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Ramiro Pinilla, recién elegido Premio Euskadi 2005: «Lo de escribir es un accidente en mi vida. Lo principal ha sido la familia y la defensa de la libertad» (en Deia)

23/10/2005

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«No pretendo un cambio en mi escritura para medrar»

[El novelista vive solo en un caserío de Getxo, donde escribe en silencio. Pero su libro ‘‘Verdes valles, colinas rojas’’, con el que ha logrado esta semana el Premio Euskadi de Literatura en castellano, le ha devuelto a la actividad pública]

Ernesto Maruri/Bilbao. Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) vive en un caserío llamado Walden. Tras ganar el Nadal (1960) y ser finalista del Planeta (1971), llevaba 30 años escribiendo en un olvido casi absoluto. En octubre del año pasado publicó en Tusquets el primero de los tres gruesos tomos de la novela ‘‘Verdes valles, colinas rojas’’, subtitulado ‘‘La tierra convulsa’’. Ha dedicado diecinueve años (1984-2002) a la escritura de toda la novela: 3.500 folios en el original. «Es mi último resuello», dice. Esta semana ha sido reconocido con el Premio Euskadi 2005 al mejor libro en castellano.

«Alegría serenada»

«Para mí este premio es un honor y lo recibo con ilusión. Lo bueno de los premios es que no se gastan», comentaba el escritor al conocer el fallo. «Este premio abre la posibilidad de que mi libro sea traducido», añadía.

Después, a los dos días de recoger el galardón, le preguntamos si había cambiado en algo su vida. «Estoy viviendo estos días con alegría serenada. Pero sé que el único que me tengo que hacer caso soy yo mismo, no los de fuera», nos respondía.

«Cuando el Premio Nadal (1960), ya viví algo parecido», comenta. «Fue saltar de llamarse uno escritor a que el mundo te llame escritor. Pero mi mundo no cambió, no me incorporé al mundo literario. Fui a Barcelona a la entrega del premio, volví en 24 horas a mi casa y mi vida siguió igual. Ahora, con el Premio Euskadi, atiendo a los medios y hago lo mismo: mis paseos por la Galea... Es agradable que te reconozcan, pero seguiré viviendo y escribiendo igual».

«Cuando decidí publicar ‘‘Verdes valles, colinas rojas’’ en una editorial comercial --prosigue-- ya estaba dispuesto a aceptar las consecuencias. Ahora bien, no acepto presiones ideológicas, ni busco reconocimiento desesperadamente, ni pretendo un cambio en mi escritura para medrar y nadar mejor en la sociedad».

Ramiro Pinilla sigue trabajando. «He empezado tres novelas cortas, dice. «Me he decantado por una, ‘‘La higuera’’, que tendrá unas 300 páginas. Cuando las tropas franquistas entran en Getxo durante la Guerra Civil, unos falangistas matan al maestro ante la mirada de su hijo. La novela es la relación de este chico, a medida que crece, con uno de los falangistas».

El proceso de una historia

En setiembre del año pasado, un mes antes de la publicación del libro galardonado, ‘‘Verdes valles, colinas rojas’’, en una entrevista publicada en la revista mallorquina ‘‘La bolsa de pipas’’, algunos de cuyos párrafos reproducimos, Ramiro Pinilla explicaba que lo que había querido contar en esta novela era «una representación del paso del hombre sobre la Tierra. No del vasco: del hombre», precisaba. La saga de los Baskardo de Getxo es la protagonista.

-¿Qué son los Baskardo?

«La apoteosis de la libertad. Los individuos intransigentes que, desde el origen del mundo y la aparición del hombre sobre la Tierra, han mantenido la idea de que cuantos menos, mejor. Ellos, que hablan muy poco, dicen: ‘‘Nunca estaremos mejor que cuando estábamos pocos’’. Aquella tribu crece, se multiplica y empieza a degenerar, a perder libertad. El árbol de los vascos no es el de Gernika. Es un roble que estaba en Getxo hace milenios, bajo cuya copa se podía reunir toda la tribu. Vivían en una sociedad bastante democrática, muy libre. Cuando la tribu se multiplicó, ya no cabía toda bajo el roble. Entonces, un espabilado inventó los intermediarios, los políticos: ahí empezó a degenerar todo».

«El Baskardo, que era el más íntegro, el que no admitía componendas, comprende que el árbol ya no vale para nada porque han perdido la verdadera libertad del Principio. Lo arranca y lo tira por el acantilado. El Baskardo, intransigente, es el único de la tribu que considera que todos los inventos que han venido posteriormente menoscababan la libertad. En contra de los inventos, que siempre vencían, el Baskardo fue quedándose relegado. Hoy en día vive apartado en una covacha. No participa en nada de su comunidad. Le tienen miedo porque él representa la verdadera libertad, y todos los demás lo saben pero no lo quieren reconocer. Es intratable. No figura en ningún libro de censos. Esta última etapa del Baskardo está en ‘‘Verdes valles colinas rojas’’, que abarca cien años desde 1879».

-La vida comienza con los bichitos...

En Getxo está la playa de Arrigunaga, a la que quiero mucho. Allí hice nacer la vida sobre la Tierra, que salió del mar en forma de 48 bichitos verdes. La gran libertad existió cuando estaban solos en la playa. Todo lo que vino después ha sido degeneración.

-En 1960 gana el Nadal con ‘‘Las ciegas hormigas’’. ¿Qué supuso aquel premio para un autor desconocido?

Una satisfacción. Pagué la hipoteca de la casa. Pero me maleó un poco porque perdí el miedo a escribir durante unos años, y no hice nada interesante hasta que lo recuperé. Llegué a pensar, sin saber que lo pensaba, que me sería fácil escribir. Tampoco me ayudó a seguir escribiendo pues yo tenía el propósito de seguir haciéndolo siempre.

-Tras el Nadal recibió en su caserío de Getxo la visita de Delibes. ¿Cómo fue?

Nada. Ni me acuerdo. Apareció Delibes con un sacerdote que también ganó el Nadal, Martín Descalzo. Vinieron a ver qué tipo indebido de individuo había ganado el Nadal, al que no se le había oído en los círculos, siendo totalmente desconocido. Sólo fue una labor investigadora. No quedó ni rastro de aquella visita, ni en ellos ni en mí.

-Como si fuera un animal de un zoo.

Me sentí así un poco.

-En 1971, queda finalista del planeta con ‘‘Seno’’. Gana Gironella. ¿Cómo fue aquella experiencia?

Mala. Yo era, en principio, el designado por el jurado para el premio. En el último minuto, hubo un viraje y se lo dieron a Gironella, que ya publicaba en Planeta.

-¿Qué comentaron los medios?

Un medio publicó una carta de un miembro del jurado diciendo que mi novela era mucho mejor y que era una obra de arte. Mi libro salió seis meses después, mientras que el de Gironella lo publicaron inmediatamente. Querían olvidar ese libro, les estorbaba, no querían que hubiera comparaciones. Cuando apareció, ya tuvo muy poca repercusión.

-A mediados de los setenta crea con el escritor J. J. Rapha Bilbao la editorial Libropueblo. Vendían los libros a precio de costo, con una distribución muy escasa a cargo de los autores. Ahí comienza el olvido de público y crítica. ¿Qué pasó? ¿Por qué ha sido olvidado estos últimos treinta años?

Porque elegí un camino independiente. El resultado fue que quedé totalmente marginado. No me importó, ni tampoco ahora. He hecho este libro, mi última baza, y quiero regresar a la normalidad comercial. Se me ha ignorado, creo que inocentemente. No me he sentido perseguido. He disfrutado de mi silencio, de mi soledad, de mi paz.

-No hay peor maltrato que la ignorancia.

Sí, lo he vivido, pero no lo he sufrido porque lo he elegido yo. No olvidaré que he sido olvidado y marginado durante 30 años por editoriales, críticos, lectores, escritores. Tenía libros escritos. Ha sido un rechazo muy duro. No debo a nadie el haber escrito ‘‘Verdes valles, colinas rojas’’. Me lo debo a mí mismo.

-¿Vive con rencor este olvido?

No. Sentiría odio si lo hubiera sufrido, pero no, lo he elegido yo, he estado muy a gusto. Pero ha habido una pequeña injusticia por parte de muchos. Seguiré siendo el olvidado. Espero no aceptar de la sociedad cosas que me puedan venir ahora. Ha sido un esfuerzo totalmente personal. Ninguna ayuda moral ni económica. Me consideraría traidor a mí mismo si ahora cediera este esfuerzo a la sociedad. Con la sociedad no tengo que compartir nada. Casi nunca he sido nombrado. Yo no he existido.

-¿Desearía morir en la playa de Arrigunaga?

No. Moriré, si estoy lúcido, con tristeza. Diré que no esparzan mi semilla [sic] ni por la playa ni por el mar. Incinerado y fuera. Ni urna. Al vertedero de cenizas.

-¿Qué se plantea sobre la muerte?

Pienso en ella todos los días, pero no me da miedo, me da pena. Estoy muy vivo todavía y feliz.

-¿Pena porque ya no podría escribir?

Lo de escribir es un accidente en mi vida. Lo principal ha sido la familia, mis tres hijos, y la defensa de la libertad. Podía haber dejado de escribir: sería el mismo. No sacralizo la escritura. He gozado con ella, alguna vez me ha salido bien, y nada más. Pongo en la dedicatoria de VVCR: «Ahora sé por quién he escrito siempre. Pero lo fundamental en mi vida ha sido otra cosa».

(publicado el 23-10-2005 en Deia)


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