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En busca de la última ballena vasca; el biólogo Álex Aguilar parte hacia el Sahara a la búsqueda de una colonia de cetáceos que cría en las bahías de Cintra y de Gorey (en El Correo)

24/05/2005

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Julián Méndez/Bilbao. Álex Aguilar, director del Grupo de Conservación de Mamíferos Marinos de la Universidad de Barcelona, tiene un sueño. Localizar y salvar al último grupo de ballenas vascas, una especie que se da por extinguida a este lado del Atlántico y de la que el biólogo ha encontrado el rastro frente a las costas del Sahara. Aguilar trabajó allí con la última colonia de focas monje del mundo y unos pescadores le dieron el soplo. Una manada de ballenas francas septentrionales acude en invierno con sus crías a las bahías de Cintra y de Gorey, a unos 150 kilómetros al sur de Villa Cisneros.

«La región está deshabitada, en mitad del Sahara y en una comarca castigada por la guerra», explica Aguilar. Ese aislamiento es el que ha hecho posible el milagro. Su idea es contactar con los pescadores que faenan en esas aguas y, más tarde, sobrevolar las bahías con una avioneta y fotografiar a las ballenas. Será el primer paso para su estudio.

La ballena franca septentrional (o de los vascos) puede llegar a medir 18 metros y a pesar 80.000 kilos. Su caza sistemática ha hecho que apenas queden algunos cientos de ejemplares en el hemisferio norte. Un grupo habita en la costa este de Canadá y EE UU, y otro, en Alaska y en el Mar de Bering. No obstante, en 1978 y en 1988 se produjeron, según Aguilar, dos avistamientos en aguas de Galicia. Asímismo, adultos de ballena franca han sido fotografiados frente al Cabo de San Vicente (sur de Portugal) y, en dos ocasiones, en Canarias. «En los últimos años se han visto cuatro o cinco animales. La duda que hay que resolver es si se trata de ejemplares errantes llegados de las costas del norte de América o de si, como parece, pertenecen a una pequeña colonia que aún se mueve entre Europa y África».

El 14 de mayo de 1901, pescadores de Orio cazaron la última ballena vasca. Fue sólo una anécdota, porque hacía muchos años que los atalayeros no gritaban ¡¡¡ballena!!! desde sus observatorios encaramados en los montes. Según el investigador Joseba A. Bontigui, 1650 es considerado el año en que se dio por extinguida comercialmente la ballena franca glacial en el Atlántico norte oriental.

La 'Eubalaena glacialis' desapareció de las costas porque era una presa fácil. Entre marzo y agosto, las hembras dan a luz a sus crías en alta mar. Antes de ser hostigadas por los pescadores, acudían en otoño e invierno con sus ballenatos a las cálidas aguas de las bahías de la costa cantábrica (Aguilar apunta que lo hacían en La Concha y en ensenadas naturales de Vizcaya), donde eran arponeadas por los marineros que pronto aprendieron a reconocerlas por su pesado cuerpo, las manchas blancas del vientre y las callosidades de su cabeza.

Juguetonas y curiosas, las ballenas vascas no recelaban de sus captores hasta que era demasiado tarde. Sus sonidos (son muy aficionadas a vocalizar en las zonas de cría, sobre todo de noche), acompañaron las madrugadas de las poblaciones costeras durante siglos.

Cuerpos que flotan

Otro elemento, además, hacía posible su captura. El alto porcentaje de grasa de su cuerpo impedía que el cetáceo se hundiese tras darle muerte, algo que no sucede con otras ballenas. Hasta la invención del vapor, cuando los buques balleneros pudieron incorporar compresores para introducir aire a presión en el interior de los animales, sólo se cazaban las llamadas ballenas 'francas', (en inglés, right whales: ballenas correctas o verdaderas).

Los pescadores vascos se especializaron en su captura. Según Aguilar, ya en el siglo XI, en las regulaciones del mercado de Bayona, se citaban las normas para la compra-venta de carne de ballena. Su interés les llevó a establecer asentamientos balleneros en Cantabria, Asturias, Galicia y Portugal y, más adelante, a animarse a cazarlas en aguas de Islandia, Groenlandia y Terranova.

Su grasa (el saín) estuvo considerada durante siglos como el mejor combustible para las lámparas. Aunque de la ballena se aprovechaba todo: la carne, los huesos (para hacer gelatinas) y también las largas barbas (con las que se fabricaban varillas para corsés y paraguas).

De la sangre, apunta el historiador Imanol Villa, se extraía un elemento para fabricar el azul de Prusia; la piel se curtía para hacer cuero y con el intestino se preparaban pergaminos y prendas de vestir para los pescadores. Con los excrementos --de color rojizo, ya que las ballenas se alimentan sobre todo de pequeños camarones y quisquillas-- se obtenía un tinte para las velas de los pesqueros, «quedando éstas de un rojo bermellón muy duradero», se lee en crónicas del siglo XIX.

Quien cazaba una ballena tenía un tesoro. Por eso fueron perseguidas hasta su práctica extinción. Sólo les salvó de la quema el hecho de ser declaradas especie protegida en 1937. Los especialistas aventuran que, en todo el planeta, subsisten entre 300 y 600 ballenas glaciares septentrionales. «La ballena de los vascos está, tal vez, más seriamente amenazada que cualquier otra especie de gran tamaño; seguramente se ha extinguido en el Atlántico Norte oriental, cuando antes abundaba entre las Azores y Spitsbergen (en el archipiélago noruego de las Svalbard)», apunta Mark Carwardine, autor de un célebre manual de identificación de mamíferos marinos.

«Hoy, los lugares donde criaban estas ballenas se han vuelto inhabitables. Las bahías han sido ocupadas por el hombre», apunta Álex Aguilar. En las costas del Sahara, lejos de la civilización, criarían los últimos especímenes de este lado del Atlántico. Un «grupo residual», según el biólogo marino, y al que, aventura, habría que proteger de manera especial. «Si demostramos que se reproducen en Cintra sería urgente hablar con las autoridades marroquíes para preservar a las ballenas de manera conveniente. Es triste, pero en la mar no existe todavía conciencia para salvar esos espacios, algo que sí ocurre en Tierra con los parques naturales».


CETÁCEOS QUE SALTAN Y NAVEGAN CON SU COLA

[Juguetones y curiosos, se les distingue por las callosidades formadas en su piel]

J. Méndez/Bilbao. Las ballenas de los vascos son nadadoras lentas, pero muy acrobáticas. Saltan, golpean las aletas pectorales (muy anchas, parecidas a un remo) y mueven la cola. El sonido del chapuzón puede escucharse hasta a un kilómetro de distancia.

A veces, sacan la aleta caudal a la superficie, forman un ángulo recto con el viento y la usan como vela; las ballenas se mueven impulsadas por la brisa. Al parecer, hacer el pino así formaría parte de un juego, según apunta Carwardine, ya que suelen regresar nadando al punto de partida para repetir el desplazamiento. Las ballenas glaciales son juguetonas y curiosas. En ocasiones nadan cerca de la superficie y muestran sus barbas. Rara vez varan.

La ballena de los vascos posee grandes callosidades de su cara, cerca de los labios (la comisura de su boca es muy arqueada). En el interior de estas excrecencias vive un crustáceo, conocido como piojo de las ballenas. Es el causante del color blanco, rosáceo, amarillo o naranja de las callosidades. En su interior pueden vivir también gusanos parásitos.

Lenta reproducción

Las ballenas, en general, se reproducen con lentitud extrema. Las hembras de la ballena de los vascos tienen sus primeras crías a los 5-10 años de edad y dan a luz cada 3 ó 4 años. Los ballenatos presentan pocas callosidades y en ocasiones carecen de ellas. Al nacer miden de 4,5 a 6 metros de longitud y presentan un fuerte vínculo y dependencia de la madre. Los adultos alcanzan entre 11 y 18 metros de longitud.

La ballena vasca tiene dos aventadores (orificios por donde respira). El soplo es ancho, tiene forma de V y puede alcanzar los 5 metros de altura.

Carece de aleta dorsal. Los adultos presentan una giba sobre la cabeza. Viajan en grupos pequeños, de 2 a 3 individuos, aunque pueden encontrarse en solitario y, también, en formaciones de hasta 12 ejemplares.

El color de sus barbas varía desde el pardo oscuro al gris oscuro o negro. Son muy largas y estrechas. Su pariente, la ballena de Groenlandia, está en posesión de las barbas más largas de entre todos los cetáceos: se han observado algunas de hasta 3 metros de largo.

(publicado el 24-05-2005 en El Correo)


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