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El jai-alai o cesta punta, una modalidad de pelota vasca de gran popularidad en EEUU hasta hace unos años, en vías de extinción por la fuerte competencia en apuestas y espectáculos (en Deia)

27/04/2005

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[Apenas quedan en Estados Unidos cinco frontones de apuestas, todos en el estado de Florida, y el de Dania Beach, al norte de Miami, espera que la reciente aprobación de la instalación de máquinas tragaperras pueda darle un soplo de vida]

Eloy Guerrero/Dania Beach, Florida, EEUU. El jai-alai o cesta punta, una modalidad de pelota vasca de gran popularidad en EEUU hasta hace unos años, se encuentra en vías de extinción por la fuerte competencia de otros tipos de apuestas y espectáculos. El ambiente frenético de los frontones con la mezcla de pasión deportiva y el frenesí de las apuestas se va diluyendo irremediablemente. Apenas quedan en Estados Unidos cinco frontones de apuestas, todos en el estado de Florida, y el de Dania Beach, al norte de Miami, espera que la reciente aprobación de la instalación de máquinas tragaperras pueda darle un soplo de vida.

El jai-alai o cesta punta, por lanzarse la pelota con una cesta curva de mimbre, entró en declive por la competencia de los casinos de las tribus indígenas, las diferentes formas de loterías, los buques que salen a alta mar para poder abrir sus casinos, y por la popularidad de otros deportes.

En cualquier día de esta semana, unas quinientas personas hacían sus apuestas en el Dania Jai-Alai por los jugadores vascos que competían, apenas un 15% de la capacidad del amplio anfiteatro. "En los 80, esto estaba a tope y la gente se agolpaba hasta en los pasillos de pie", dijo a Efe con nostalgia Abraham Larkiff, un jubilado de Nueva York, mientras sigue atento el juego para comprobar cómo van sus apuestas.

En la temporada 1995-96, el Dania Jai-Alai obtuvo unos ingresos de cincuenta millones de dólares, cifra que ha bajado a unos 39 millones en la temporada pasada. En los años dorados, especialmente en 1987, los ingresos superaban los cincuenta millones en apenas cuatro meses.

El antes y después fue la huelga de los jugadores en 1988, reclamando seguros y mayor reparto de beneficios, que duró tres años. Cuando regresaron los jugadores, el mundo había cambiado, así como los hábitos de los habituales por otro tipo de apuestas y nuevos deportes.

En Florida, cerraron, uno detrás del otro, los frontones de Daytona Beach, Quincy y Tampa. En Connecticut, los de Bridgeport, Harford, Montville, Newport y Milford. Sólo quedan los de Miami, Ocala, Orlando, Fort Pierce y Dania Beach, todos en Florida. Este último presentó oficialmente su cierre en 1998, pero cambió de parecer cuando la asamblea legislativa estatal aceptó cambiar el sistema de impuestos en los frontones.

José Miguel Arregi, el director técnico del grupo de 45 jugadores (40 de Euskal Herria) que compiten todos los días en el Dania Jai-Alai, confía en que la aprobación de las máquinas tragaperras pueda acabar con el declive. "Aunque la gente venga por jugar en las máquinas, eso le dará nueva vida al Jai-Alai", dijo a Efe Arregi, un ex pelotari, quien pasó el trauma de dos huelgas, la de 1968 y la de 1988.

La legislación definitiva tiene que ser aún aprobada por la asamblea estatal, donde se está librando una batalla para reducir el 55% de gravamen fiscal que se pensaba originalmente imponer a los ingresos, que los frontones consideran "exagerado".

Mientras tanto, en la cancha del largo frontón, el jugador vasco José Ramón Oiarbide lanza la pelota con su cesta a una velocidad de más de doscientos kilómetros por hora en un deporte considerado el más veloz del mundo. "¡Sube!", "¡dale!" se escucha desde las gradas, ante un escaso público que no entiende esas palabras en español y que no aprecia el esfuerzo de esos jóvenes profesionales ante un deporte tan difícil.

Para ese público, Oiarbide solo es el número ocho y quieren que gane para completar su quiniela de apuestas. "Muévete chaval, que he apostado bastante por ti", le grita a Oiarbide desde las gradas un señor mayor, en pantalones cortos y camisa de playa. Oiarbide, cuando regresa, al lugar donde se van rotando los jugadores para salir al frontón, dice que no le molestan los gritos, que son profesionales y que salen a jugar lo mejor posible. Los gritos y el entusiasmo por la apuesta estimulan, en definitiva, a los jugadores y generan ese ambiente que poco a poco va desapareciendo en unos frontones semivacíos.

(publicado el 27-04-2005 en Deia)


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