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Solidaridad con Eusketxe de Buenos Aires. Artículo de opinión escrito por Iñaki Egaña sobre la dificil situación que atraviesa la Casa de la Cultura Vasca porteña al recibir un ultimatum para que abandone su sede (en Diario de Noticias)

23/07/2004

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Por Iñaki Egaña, escritor e historiador

Son tantas las ocasiones en las que quieren enlatar la cultura que al final, cambiando sólo una letra, lo que hacen es enlutarla. Se la cargan de un plumazo. Lo que no corresponde a una determinada directriz, lo que no se atiene a una visión única del pensamiento, lo que se escapa al control de ese Gran Hermano orwelliano, no tiene razón para la existencia. No sólo quienes nos robaron el futuro gritaban ¡Viva la Muerte!

Estamos hartos y hastiados de asistir a una degradación progresiva de los valores que han hecho que los vascos tengamos un cierto respeto entre nuestros vecinos tanto del entorno más cercano como en el de la diáspora.

Hace mucho tiempo que en diversos escenarios, se conspira para eliminar a los impuros se envía a los agotes fuera de la parroquia y se zancadillea a los que aún no se fotografiaron junto al funcionario de turno. La solidaridad y el arrope entre hermanos se confirma como un resto del pasado, como una pieza del museo de los vascos decimonónicos, como una anécdota para el siguiente trabajo de Kurlansky.

Crónicas inquisitoriales achacables a uno u a otro Pierre de Lancre, descripciones denigrantes como las de Aymeric Picaud o todas las persecuciones inquisitoriales sufridas han hecho más mella en nuestra casa que la que hubiera podido sospechar. Siempre hemos tenido un grupo más o menos numeroso, como cualquier otro pueblo, de timoratos, de esos Tíos Tom que describía Fanon, dispuestos a agradar al verdugo, a buscar esa razón irracional para justificar no-sé-que historia injustificable. Son los que periódicamente venden nuestro país al mejor postor o, peor, al postor más fornido.

Lo más desgraciado de esta historia es que ellos, los timoratos, nos dan lecciones al resto, nos dicen cómo, cuándo y hasta dónde podemos edificar, cuál es nuestro espacio y cuál nuestra cuota de mijo para comer. Y lo pueden hacer porque, habitualmente, tienen la sartén, la que cocina tanto tortilla española como francesa sin problemas, por el mango.

Y esos comisarios del vasquismo oficialista no descansan.

Me dicen mis amigos de Eusketxe de Buenos Aires que ahora el turno les ha llegado a ellos. Que les acaban de poner el anillo de impuros, que han sido tildados de agotes, que les llevan a la hoguera, que les obligan a cerrar la Casa de Cultura Vasca, sita en los locales del Laurak Bat en la calle Belgrano, el Eusketxe que acoge grupos históricos y emblemáticos como la Editorial Ekin, Euskaltzaleak o el Instituto Americano de Estudios Vascos. ¿Por qué? Por una sencilla razón. Porque la Casa de Cultura Vasca es autónoma o quizás diferente de la línea del Laurak Bat. Porque creen que un centro vasco debe ser más que cuatro cenas de amigotes. Porque hacen actividades culturales mientras otros vegetan y consumen en exclusiva las subvenciones del Gobierno vasco. Porque los dantzaris de Eusketxe, o los que aprenden euskara en sus aulas, quizás no tienen el carné de Aladino, el que abre las puertas al vasquismo único.

¡Cuánta tristeza y desasosiego! No deja de sorprenderme el que compatriotas, el que gentes con las que he compartido mesa más de una vez, sean capaces de ordenar y desordenar a su antojo el futuro de otros paisanos. Que sean capaces de romper ilusiones, de enviar al cesto de la basura los sueños de nuestros hijos y de esos nietos que aún están por nacer.

Siento vergüenza. Vergüenza ajena. Quizás porque aún creo en esos excelentes mimbres que nos han hecho sobrevivir tanto tiempo. Pido reflexión, reflexión a los de la sartén. La cultura no se puede enlatar. De hacerlo, lo he dicho antes, se enluta. Deja de ser cultura para convertirse en doctrina. Y ya pesan demasiadas sobre nuestras cabezas como para que una más ensombrezca nuestra existencia.

Eusketxe de Buenos Aires es parte de nuestro patrimonio colectivo. Es uno de los pocos espacios vivos y juveniles en el parque jurásico de la Diáspora Vasca. Y no me gusta la muerte, como a aquel general de infausto recuerdo. Todos tenemos cabida. ¡Aprendamos a convivir con nuestras sombras y el futuro será nuestro!

(publicado el 23-07-2004 en Diario de Noticias de Iruña-Pamplona)


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