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Los primeros vascos al oeste del Meridiano 50 (en Noticias de Navarra)

19/03/2023

El explorador John Cabot alcanzó Terranova el 24 de junio de 1497, y se encontró con un grupo de marinos: “Eran bizkainos que venían a pescar bacalao. Se sorprendieron al vernos… Pero al ver nuestras barcas nos vendieron pescado, que es muy fino y bueno, y nos dieron pescado seco, que nos fue de gran ayuda”. Aquellos primeros marinos vascos habían establecido una estación pesquera en el estrecho de Belle Isle, situado entre las actuales Terranova y Labrador.

Enlace: Noticias de Navarra

Xabier Irujo. El navegante portugués Gaspar Corte-Real también se topó con marinos vascos en su viaje de 1501. Escribió en su diario que provenían “del Reino de Bizkaia” y anotó que “van todos los años” y que eran muy hábiles pescadores. En su obra Roteiro da Viagem que em Descobrimento da Terra Nova, el autor menciona que “estos vascos, que vienen aquí a pescar, conocen bien estas tierras, y saben ir y venir”. De hecho, desde el puerto de Mutriku hasta el estrecho de Belle Isle hay exactamente 4.001 kilómetros. Corte-Real observó que los vascos habían construido “viviendas de paja y corteza de árbol” en la costa de Terranova, donde vivían durante la temporada de pesca y anotó en su manuscrito que “estos vascos tienen mucho trato con los naturales, quienes los visitan con frecuencia, llevándoles muchas pieles y otras cosas”.

Hacia 1501, el explorador portugués João Álvares Fagundes también encontró marinos vascos en Terranova. Los describió como “navegantes audaces e intrépidos” y afirmó que eran “los primeros en aventurarse en los mares profundos y desconocidos de esta parte del mundo”. Giovanni da Verrazzano, que exploró la costa este de América en 1524, vio a un grupo de marinos vascos en Terranova y anotó en su cuaderno de bitácora que “pescan gran cantidad bacalao en estas aguas, lo han hecho durante muchos años, y saben dónde están los mejores caladeros”. En 1534, el explorador francés Jacques Cartier, vio a un grupo de arrantzales cerca de la boca del golfo de San Lorenzo. Cartier los describió como “muy hábiles en su oficio” y elogió sus técnicas de pesca.

En euskara

Por tanto, no extraña que Lope Martínez de Isasti mencionase en 1625 que, cuando los balleneros llegaban a las costas de Ternua y preguntaban a los nativos “nola zaude?”, éstos respondieran “apaizak hobeto”. Los Innu y los Mi’kmaq llevaban aprendiendo euskara más de cien años, y los vascos estaban familiarizados con las varias lenguas algonquinas.

Muchos autores contemporáneos escribieron sobre la pericia de los vascos en la caza de la ballena. Cuando Henry Hudson, el explorador inglés que navegó hasta el Ártico en 1610 en busca de un paso entre océanos por el noroeste, se encontró con un grupo de balleneros vascos, escribió en su diario: “Aquí vimos ballenas jugando a nuestro alrededor en gran abundancia, pero nuestros hombres no tenían habilidad para atraparlas, y por lo tanto decidí hablar con los pescadores, porque podía ser provechoso para nosotros. Y poco después enviamos a alguien a hablar con ellos que, siendo vascos, no hablaban inglés, pero viendo que éramos ingleses, amablemente nos dieron la bienvenida y nos dijeron que conocían ciertos lugares donde solían pescar muchos de estos grandes peces, y ofrecieron ayudarnos a cazar algunas. Nuestros hombres pronto accedieron y desembarcaron con ellos; allí los vascos les enseñaron el arte de cazar estos grandes peces, y nos dieron tantos como quisimos.” Otros exploradores como Jonas Poole, Jean Nicot, John Lawson y Charles Johnson subrayaron que los primeros arpones de aquel siglo fueron vascos.

En 1578, Sir Humphrey Gilbert escribió a Sir George Peckham que los bacaladeros y balleneros vascos utilizaban el área como zona de pesca estacional y que nunca pretendieron ocupar Terranova. Los arrantzales llegaban en primavera, trabajaban durante el verano y el otoño, y regresaban a sus casas antes de que las tormentas invernales impidieran la navegación. Nunca establecieron asentamientos permanentes, tan sólo se han hallado cementerios donde enterraban a los que morían en las estaciones de pesca.

Desarrollo económico

La aventura comercial vasca tuvo un gran impacto en el desarrollo económico de la zona. Fueron los primeros europeos en establecer una industria en América. Desarrollaron un método único para conservar el bacalao, que consistía en salar y secar el pescado en bastidores de madera. Este método de conservación permitió transportar el pescado a Europa. La caza de la ballena fue una actividad económica importante tanto para los vascos como para los nativos: Los primeros intercambiaban la carne de ballena y otros productos manufacturados como hachas y calderos de cobre por pieles de castor y otros productos de valor.

Pero los marinos vascos también tuvieron un impacto cultural significativo. Establecieron relaciones intensas con los indígenas y su presencia ayudó a configurar el paisaje social y cultural de la zona. Abundan los topónimos vascos como Baia Ederra, Port au Choix (Portutxoa), Barachois (Barratxoa), Port-à-port (Opor-portu), Etxalde portu, Ingornachoix Bay (Aingura Txar), Uli-Zulo y Burua-Aundi, entre muchos otros.

La industria vasca en Terranova comenzó a declinar a fines del siglo XVI y, a mediados del siglo XVII colapsó debido a una combinación de factores como la sobrepesca, la competencia y los conflictos armados con ingleses y holandeses. Según consta en los registros históricos, una de las últimas campañas de balleneros vascos en Terranova fue la de 1637, año en el que el misionero Paul Le Jeune describió la actividad de marinos vascos en aquellas costas. En su obra de 1614, Jean Nicot ya menciona las campañas balleneras vascas en Islandia. De hecho, la expedición de 1604 marcó el comienzo de la caza vasca de ballenas en la isla. En 1615, una expedición compuesta por tres barcos llegó a Islandia y logró cazar once ballenas. Pero una tormenta los sorprendió pocos días antes de salir y, los 86 marinos vascos se quedaron en tierra, habiendo perdido sus naves y la carga en aquel terrible naufragio. Alentados por el gobernador de la zona, los islandeses atacaron y mataron a unos 40 de los supervivientes. Esta masacre, conocida como Baskavigin, tuvo un impacto significativo, pero no supuso una disminución en la actividad ballenera vasca en la zona. Fue un trágico interludio en un siglo marcado por un rico intercambio cultural entre vascos e islandeses. La industria prosperó hasta finales de siglo, cuando comenzó a declinar.

Los navegantes vascos continuaron surcando el Atlántico Norte, pero en barcos franceses, británicos u holandeses. Una de las últimas menciones de marinos vascos en esas aguas es la del reverendo Philip Tocque, un misionero anglicano en Terranova. En la entrada de su diario del 15 de junio de 1855, describe: “A eso de las 7 de la tarde un hombre llamó a la puerta; dijo que venía de Labrador, y hablaba unas pocas palabras de inglés. Resultó ser un marino vasco que había estado al servicio de alguna compañía pesquera en Blanc Sablon o Red Bay. Lo habían desembarcado con otros dos, pero se había perdido. Había dormido entre las rocas y estaba exhausto cuando llegó a Pinware [Pied Noir]. Le dimos una buena cena y una buena cama, y lo agradeció”. Como tantos antes que él, había aprendido en el mar qué poco necesita una persona.



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