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“Aprender euskara me convirtió en otra persona” (from Pikara Magazine)

04/16/2024

En su último libro de poesía Haragizko erreformak [Reformas carnales] (Pamiela, 2023), Mari Luz Esteban relata su recorrido vital en la sociedad vasca, un proceso con proyección colectiva que ha transitado desde y con el cuerpo: la lengua como territorio en un cuerpo que también lo es.

Link: Pikara Magazine

[irakurri elkarrizketa hau euskaraz]

Texto: Garazi Basterretxea Barea. 

En mayo de 2023 se presentó en Donostia Haragizko erreformak [Reformas carnales], tercer libro de poesía de la escritora Mari Luz Esteban, editado por Pamiela. Nacida en la provincia de Burgos, este libro es en parte un homenaje a Basauri (Bizkaia), el pueblo en el que vive desde muy pequeña y que considera suyo. Un texto en el que “encarna poéticamente genealogías lingüísticas, afectivas y políticas”, tal como mencionó Iratxe Retolaza, la editora del libro, en la presentación. La autora participó en la jornada de cierre del ciclo de lectura feminista en euskera de La Sinsorga (Bilbao) donde tuvimos ocasión de charlar con ella sobre las genealogías de las que habla en este libro.

Esteban decidió titular su libro Haragizko erreformak a partir del concepto de “reformas corporales” de los antropólogos Jean y John Comaroff. Como cita en uno de sus poemas, en una cultura como la vasca, donde la piedra tiene tanto simbolismo, reivindica la carne por ser “más moldeable que la piedra”. En el libro relata su recorrido vital desde que llegó al País Vasco, un proceso con proyección colectiva y que ha transitado desde y con el cuerpo: la lengua como territorio en un cuerpo que también lo es.

“Jean y John Comaroff estudiaron los cambios profundos (religiosos, sociales, políticos) que se dieron en una etnia de Sudáfrica tras el apartheid, cambios que implicaron transformaciones en las prácticas corporales y en las subjetividades. Para hablar de todo ello propusieron el concepto de ‘reformas corporales’. Yo he adaptado ese concepto para mostrar mis propias ‘reformas carnales’, pero, más allá de mi proceso, en muchos de los poemas hay implícita una dimensión colectiva. Lo que hago en este caso es traer la antropología al mundo de la poesía”, explicó Esteban al inicio de la charla en La Sinsorga.

En el libro dices que los paisajes, objetos y personas que nos rodean son quienes nos hacen. Podemos ver que el paisaje de Basauri está muy presente en tu libro. Tú misma has dicho que le haces un reconocimiento al pueblo en el que vives desde muy pequeña. ¿Qué guarda para ti este lugar?

Basauri es un pueblo obrero del Gran Bilbao que creció mucho a partir de los años 50 del siglo pasado por la instalación de industrias que atrajeron a población inmigrante de distintos puntos del Estado. Un municipio que en las últimas décadas ha sufrido todo tipo de crisis y con un historial largo de protestas políticas. Cuando digo que soy de Basauri la gente hace comentarios como: “Basauri, la prisión, el cuartel de la policía, qué pueblo más duro, qué feo…”. Lo que se evidencia en estos comentarios es una ideología mayoritaria en torno a la belleza del paisaje y de las ciudades, una ideología influida por una imagen idealizada de los caseríos, los montes, el mar… o ciudades que se han convertido en “marcos incomparables”. Sí, se puede decir que Basauri es feo, diría que antes más que ahora, desde los parámetros de belleza/fealdad que utilizamos acríticamente de forma estándar, pero ha tenido y sigue teniendo mucha vida y, además, esa “fealdad” contiene una gran parte de la historia de Euskal Herria, industria, inmigración, un tipo de urbanismo salvaje. ¿En qué nos fijamos cuando decimos que un lugar es bello o feo? En un poema escribo que la única manera de dejar ver los conflictos, los dolores, las luchas de un contexto, es desnudar la mentira que se esconde detrás de la belleza. El otro día, hablando del libro con estudiantes de la universidad, uno hizo una observación que me gustó mucho. Es de Iruñea y decía que allí también hay muchos barrios trabajadores similares a lo que yo contaba y que, para él, y yo también lo defiendo, la ideología de la belleza en Euskal Herria, pero diría que no es exclusivo de la sociedad vasca, tiene connotaciones clasistas. ¿Cuáles son los barrios que consideramos feos? En general, los barrios obreros, los barrios empobrecidos. Y no es solo una cuestión de clase, sino que el proceso de embellecimiento de nuestros pueblos ha conllevado también el borrado de nuestra historia. ¿Qué hicieron al final con los altos hornos de la margen izquierda? Los destruyeron, no dejaron apenas restos, y esa historia de trabajo, de sudor, de discriminación, de luchas obreras, tiene el riesgo de desaparecer de nuestra memoria. Esas fábricas han sido cruciales en nuestra historia en muchos sentidos. Y yo no quiero que se me olvide de dónde soy. ¿Basauri es feo? ¿Y qué? También dicen a veces que las feministas somos feas, ¿no? ¿Y qué? Cuando presento el libro suelo leer una cita de Material de construcción (Random House, 2023) de Eider Rodríguez, que abre el poema que dedico a Basauri. Rodríguez habla en esa cita de su pueblo, Errenteria (Gipuzkoa): “Lotsa gainditzen dudanean, urguilu suerte bat sentitzen hasiko naiz herrixka xarmant batean bizi partez halako fabrika fetidoa dagoen lekuan hazteagatik. Madarikazio horretan hezi gara, madarikazioa onartu dugu, madarikazioa maitatzen amaitu dugu eta horrek garaiezin bilakatu gaitu” [“Cuando supere la vergüenza, comenzaré a sentir una especie de orgullo por vivir en un lugar que se caracteriza por tener una hedionda fábrica de papel, en vez de en un encantador pueblito costero. Nos hemos educado en esa maldición, la hemos aceptado, hemos terminado por amarla y eso nos ha vuelto invencibles”]. Me encanta esta cita.

Vamos a hablar ahora de genealogías lingüísticas. En un poema mencionas un momento muy significativo en tu vida: cuando de pequeña te diste cuenta de que Gernika se escribía sin “u” y que, por tanto, ahí había otro idioma, el euskera. ¿Cómo recuerdas ese comienzo con el euskera?

De pequeñas solíamos ir con mis padres de excursión y un día fuimos a visitar Gernika, y comiendo en un bar en la pared me fijé en que había un escudo donde la palabra Gernika no llevaba la “u”. Mi madre nos dijo: “En vascuence se escribe así”. Unos años más tarde, cuando empecé a aprender euskera, sentí vergüenza retrospectiva, por mi analfabetismo respecto al euskera. Aprender euskera me cambió la vida. Cuando murió Franco estaba en el instituto, fue una época de muchas manifestaciones, pero también de conciertos de cantautores vascos, de aprendernos canciones de memoria, de entrar en un mundo desconocido hasta el momento para mí. Esa inmersión en el euskera, en la cultura vasca, en la política, en el feminismo, cambió mi sensorialidad, mi manera de ver y percibir el mundo, me convertí en “otra persona”. En verano empecé también a ir a la UEU-Udako Euskal Unibertsitatea, una universidad vasca de verano íntegramente en euskera, que ahora funciona todo el año. Los estudios universitarios los hice en castellano, pero en el mes de julio íbamos a Iruñea, que era donde se celebraba… Personal y políticamente fue una época clave.

También dices que hemos aprendido a vivir en una asimetría lingüística y que nos golpean las diglosias afectivas.

En Euskal Herria hablamos en euskera con algunas personas, con otras no, aunque lo sepan. En nuestra casa somos tres hermanas, con una hablo en euskera y con la otra en castellano, y también es vascoparlante. Estas asimetrías las gestionamos en la sociedad en general como podemos, mejor o peor, a veces de manera más tensa, otras de forma más “natural”, pero nos hablan de la situación de una lengua minorizada.

En el libro dedicas varios poemas a la vergüenza. Hablas de ella como estímulo para la lucha y para la escritura. ¿Qué lugar crees que ocupa la vergüenza en las reformas carnales, cuáles son los caminos que nos abre y cuáles difumina o cierra?

Hablo de distintas experiencias relacionadas con la vergüenza. Una tiene que ver con aprender una lengua. Cuando empiezas a hablar una nueva lengua, cualquier lengua, pasas vergüenza muchas veces, pero también por eso soy euskaldun, porque he pasado esa vergüenza, y por eso también escribo. Y escribo también sobre la vergüenza por ser mujer. Las nombradas mujeres, y en general los colectivos subalternos, tenemos experiencias específicas de vergüenza, una vergüenza que, en el caso de las mujeres, tiene que ver en general con aspectos concretos de la vida -“fisiología femenina”, imagen corporal, sexualidad- que al mismo tiempo son cruciales para que se nos defina y se nos posicione de una manera subordinada en la sociedad. Había escrito previamente sobre esa vergüenza en el libro El manifiesto de las mujeres viejas (La Oveja Roja, 2020), donde tomo una idea de Eve Sedgwick, que dice que la vergüenza crea identidad, por ejemplo, “identidad de mujer”, pero que a esa vergüenza se le puede dar la vuelta a través de distintos tipos de performance. Escribir es una forma de performance. Escribir sobre esa vergüenza es actuar contra esa experiencia, pero las feministas ponemos en práctica distintas maneras de hacer frente a esa vergüenza.

Dices que la vergüenza es un nudo para entender el sistema, ¿qué quieres decir con eso?

Podemos verlo en el poema ‘Emakume lotsa’ [vergüenza de mujer]. Como decía, se nos impone la experiencia de la vergüenza en relación a aspectos de tu vida o de tu corporalidad que son los que precisamente “te convierten” socialmente en mujer. Si te fijas en cuáles son esos momentos de vergüenza se ve muy claro cómo se construyen las desigualdades de género y qué es sentirse mujer o construir una “identidad femenina”. Ahí se pueden percibir muy bien dónde están los nudos de un sistema que nos discrimina. En ese poema reproduzco una escena de mi niñez. Estábamos en el patio, en el recreo, y oímos de repente a unos chicos que se reían. Habían puesto en el suelo, entre nuestras piernas, unos espejitos que reflejaban nuestras bragas blancas de algodón y sentimos una vergüenza terrible. Ellos no se avergonzaban por hacer lo que hicieron, nos avergonzábamos nosotras.

En el libro hablas de la necesidad de una teoría maqueta ¿qué crees que puede aportarnos?

Maqueto, maqueta es un término despectivo prácticamente desaparecido, que se utilizaba para denominar a la población inmigrante que llegaba al País Vasco desde distintos puntos del Estado español. Se utilizaron también otros términos. En el libro propongo una teoría maqueta como una manera de posicionarme socialmente. Yo llegué a Basauri con dos años, mi madre era vasca y mi padre de Zamora, y se conocieron en el pueblo donde yo nací. Cuando yo era pequeña, en Basauri, a muchas de las que luego serían mis amigas les decían maquetas o coreanas. Por otra parte, había algunas familias autóctonas, a quienes llamábamos “los vascos” o “los aldeanos”. Yo no era en absoluto consciente de todo eso, vivía en medio, entre “maquetos” y “vascos”. Mucho después, un día me dije a mí misma: “Yo también soy maqueta, mi padre de Zamora, yo nací en Burgos, luego vine a Euskal Herria…”. Decirme “maqueta” es tomar conciencia de la historia de Euskal Herria, también de la historia actual, una propuesta para pensar y mirar al mundo desde la posición todas las personas somos extranjeras, o podemos vivir como si lo fuéramos, aunque nos reconozcamos vascas y nos comprometamos con los problemas de la sociedad vasca. El feminismo decolonial nos recuerda la historia, y el presente, de colonización desde el norte hacia muchas partes del mundo, y nos invita a actuar en consecuencia. Pero ha habido y hay colonialismos internos en Europa que también tenemos que tener en cuenta. El pueblo vasco ha sufrido y sufre distintos tipos de colonialismos, lingüísticos, políticos. No es cuestión de comparar, sino de hacer lecturas y políticas más complejas y en distintas direcciones. Una teoría maqueta puede ser una herramienta para posicionarnos y hacer frente a toda esa complejidad.

También has recogido el momento en el que cerraron el periódico Egunkaria, el único periódico íntegramente en euskera, en 2003, y expresas que sentiste miedo por tu hijo, que todavía solo hablaba euskera.

Estaba fuera por trabajo. Por la mañana me levanté y encendí la televisión y de repente vi que habían cerrado el periódico acusándoles de colaborar con ETA. Me sentí terriblemente sola en aquella habitación de hotel. Sentí también miedo, miedo por mí y por mi hijo, que tenía 6 o 7 años en aquel entonces y que aún no sabía hablar en castellano, un miedo colectivo. Hoy día continúan los ataques contra el euskera, como todas esas sentencias que quieren recortan su uso en la administración o en el mundo laboral… En nuestra historia hay diferentes hitos, públicos y privados. El cierre del Egunkaria fue un hito para muchas personas.

“Llorar en grupo es muy importante y lo hacemos poco”

En este mismo ciclo de La Sinsorga tuvimos hace unos meses a Ekhine Eizagirre. Dedicas un poema a un acto que podríamos llamar de justicia poética que hicieron sus amigas en la universidad en el momento de su detención.

Ekhine Eizagirre es poeta y entonces estaba estudiando Antropología. Yo estaba en Italia haciendo una estancia y una mañana recibí un mensaje de una compañera con unas fotos. Habían detenido a Ekhine por su supuesta vinculación con ETA y las alumnas como protesta y como reconocimiento hicieron copias gigantes de sus poemas y llenaron la facultad con ellos. Todavía se me pone la carne de gallina cuando lo recuerdo. Cuando recibí el mail me puse a llorar, me pareció una idea bellísima. Un buen ejemplo de una forma alternativa y complementaria de justicia.

También nombras a otra de las escritoras que nos ha visitado en el ciclo, la cantautora Anari (Alberdi). Hablas de la importancia de una frase de una de sus canciones, “eskerrak ahulak garen” (“menos mal que somos débiles”) y de la necesidad de llorar juntas, como una forma de afrontar el presente y el futuro juntas.

Es una frase de uno de sus discos que se convirtió en un lema para muchas de sus seguidoras. En uno de los capítulos del libro invito a llevar a cabo unos ejercicios para afrontar la nueva etapa de incertidumbre que estamos viviendo hoy día, en una nueva fase del conflicto vasco, y con crisis globales, guerras, genocidios… Uno de los ejercicios tiene que ver con la posibilidad de llorar juntas en público. Llorar en grupo es muy importante y lo hacemos poco. El otro día me enviaron una viñeta de la feminista argentina Verónica Gago, que decía algo así: “Más tarde me uniré a la resistencia, sí, pero ahora dejadme llorar un poco”. A mí se me ocurre que podríamos hacer una acción de este tipo: cientos de mujeres llorando juntas en una plaza. Luego veremos cómo continuar la lucha, pero ¿por qué no nos tomamos primero un buen rato para llorar juntas?

Y ser malas hierbas, ¿no?

Sí, he dedicado un poema a las malas hierbas: “Las malas hierbas salen a la luz / no se arrancan fácilmente / su único objetivo es volver a brotar”. Seamos malas hierbas, que pase lo que pase vuelven a brotar. Volveremos siempre a nacer. Me parece una metáfora potente para hablar del feminismo.



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