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La bisnieta de baztaneses que contribuyó al resurgimiento del Centro Navarro de Bolívar, Argentina (from Navarra Capital)

04/29/2024

Los bisabuelos de Mariana Sardón vivían en la localidad baztanesa de Amaiur. Así que ella, nacida en Argentina, creció escuchando las historias de su madre sobre sus antepasados hasta que pudo visitar Navarra a los 22 años. Hoy es una activa embajadora de la Comunidad foral al otro lado del charco. De hecho, ejerce como presidenta del Centro Navarro de Bolívar, que logró levantar de nuevo tras más de treinta años parado. Además, ejerce de secretaria en el Viceconsulado de España de esa misma ciudad.

Link: Navarra Capital

Patricia Ruiz. Antes de dormir, en lugar de prestar atención a un cuento, Mariana Sardón escuchaba las historias de su madre. Acurrucada entre las sábanas, cerraba los ojos e imaginaba lo que su dulce voz narraba… «Tus bisabuelos vivían en Amaiur, un pequeño pueblito del valle de Baztan. Allí, en una casa en lo alto de una colina, arriaban el ganado por la pradera»… Mariana, atenta a cada detalle, fantaseaba con que llegara el día de visitar aquellas tierras, tan diferentes a su Argentina natal.

Le hablaban de un paisaje idílico, de ropa blanca y pañuelos rojos y de dantzaris que llenaban de color los Sanfermines. Creció con el anhelo de visitar Navarra. Su madre, que cantaba melodías en euskera por todos los rincones del hogar, le «contagió» el amor por la tierra de sus antepasados. Por eso, cuando tuvo ocasión de visitar la Comunidad foral a los 22 años, no lo dudó. Junto a su hermana, hizo las maletas y se subió a un avión, rumbo a aquel territorio soñado.

Ambas aterrizaron en Amaiur con incertidumbre e ilusión: aquellas historias que su madre les relataba antes de dormir se habían hecho, de pronto, realidad. En un mesón de la zona, donde pararon a comer, preguntaron a los vecinos si sabían dónde se encontraba la casa ‘Jaimeneko’, de la que tantas veces habían oído hablar. «Allí», señalaron con el brazo indicando un edificio unos metros más allá. Una construcción de piedra, con los balcones adornados de flores de colores, se alzaba vigorosa en lo alto del monte. «Nos pusimos a llorar de la emoción. Estábamos viendo con nuestros propios ojos dónde habían vivido nuestros familiares», expresa con un brillo especial en la mirada.

DIFUNDIR EL «SENTIMIENTO NAVARRO»

La vivienda de sus bisabuelos se había convertido en una casa rural, que visitaron entusiasmadas junto a su propietaria. Cuando cruzaron de nuevo el charco y regresaron a su ciudad natal, relataron por aquí y por allá su «maravilloso viaje». Fue el momento de «contagiar» a la ciudadanía argentina lo que habían visto y vivido. Hacía tiempo, su madre había formado parte del Centro Navarro de Bolívar, un punto de encuentro que tenía como fin difundir la cultura navarra a través de diferentes actividades. «Ella formaba parte del cuerpo de baile», detalla. Lo cierto es que aquel centro pausó su actividad durante treinta años pero, de pronto, Mariana recibió una llamada. Y, con espíritu emprendedor, se encargó de levantarlo de nuevo.

«En San Fermín, vemos el encierro en una pantalla gigante. Mi hermana y yo nos enamoramos de Navarra y queremos transmitir ese amor a todo el mundo»

Rubén Unzué, por entonces presidente del centro, quería reactivarlo. «Lo hicimos resurgir. Retomamos los cursos de baile, distintos eventos… Mi hermana y yo nos habíamos enamorado de Navarra y queríamos transmitir ese amor a todo el mundo», subraya. Pronto, Mariana formó parte de la comisión directiva, y actualmente ejerce como presidenta del proyecto. Quizás porque en su interior tiene cierta alma de emprendedora. Y se encuentra «muy satisfecha» por ello.

Como buenos herederos y transmisores de la cultura navarra, una de las fechas más señaladas en su calendario es el 6 de julio, el inicio de San Fermín: «Aquí son las tres de la mañana, pero siempre ponemos una pantalla gigante. El resto de días hacemos una carneada con chorizos, bebemos mate, organizamos torneos de pelota vasca…».

PAMPLONA, SU «HOGAR»

Además, desde hace 27 años es secretaria del Viceconsulado de España en Bolívar, donde realiza diferentes «trámites para la ciudadanía». Pero eso no es todo. Aunque de niña soñó con ser astronauta o bióloga marina, finalmente se decantó por estudiar Magisterio. Esta formación casaba a la perfección con su pasión por el teclado, que hoy, como docente, enseña a niños a la vez que realiza el profesorado de Música. Otra de sus grandes aficiones es viajar. De hecho, ríe al mencionar que quizá este hobby es herencia de su familia, que entre maletas y aviones surcaba los cielos de país en país. Así, también estudió Turismo, motivada por aquellas grandes aventuras en el extranjero que sus familiares narraban.

«La primera vez que visité Pamplona la sentí como mi hogar»

Tras desvelar su historia, se detiene durante unos minutos para hablar de su esposo, con el que ha compartido siempre su cariño por la Comunidad foral. Se conocieron siendo alumnos en clases de tango y, desde entonces, han bailado juntos (física y metafóricamente) en busca de transmitir el sentimiento navarro allá donde van. «Resucitar» la cultura de sus antepasados, tal y como había hecho anteriormente su madre, es para ella el proyecto «más bonito» que podría haber emprendido. A sus 48 años, con ternura, Mariana suspira: «La primera vez que visité Pamplona la sentí como mi hogar. Cuando me preguntan desde cuándo formo parte del Centro Navarro de Bolívar, siempre respondo: desde mucho antes de nacer».



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