añada, porque ya es bastante.

Otro periodista de cultura británica, Nicholas Rankin, acaba de publicar ahora la edición en castellano de su libro Crónica desde Guernica. George Steer, corresponsal de guerra (Siglo XXI Editores), en donde descubre, nunca mejor dicho, la personalidad desbordante del propio Steer, un aventurero que murió demasiado pronto, apenas con 35 años (1944), para haber hecho tanto en la vida. Rankin ha contado con la complicidad de George Steer, Jr., aunque puede decirse que ambos se han ayudado a conocer al colega periodista y al padre. Juntos se fueron al lugar de la India en donde falleció el periodista, cuyo nombre quedará asociado a Gernika, y juntos han venido ahora al País Vasco, para revivir el sendero emocional y sentimental del personaje retratado. Cuenta Rankin, periodista de la BBC, que conoció a Steer, tras un viaje a estos lugares, allá por 1997, cincuentenario de Gernika, que le extrañaba cómo Steer era un desconocido en la cultural británica contemporánea. Fue el historiador Paul Preston --a quien el franquismo apodó como el quinto de Liverpool: los otros cuatro eran The Beatles-- quien animó a Rankin a descubrir la personalidad de aquel periodista y escritor cuyo libro, El Árbol de Guernica, es sin duda un documento de tanta significación histórica como de ejemplaridad moral.

Una lectura rápida del dinámico relato de Rankin sobre la vida de ese explorador de la verdad que fue Steer, nos advierte también qué escasa relación hay, a pesar de las innovaciones tecnológicas, entre las culturas. Pues, si Steer era un desconocido en la cultural británica, Juan Larrea es un desconocido en su propio País Vasco. Como quiera que en su propia cultura no ha sido sino escasamente considerado, y no incorporado como valor propio, resulta que su biografía y bibliografía no se asocia a un hecho trascendental en la cultura del mundo: la creación del Guernica de Picasso. Porque, efectivamente, fue Dora Maar quien testificó día a día y hora la creación de esa obra de grito universal, pero a su lado, día a día, y hora a hora, en el mismo proceso, hubo una persona, Juan Larrea, poeta de Bilbao, que alentó a Picasso como si en el proceso le fuera la vida. Larrea publicó un libro excelente, un documento único, The Visión of Guernica. Sólo medio siglo después se pudo conocer su edición en castellano. No aparece tampoco en la nómina del libro de Rakin --y esto no es una crítica, sino un pretexto para una nueva investigación-- la personalidad de Larrea, de cuyo hecho somos culpables nosotros, que no hemos sabido decir quién es nuestro paisano en relación con un hecho trascendental de la historia del mundo.

Las grandes señales de la historia están hechas por aportaciones anónimas, o nominales, pero hechas con la misma naturalidad, intención, sobriedad y veracidad con la que Steer se condujo al decir al mundo lo que había visto, con dibujos y señales, y datos y verbos --como aparece en su libro El Árbol de Gernika, que debería reeditarse en castellano, pero bien hecho, como se hacen los libros en los países serios--, aquel lunes de muerte en Gernika.

Cuenta el escritor José de Arteche que, tras aquella guerra de guerras, cruel como todas y como ninguna, un ciudadano de la costa guipuzcoana que había quedado en el lado de los perdedores, se encontró de pronto años después con un apuesto joven, quien en un acento germánico y con suficientes conocimientos de castellano, le iba diciendo al lugareño todos y cada uno de los nombres de los montes vascos que divisaban, al correr del Ferrocarril de los Vascos. Extrañado el ciudadano --Aguinaga, ex alcalde republicano de Zumaia-- del conocimiento detallado del joven alemán, que ahora era sacerdote jesuita, le inquirió la razón de aquel preciso saber. El apuesto joven no tuvo inconveniente en ratificarle: había sido miembro de la Legión Cóndor. Contó, por demás, este confidente y protagonista directo de aquellos bombardeos, que la plica con la orden de la acción bélica debían abrirla en vuelo y que, al abrir la correspondiente a la ejecución del bombardeo de la villa foral, aparecía una referencia cruel: una mancha completamente roja.

La cultura, la comunicación, el conocimiento de la personalidad de Steer, que ahora nos retrata en profundidad Rankin, nos va a ayudar a comprender aún mejor que, cuanto Steer --aquel hombre extraviado, siempre en la busca de la otra verdad-- dijo sobre el bombardeo de Gernika no fue un ejercicio de su mente bulliciosa, sino de su conciencia y sentido histórico. Rankin, que también es un aventurero como Steer, en el sentido más profundo del término, y a quien Graham Green aplaudió su libro sobre Stevenson, nos da ahora la oportunidad para hacer una reflexión sobre lo mucho que debemos a Steer en el País Vasco. En ese entendimiento, el amigo José María Gamboa y otros bidasotarras, tienen el propósito de erigir una estatua que represente a Steer en Gernika. A la sombra y fervor de Santiago Etxea, la casa que fundó otro explorador --Zuloaga-- Steer Jr., expresaba su emoción por el retrato que Rankin ha hecho de su padre. Ahora tenemos nosotros, además de agradecerle a Rakin su libro, hacer el que procede sobre el papel de Juan Larrea en relación con el cuadro de Picasso, y proponérselo al mundo, como se merece. ¿O esperamos a que Rankin nos escriba el libro?

(publicado el 27-04-2005 en El Diario Vasco)


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