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Haití y los votos diaspóricos

17/02/2006

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El autor y periodista canadiense Robert Scarcia reflexiona, a la luz de los últimos resultados electorales de Haiti, sobre la importancia y la repercusión que el fenómeno diaspórico puede tener en la vida política de ambos países a los que se vincula el emigrante-inmigrante, el de salida y el de acogida.
Por Robert Scarcia

El 7 de febrero, justo el día del 20 aniversario de la huida de Baby Doc Duvalier, último representante de la notoria dinastía de dictadores, el pueblo haitiano dio una mayoría de votos a René Préval, jefe del partido Espwa (‘‘Esperanza’’ en lengua criolla) y colaborador del presidente exiliado Jean-Bertrand Aristide. Préval necesitaba al menos el 50% para poder evitar el segundo turno electoral previsto el 19 marzo. Préval, "el campeón de los pobres’’ estaba ganando con más del 60% de los votos.

Unos días después, Préval ya no llegaba al 50%. A menos que todos los vudú (magia negra) de Haití se hayan coaligado en contra de Préval, perder tanto margen de ventaja en tan poco tiempo parece por lo menos improbable. Las acusaciones de fraude electoral del antiguo colaborador de Aristide parecen legítimas. El gobierno interino de Port-au-Prince ha ordenado una investigación. ¿Llegará finalmente la justicia a Haití? ¿René Préval logrará gobernar un país destrozado, podrá contener la arrogancia de las élites, conseguirá no traicionar a las multitudes de pobres que tuvieron confianza en él? Sólo el tiempo lo dirá.

Sin embargo, en este espacio se propone una ‘‘lectura global’’ del voto del pueblo haitiano. Una lectura que tome en cuenta el comportamiento de la diáspora haitiana que votó (por lo menos en parte) para castigar el comportamiento político del gobierno de su patria de acogida para con su patria originaria. Para entender hay que volver unos días atrás hasta el 23 de enero, día de las elecciones federales canadienses, y trasladarse desde la isla del Caribe hasta la simbólica circunscripción electoral de Papineau en otra isla, en la de Montreal.

En este distrito de Papineau cuyo electorado está formado en una quinta parte por gente de origen haitiano, dos asociaciones comunitarias se movilizaron a tope en contra del diputado liberal Pierre Pettigrew, ministro de Asuntos Exteriores de Canadá. Estos canadienses de origen haitiano reprochan al gobierno federal de su patria adoptiva el haber participado en el ‘‘golpe’’ en contra del antiguo presidente Aristide y el haber apoyado al gobierno provisional que surgió en Haití después de la salida de Aristide hacia un exilio forzoso. Cuando los votos fueron contados en Papineau, aquella tarde del 23 de enero, Pettigrew consiguió el 38.5%, Vivian Barbot, una enseñante de origen haitiano que se presentó con el Bloc Québécois, el 40.7%: una mujer de color acababa de ganar a un poderoso ministro de Asuntos Exteriores...

La batalla electoral de Papineau no es más que una gota de agua al margen de la derrota del Partido Liberal de Canadá y no tiene relevancia directa en los acontecimientos futuros que puedan ocurrir en Port-au-Prince. Sin embargo, el resultado de dicha batalla sí debería de tener relevancia para todos los países del ‘‘norte’’ en el que viven comunidades de ciudadanos naturalizados originarios del ‘‘sur’’ de mundo.

En el distrito de Papineau se movilizó una comunidad de ciudadanos que eran canadienses y haitianos al mismo tiempo, gente que es producto de un mestizaje político, cultural y lingüístico, y su voto fue consecuente con su identidad política mestiza: canadiense y haitiana a la vez. Desde sus países de acogida, los inmigrantes naturalizados y sus descendientes demostraron saber intervenir en la política del país de acogida cara al destino político de sus tierras de origen. Los países de acogida deberían de pensarse bien como portarse en Haití ahora que llueven acusaciones de fraude.

En un mundo globalizado, marcado por las migraciones y las revoluciones de la información que permiten saber lo que ocurre en la patria de origen (y así evaluar la actitud que tiene para con ella la patria de adopción) con un simple ‘‘click’’ de ordenador, el impacto de dichas comunidades políticamente mestizadas está destinado a aumentar en todos los países afectados por la inmigración y la naturalización.

El fenómeno no es nuevo en Norteamérica, basta pensar en el voto de los ‘‘cubanos’’ (que en realidad son también ciudadanos estadounidenses lo que les da el derecho al voto) de Florida y su impacto en la política de EE.UU. acerca de Cuba, o al nivel de implicación de los ‘‘irlandeses’’ de EE.UU. en favor del proceso de paz en Irlanda del Norte.

(publicado el 17-02-2006 en Deia)


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