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Hallado el código Y, los vascos tantean el F

21/05/2006

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El periodista y analista Enric Juliana opina sobre la actualidad en un artículo con referencias a la estos días omnipresente película El Código Da Vinci, aportando su punto de vista catalán sobre lo que en realidad se cocina y quienes en realidad cocinan en el País Vasco, Cataluña y España. Lo hace entre crítico y escéptico en las páginas del diario La Vanguardia, de Barcelona, desde claves catalanas y de esa Bilbao donde junto a la de la tregua ésa, viene a decir, se juegan en posiciones más discretas otras importantes partidas, de fortísimo calado, mientras los políticos catalanes y los titulares de la prensa vasca, catalana y española viven su vida.
Por Enric Juliana

Vista en Bilbao, la película El código DaVinci resulta especialmente indigesta. Siendo mala, rematadamente mala, en Bilbao empeora. La ciudad conserva unos cuantos cines de antes, esos cines de platea grande y moqueta de color burdeos que invitan al jolgorio y al ¡cric-crac-zuff! de las pipas crujientes y voladoras. Los viernes por la noche reina a orillas del Nervión un cachondeo vasco muy tangible, muy terráqueo y muy poco apto para los tebeos místicos, sobre todo si están mal contados. El día que los de Bilbao se apunten a los inciensos y a las artimañas mentales de la new age, esa privatización astuta y anglosajona de la vieja religión, será señal de que Occidente, el Occidente apostólico y romano, lo tiene muy negro.

Bilbao es chirene: viva la Virgen, ocurrente y graciosilla. Es Farolín y Zarambolas: nosotros más que nadie y que aquí nos las den todas, como el hermano de don Miguel de Unamuno, al que acabaron por retirar la licencia de farmacéutico dada su manía de enmendar las recetas de los médicos, a los que creía, por norma general, limitados e incompetentes. Sin ser esotérica, Bilbao tiene su misterio y su truco inmobiliario, que es lo que ahora se lleva en España.

El Museo Guggenheim ha sido un éxito tremendo, gracias a la perspicacia del sector moderado del Partido Nacionalista Vasco, con la cabeza más puesta en lo que se cuece en el mundo que en la cinta sin fin del soberanismo: nosotros y ellos, nosotros y ellos, nosotros contra ellos... Esa piedra de Sísifo.

El Guggenheim fabrica turistas y plusvalías a chorro. La vieja ría se ha convertido en la nueva mina vizcaína. Iberdrola construye junto al museo un rascacielos enorme --en Bilbao, siempre más--, sin perder de vista las fatigas de Gas Natural y La Caixa en la jungla de Madrid. Y a quienes hace años el Estado expropió para la terminal de contenedores les ha tocado la lotería nacional e inmobiliaria al extinguirse el herrumbroso dominio público.

En lo alto de la ría, la universidad de Deusto preside el capitalismo bizkaitarra con aires clásicos de Pennsylvania, como si George Washington hubiese sido jesuita. A pie de fábrica y en los negociados de la administración municipal, foral y autonómica, el sindicato ELA, antaño muy vinculado al PNV, germanizante y receloso de las nuevas ambiciones, tensa cuerdas y presiona. Si algún día ETA llega a desaparecer, ELA emergerá como el principal poder fáctico del laberinto vasco. Xabier Arzallus, que de poderes fácticos llegó a saber mucho, predica algunas tardes menguantes desde Radio Indautxu. Y Puppy, la escultura de flores en forma de perro que da la bienvenida al Guggenheim, colorea el cuadro de una manera inquietante. Entre tanto metal irisado, el perro vegetal simboliza la gran ambivalencia del momento vasco. La paz como partida de mus. Toneladas de táctica sobre un tenue fondo moral. Los muertos han estado a punto de llegar a mil y casi nadie habla hoy en Euskadi de arrepentimiento y de perdón.

Desde la ría pujante, Madrid, sus conspiraciones y sus pompas se ven de una manera muy distinta que desde la Barcelona hiperbólica y futbolera. Los vizcaínos llevan cinco siglos bien colocados en el Estado. Desde que algunos mayorazgos emigraron a Madrid para servir en la corte de Felipe II, en los altos de la ría tienen una noción bastante exacta de cómo se maneja España. Josu Jon Imaz, presidente del PNV y actual hombre fuerte de la política vasca, nació en Guipúzcoa pero su bastión lo tiene en Vizcaya. No siempre sale en la foto, pero se ha convertido en pieza clave del momento español, mientras Maragall, Mas, Montilla y demás notables del Bizancio catalán saltan de Constantinopla a Nicea y de Nicea a Alejandría.

Sin armar mucho ruido, Imaz ha pactado la Y, que en el código neocapitalista vasco significa la conexión de Bilbao y San Sebastián EFE con el trazado de alta velocidad que unirá Vitoria con el centro de España; línea que dentro de unos meses consolidará Segovia y Valladolid en el radio de acción del Gran Madrid. Asegurada la Y, emisarios vascos comienzan a tantear la F, la fusión de las tres grandes cajas de ahorro vascas, toda vez que el férreo ajuste aznariano ha dejado al BBVA definitivamente anclado en el paseo de la Castellana. E Iberdrola, decíamos, construye una alta torre de vigía para otear mejor las fatigas catalanas en el rompeolas de Endesa. Así manejan los vascos la España denominada plural. ¡Ay, Rovira i Virgili!

Impresiones de Bilbao, donde no todo lo importante pasa por la tregua, la partida de mus que tantas carreras puede encumbrar o destrozar. Esa esperanza acaso mal codificada.

(publicado el 21-05-2006 en La Vanguardia de Barcelona)


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