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«La visión romántica de país conduce al integrismo político». Llega hoy a las librerías la versión en castellano, gallego y catalán de 'El hijo del acordeonista'. Algunas críticas furibundas acompañan a los numerosos elogios (en Deia)

08/09/2004

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Por Humberto Unzueta/Vitoria-Gasteiz. 'El hijo del acordeonista', una de las novelas más sonadas de Bernardo Atxaga llega hoy a las librerías. Cinco años le llevó al escritor de Asteasu escribir la novela que cierra el ciclo literario de Atxaga y casi un año para traducir ­con la participación activa de su mujer, la traductora Asun Garikano­ la versión en euskera ('Soinujolearen semea') publicada a finales del año pasado. Además de la versión en castellano, también se publica en catalán y en gallego. En su día los lectores vascos dieron una gran acogida a la que es ya la última entrega del mundo de Obaba. A las puertas de su presentación hoy en Madrid, el libro ha levantado gran expectación y la crítica ya ha emitido su veredicto. Revistas y suplementos literarios han alabado el libro, aunque el Premio Nacional de Literatura ha probado en carne propia el látigo de la crítica furibunda y ciega de la brunete política española que ha fustigado su obra desde un prejuicio político en vez desde la óptica literaria.

Algunos ni siquiera han esperado a la presentación de la novela para darle 'cera'.

Por lo que he ido percibiendo en el ambiente, ya preveía que una mayoría iba a acoger la novela con agrado. También contaba con que algunos iban a largar sapos y culebras. Entre esos dos extremos se van a mover las críticas. Con la versión en euskera, también ha ocurrido algo similar: para muchos hasta las últimas cien páginas, la novela iba bien, les gustaba, pero a partir de ahí, no han asumido lo que en la parte final el relato viene a decir.

La crítica furibunda ha tenido un cariz político-ideológico más que literario.

Eso forma parte del contrarrelato actual que existe sobre el País Vasco, según el cual el lehendakari Ibarretxe puede ser considerado como alguien que ampara a ETA, la Ertzaintza es una policía que hace la vista gorda ante la kale borroka, los votantes vascos nos hemos vuelto locos... y, por supuesto, los escritores vascos, además de ser muy malos escritores, somos víctima de un lío mental irreparable. Este tipo de críticas ya me las han hecho y a partir de mañana ­por hoy­ todavía vendrán más, pero es algo en cierto modo predecible. No olvidemos lo que, recientemente, le ha ocurrido a Julio Medem con su película.

Julio Medem, Fermín Muguruza... la lista engorda día a día. Todo esto en el siglo XXI.

No son éstos buenos tiempos para la libertad de expresión, aunque para ser más exacto siempre han sido malos tiempos para la libertad de expresión. Lo que ocurre es que en cada tiempo histórico esa represión se ha modulado de diferente manera. Hoy día, en medio de tanta voz, de tanto discurso y de tanta propaganda, la libertad de expresión se recorta de una manera sutil, al modo de un ecualizador que ahora sube la trompeta en el estudio de grabación o baja el audio de la guitarra o de la voz. Frente a esto, yo confío en el poder del grupo pequeño. Mientras la gente siga hablando entre sí, mientras existan intermediarios de comunicación que no tengan en cuenta la versión oficial de las cosas, mientras existan clubes y circuitos literarios... seremos pequeños pero podremos caminar por la vida con orgullo y dignidad.

Las críticas que has recibido en los últimos años provienen generalmente de las posiciones más extremas políticamente hablando.

Siempre me he movido entre dos tendencias: por un lado, en mi vida he sentido la necesidad de una utopía, la fuerza del idealismo; pero, al mismo tiempo, soy consciente de que ese idealismo, esa ansia de utopía ­como por ejemplo la creencia de que el hombre es bueno por naturaleza­ nos conduce irremediablemente al precipicio, básicamente porque pierde la referencia de la realidad. Esto lo hemos visto y vivido en Euskal Herria ya que al mismo tiempo que se reivindica el idealismo, quien lo reclama ha sembrado el camino de destrucción. Unos pocos han pensado que todo esto se va a solucionar a tiros.

Esa visión romántica del pueblo vasco ¿persiste aún entre nosotros?

Considero que todavía convive con nosotros, sin duda. Y, a veces, no es tan malo, sino todo lo contrario. Por poner un ejemplo, la visión romántica de nuestro paisaje me parece maravillosa, además de fructífera. Nadie con una idea romántica de la naturaleza limpiaría su coche en el monte con un detergente corrosivo. Sin embargo, en el oficio nuestro, el romanticismo es una lacra puesto que ha traído un modelo aristocrático del escritor, un modelo no democrático, a saber, el del escritor que por publicar unos cuantos poemas cree que está en posesión de la verdad absoluta y de la llave que permite acercarse a la realidad.

Y en el plano social y político, ¿qué influencia tiene esa visión romántica de las cosas?

No creo que se pueda ser romántico en la política, ambas cosas juntas son muy peligrosas y, por desgracia, esa mezcla todavía se da entre nosotros. El romanticismo que se da entre nosotros tiene unos patrones de separación, se piensa en una comunidad no como un todo formado por individuos, sino como algo que va más allá del individuo. Se apela a la esencia. Existe una tendencia antihistórica inclinada a pensar que Euskal Herria no es el resultado de la historia, sino de una esencia previa. Inversamente, algunos piensan en España, y su Constitución, como algo sagrado, intocable. En Madrid o en Bilbao, la visión romántica de país conduce al integrismo político. Trasladar el concepto de la esencia a la política es muy peligroso porque la esencia es algo que no se puede tocar. Si el motor para mover la realidad no es de este mundo, entonces todo queda a merced de fuerzas irracionales.

¿Consigues ver luz al 'túnel vasco'?

En el ambiente percibo un aroma distinto, una sensación de que se avecina un cambio. Estoy convencido de que esa visión romántica que aún existe entre nosotros no va a ser la principal preocupación de la próxima generación. Y eso, cuanto menos, es esperanzador. Aunque persistan algunas inercias, y persistirán durante un tiempo, esa visión de las cosas no tiene arraigo en nuestra sociedad.

(publicado el 08-09-2004 en el diario Deia)


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