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Un bilbaíno, nuevo obispo de Helsinki: «Vascos y finlandeses tenemos mucho en común» (El Diario Vascon)

2023/10/20

El Papa ha puesto a Ramón Goyarrola al frente de una diócesis singular, que abarca todo el país pero solo tiene ocho parroquias y unos pocos miles de fieles

Lotura: El Diario Vasco

Carlos Benito. Ramón Goyarrola nació el 20 de julio de 1969, que no es una fecha cualquiera. «Es justo el momento en el que el hombre llegó a la Luna. Mi familia estaba viendo el alunizaje en la tele y yo llorando en la habitación de al lado, porque... ¡había nacido! Mi aitite me cogió en brazos y dijo: 'Este niño llegará lejos'. Como una profecía. Y, bueno, he llegado a Finlandia», relata este bilbaíno, sacerdote del Opus Dei y licenciado en Medicina por la Universidad de Navarra, a quien el Papa acaba de nombrar obispo de Helsinki. Allí lleva ya diecisiete años, que no le han hecho perder un ápice de bilbainismo (es un hombre echado para adelante que lo mismo bromea con el sumo pontífice que entona 'Lau teilatu' para el programa 'Vascos por el mundo'), pero a la vez le han vuelto inesperadamente finlandés, tanto como para cambiarse el nombre: todos sus vecinos le conocen como Raimo.

«Ya de pequeño me tiraban mucho los países nórdicos», evoca. En 2006, el entonces obispo de Helsinki pidió al Opus Dei que le mandase algún cura para allí, y el elegido fue Ramón: «Ahora soy ya un finlandés más: de pasaporte, de corazón y de cabeza», resume. ¿Le costó mucho adaptarse? «No sé si por ser de Bilbao, pero la verdad es que no me costó nada. Iba con los típicos tópicos: el frío, la oscuridad, el idioma, la comida... Para el frío, un buen abrigo. La falta de luz nunca me ha afectado, aunque es cierto que en noviembre mucha gente sufre una especie de desconexión vital. El idioma es muy complicado, pero, gracias a Dios, lo aprendí estudiando mucho. Y, sí, la comida de Euskadi es otra dimensión, pero no me costó», repasa. Se siente compensado por la maravillosa naturaleza de su país adoptivo, cuya geografía conoce muy bien: al fin y al cabo, es uno de los curas católicos que han celebrado la eucaristía más al norte, durante una de sus visitas a Laponia.

–Eso sí, sigue muy pendiente del Athletic, ¿no?

–¡No duermo! Lo llevo en la sangre, sufro demasiado: he intentado desconectar pero no puedo. Tengo una camiseta de hace treinta años y la sigo usando para jugar al fútbol, ¡a ver si me ficha Valverde como rematador!

A la espera de esa carrera futbolística, ahora se pone al frente de una diócesis singular, muy grande y muy pequeña a la vez. «Abarca todo el país, 350.000 kilómetros cuadrados con cinco millones y medio de habitantes, de los que somos católicos unos 17.000, según los registros. Yo creo que en realidad seremos el doble, porque están llegando cantidad de inmigrantes y refugiados y muchos son católicos». En una nación donde la religión dominante es el luteranismo y donde abundan los no creyentes, la diócesis solo cuenta con ocho parroquias, incluida la coqueta catedral que construyeron los rusos hace 170 años para sus soldados católicos de Lituania o Polonia. Pero Finlandia es excepcional en un detalle: «Damos misa dominical en veinticinco templos no católicos: en ciudades donde no tenemos iglesia, nos las dejan los luteranos y los ortodoxos. La relación es fraterna, nos tenemos un cariño inmenso, rezamos juntos... Cuando salió la noticia de mi nombramiento, me escribieron todos los obispos luteranos y ortodoxos para felicitarme y ver qué necesitaba, ¡es una pasada!».

Miles de euros de calefacción

Sin aportación económica del Estado, los católicos fineses se las van apañando para salir adelante. «Yo creo que somos la diócesis más pobre de Europa. Eso tiene sus ventajas: cuando no hay dinero, quizás te fías más de Dios y rezas más. Pero andamos muy justitos. Imagínate, ¡con los miles y miles de euros que pagamos de calefacción!». Cuentan con la ayuda de los curas suecos y noruegos, que les ceden parte de sus sueldos. «Alemania nos ayuda también en las reformas de las parroquias: con el hielo, se nos rompen tuberías cada dos por tres. Somos una iglesia pobrísima, de misión, en el fin del mundo: Fin-Landia».

–Socialmente, ser obispo ahí será muy distinto que serlo en Bilbao.

–Pues para mí ha sido una sorpresa. Cuando se hizo oficial la noticia, la sacó el periódico nacional. Me iba encontrando a gente por la calle que me decía 'Raimo, te he visto en el metro'. Era imposible, porque yo me muevo en bicicleta, pero me habían visto en la pantalla que da las noticias. Somos el 0,2% de la sociedad, pero existe interés, y tengo muchos amigos luteranos, ortodoxos, ateos y paganos que van a estar en la ordenación en noviembre.

Ramón o Raimo Goyarrola, el bilbaíno finlandés, se ha vuelto todo un experto en discernir vínculos entre sus dos tierras. «Tenemos mucho en común. Somos pueblos trabajadores, de palabra, que hablan idiomas muy difíciles. Los vascos somos echados para adelante, sobre todo los de Bilbao, que somos especímenes únicos: tu dices que eres de Bilbao y te tiras del quinto piso si hace falta. Pues bien, eso también es muy finlandés: aquí hablan del 'sisu', algo así como la valentía». ¿Qué deberíamos aprender de los finlandeses? «A mí me llama la atención que la gente aquí no tiene prejuicios, sabe escuchar: pueden tener ideas muy distintas, pero se respetan entre sí y piensan que pueden aprender del otro, cuando en el sur de Europa se mirarían a veces como enemigos. Aquí hay un bien común que se considera por encima de la visión propia».

–¿Y hay algo que nosotros podamos enseñar a los finlandeses?

–El valor de la familia, tan importante en Euskadi: no solo aita, ama, los hermanos, sino los tíos, los primos, el aitite, la amama..., la familia como sociedad dentro de la sociedad. Aquí las familias se reducen a matrimonio y un hijo y, psicológicamente, la pandemia ha sido un desastre. Quizá podamos enseñarles eso.



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