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Javier: Quinientos años de historia (en Diario de Noticias)

03/04/2006

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Iruña-Pamplona. Este próximo viernes, 7 de abril de 2006, se conmemorará el V Centenario del nacimiento de San Francisco Javier. ¡Qué tiempos aquéllos, los de hace quinientos años! O como diría Pemán en El Divino Impaciente , '¡qué tiempos aquéllos, de asombros no pensados!'.

Ha quedado muy lejos aquel 7 de abril de 1506. Nada menos que medio milenio es lo que ha pasado desde aquel día, aparentemente intrascendente, en el que Navarra vivía todavía de los rescollos de una guerra civil entre agramonteses y beaumonteses; inmersa en una conflictividad en la que nadie se mostraba indiferente, y mucho menos los nobles, linajes y sagas familiares que venían posicionándose por uno u otro bando. Allí, en los confines del reino, consolidando la línea defensiva de fortalezas navarras que nos vigilaban y defendían de posibles ataques desde el vecino Aragón, estaba la fortaleza de Xavier. Se trataba de una casa palaciega sobre la que se erigía una pequeña torre vigía.

Mirando más allá de las fronteras de Navarra, a lo que se asistía es a una consolidación del absolutismo monárquico, a la vez que los nobles veían cómo el poder que habían tenido se iba mermando poco a poco; los beneficios feudales estaban en crisis.

Antecedentes

Se calcula que pudo ser a finales del siglo X, o principios del XI, cuando se erigió, cerca del cauce del río Aragón, entre Yesa y Sangüesa, y mirando al reino de Aragón lo que se denominaba una torre de señales. Con el paso de los años alrededor de la torre fueron levantándose nuevas estructuras defensivas reforzando la fortaleza, acercándose poco a poco a algo aproximado a lo que hoy conocemos. A aquel castillo se le llamó Etxeberria (casa nueva), derivando después en Exavierre, en Xavier (1506), y en el actual Javier.

Llegado el siglo XIII es cuando el castillo palaciego se convierte en señorío. No voy a entrar aquí a detallar quiénes fueron siendo sus titulares, pero bástenos saber que se fueron sucediendo sagas familiares como los Ladrón, los Aragón, los Sada (o Aznárez de Sada)… Y fue precisamente Juana Aznárez de Sada, última descendiente de ese linaje -comprometido con el bando de los agramonteses-, quien se casó con Martín de Azpilcueta, otro líder agramontés. De este matrimonio nació María, heredera directa, que acabó casándose con Juan de Jaso, miembro del Real Consejo.

Juan de Jaso y Atondo, originario de la Baja Navarra, era un hombre culto, doctor en leyes por la Universidad de Bolonia; llegó, incluso, a ser presidente del Real Consejo de Navarra. En el año 1472 su lealtad al rey le hizo merecedor de ser nombrado Maestro de Finanzas del Reino; y tal era la confianza que los monarcas navarros tenían depositada en él que en los asuntos importantes lo mandaban a él a otras cortes en calidad de embajador del Reino. Durante la ceremonia de coronación de los últimos reyes de Navarra, en 1494, Juan de Jaso fue quien tomó juramento de fidelidad a los tres Estados del Reino. Tanto don Juan como doña Leonor no dudaban en pedirle consejo a Juan de Jaso. Su mujer, María de Azpilcueta y Aznárez, propietaria del castillo, era descendiente de los monarcas pirenaicos. Del matrimonio formado en 1483 por Juan de Jaso y María de Azpilcueta, el 7 de abril de 1506, martes de Semana Santa, nacía Francisco de Jaso y Azpilcueta; su quinto hijo.

Año 1506

Nace Francisco en un momento histórico. El reino de Navarra ve tambalearse su condición de nación, su condición de estado soberano e independiente. Las luchas entre agramonteses y beaumonteses habían debilitado mucho el reino, y eso era algo peligroso en esa época en la que los Reyes Católicos estaban trabajando por unificar en una sola nación los diferentes reinos. Faltaba Navarra para configurar esa unidad patria, y Navarra no estaba por la labor. Sólo cabía una ocupación militar y una anexión por la fuerza. Esto es algo que tardaría tan sólo seis años en hacerse realidad, y entonces aquellos que, como la familia de Francisco, se oponían a las pretensiones anexionistas de los castellanos, sufrirían el castigo de los invasores. Basta con ver en qué estado dejó el Cardenal Cisneros el castillo de los Jaso en 1516, pues aunque Juan de Jaso llegó a ponerse al servicio de los nuevos monarcas, sus hijos Miguel y Juan apostaron decididamente, defendiéndolos con las armas, por la dinastía de los Foix-Albret. Fernando el Católico curiosamente accede al trono ese mismo año de 1506. En el ámbito local, Javier, o Xavier, era un señorío de renombre, no en vano era la propiedad principal de Juan de Jaso. A tan solo dos kilómetros del castillo discurría placenteramente el río Aragón, y por él era frecuente ver pasar a los almadieros.

Es en este ambiente en el que nace Francisco. Nos dice la historia que el hecho físico del nacimiento se produce en un aposento cuya ubicación en el castillo se corresponde con la actual Basílica. Es más, precisamente la Basílica se construyó para que se honrase a San Francisco Javier en el mismo lugar en el que nació. Paradójicamente para acoger los actos conmemorativos del V centenario de ese nacimiento se ha construido un auditorio con el que se pretende anular el objetivo fundacional de la Basílica.

Nada sabemos de si el padre, Juan de Jaso, estaba entonces en el castillo. Lo lógico era que estuviese en la Corte atendiendo los asuntos propios del Reino. En cualquier caso sospecho que María de Azpilcueta disfrutaba poco de la compañía de su marido. Sin embargo hay indicios para pensar que aquél 7 de abril de 1506 Juan de Jaso sí que pudo estar en el castillo, tal vez no en el momento del nacimiento, pero sí que por lo menos, se sabe con certeza, estuvo presente en el bautizo, que fue tan sólo unas horas después. Lo que sí es cierto es que cuando María de Azpilcueta dio a luz a su quinto vástago, cuando menos, estuvo arropada por su hermana Violante y por sus otros hijos: Ana, Miguel y Juan. Tan solo Magdalena, la hija mayor, no pudo acompañar a su madre en ese feliz alumbramiento; en 1504 había ingresado como religiosa en el convento de las Madres Clarisas, ubicado en Gandía (Valencia).

Bautizo

Inmediatamente después de su nacimiento, en el mismo día, se procedió al bautizo de Francisco en la iglesia de Santa María, construida frente al castillo tan solo dos años antes; lo que quiere decir que Francisco fue el único de sus hermanos bautizado allí. Sonó ese día, con más ganas que nunca, la campana que Juan de Jaso hizo fundir en Pamplona para la parroquia, en la que una inscripción en latín rezaba: vox Domini sonat (la voz del Señor resuena). Presidió la ceremonia el vicario don Miguel de Azpilcueta, primo de la madre del bautizado. La madrina fue Violante, hermana de María de Azpilcueta. También estuvieron presentes, como es lógico, los padres y los hermanos (con la excepción de Magdalena). Asistió también Martín de Azpilcueta, primo de María,el cual vivía en el castillo ejerciendo las funciones de administrador; este último fue años después el encargado de instruir a Francisco.

Y se dice que el vestido blanco con el que Javier fue bautizado, según una vieja costumbre, fue colgado allí, como ofrenda. Este detalle tenía el simbolismo de que con ello se entendía que se encomendaba la inocencia del niño a los cuidados de la Virgen. Allí sigue la pila bautismal, labrada en piedra allá por el siglo XIII, con su caprichosa forma octogonal. En su día fue revestida de plata, pero los franceses en 1813 la despojaron de ese lujo en una de sus desgraciadas incursiones.

La Basílica nos evoca el nacimiento físico de Francisco, mientras que esta pila bautismal nos recuerda su nacimiento como hijo de Dios; ambas cosas sucedieron un 7 de abril de 1506, hace ahora 500 años.

(publicado el 03-04-2006 en Diario de Noticias de Navarra)


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