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Zacarías de Vizcarra: El sacerdote euskaldún que inventó la hispanidad (en ABC)

18/08/2021

Además de esa contribución, defendió en su obra lo vasco como lo «españolísimo», el euskera como lengua española autóctona, y al vasco como genuino indígena nacional; propuso el bilingüismo

Enlace: ABC

Hughes. En 1931, en un artículo antecedente de su ‘Defensa de la Hispanidad’, Ramiro de Maeztu, que regresaba de ser embajador en Argentina, propone la acuñación de un concepto: «El 12 de octubre, mal titulado el Día de la Raza, deberá ser en lo sucesivo el Día de la Hispanidad (...) La palabra se debe a un sacerdote español y patriota que en la Argentina reside, D. Zacarías de Vizcarra».

Aunque el aludido corregiría pronto a Maeztu, negando ser el creador: «¿Qué es entonces lo nuevo de la palabra ‘Hispanidad’, cuya creación me atribuyen a mí (…) Hace años lo vengo explicando en revistas de España y de fuera de España, sin lograr todavía que me dejen de llamar ‘creador del vocablo’. No he hecho más que descubrirlo, resellarlo con las nuevas acepciones que nos hacían falta y ponerlo en circulación». El término lo encuentra ya en 1531, en el bachiller Alexo Venegas, que en una obra escribe que «no les faltó un Pollio que hallase hispanidad en Quintiliano».

Es bien conocido que otro vasco, Unamuno, había utilizado ‘hispanidad’ en 1909, pero lo que hace Zacarías de Vizcarra, lo que le reconoce Maeztu (vasco también), es darle un sentido nuevo a la palabra por analogía con ‘humanidad’, conjunto de todos los hombres del mundo y suma de las cualidades propias del hombre, y ‘cristiandad’, conjunto de todos los pueblos cristianos y suma de las cualidades que debe poseer un cristiano.

Por analogía, llega a su definición. «Hispanidad significa, en primer lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen hispánico, diseminados por Europa, América, África y Oceanía; expresa, en segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica (…) ‘Hispanoamérica’ y otros son términos parciales que no comprenden Filipinas, ni las posesiones españolas de África, ni a la misma España. En cambio, las palabras ‘Hispanidad’ e ‘hispánico’ representan a todos los miembros de la gran familia diseminada por América, Europa, África y Oceanía. De ahí la necesidad de popularizarlas».

Las dos acepciones

En 1929 sugería con modestia la posibilidad de que la Real Academia adoptara esas dos acepciones. En un artículo escrito en ABC en diciembre de 1944, Julio Casares dará cuenta de ese reconocimiento: «Hispanidad sólo tenía en el diccionario un valor de pura terminología estilística, por no decir gramatical. Por eso pudo escribir Maeztu, con relativa propiedad, que el sacerdote español don Zacarías de Vizcarra, residente a la sazón en la Argentina, había ‘inventado’ el vocablo hispanidad, puesto que lo sacaba a luz para significar el conjunto y comunidad de todos los pueblos hispanos, concepto hasta entonces desconocido e innominado en el catálogo académico».

El sacerdote vasco, por tanto, sí puede ser considerado el creador del sentido actual de la palabra, tal como sería desarrollado después por Maeztu y García Morente.

Zacarías de Vizcarra y Arana nació en 1879 en Abadiano, Vizcaya, de padre carlista, cercano al pretendiente Carlos VII, y fue uno de los niños de la primera promoción del Seminario de Comillas. Ordenado sacerdote, enseñó griego en el seminario de Vitoria y elaboró un catecismo en euskera, su lengua materna, en la que hasta su muerte mantuvo un diario.

Gestación en Argentina

Pronto emigró a Argentina, donde permaneció más de veinte años, y fue allí, trabando amistad con Ramiro de Maeztu, donde perfiló su concepto de la Hispanidad.

Al regresar, colaboró con Acción Española, y fue nombrado obispo auxiliar de Toledo. Murió en los años sesenta de afección pulmonar. Colaboró siempre en la formación cristiana con medios escritos e incluso una radio en Argentina. Publicó, entre otros, un catecismo, un curso de Acción Católica, artículos y obras sobre la Hispanidad y, nos interesa especialmente, ‘Vasconia Españolísima. Datos para comprobar que Vasconia es reliquia preciosa de lo más español de España’.

Si con la hispanidad propone un ecumenismo, en esa obra de 1939 apunta al origen. Zacarías de Vizcarra defiende allí la españolidad de lo vasco, y lo vasco como manantial y cimiento de España, como lo más español dentro de lo español. Los vascos serían los descendientes de los indígenas ibéricos, los no conquistados por otro pueblo; y el vasco, la lengua no latinizada. Además, los vascos están en la constitución de los reinos cristianos que darían lugar a la unión española.

Vasconia, como él la llama, aparece también en el mito fundacional de Don Pelayo, que antes de la batalla de Covadonga se refugia en la región cántabra. ¿Dónde exactamente? Siguiendo el Cronicón de Alfonso III el Magno, «Álava, Vizcaya, Alaón (Ayala) y Orduña, que siempre estuvieron en posesión de sus habitantes».

La Castilla vasca

«En realidad la primera Castilla -escribe el sacerdote- fue la línea de castillos organizada por Alfonso I en torno del territorio vasco-cántabro que no había sido ocupado por los árabes. Porque Castilla viene de Castella, plural de ‘castellum’, que significa castillo. Por consiguiente, Castilla significa Los Castillos (…) Desde que Alfonso I fundó en Vasconia la primera Castilla y comenzó la formación lenta de la segunda Castilla en el territorio vasco de la Vardulia, pasó más de un siglo en que no existió más Castilla que la que pudiéramos llamar la Castilla Vasca de Vardulia y Borovia».

Los vascos, germen de lo castellano, participarían en su extensión y repoblamiento. Como muestra, el nombre de García, de origen vasco y difundido por toda España.

Pero no fue solo Castilla. Los vascos estarían en el origen de Aragón. Cita al historiador Zurita, que sitúa el Condado de Aragón, cuna del futuro reino, en «la región de los vascos»; y a Manuel Risco, que escribe: «Los Aragones eran la misma gente que los Rucones» para luego añadir que «los Rucones pertenecían al pueblo de los Vascos». Resalta la figura de Sancho el Mayor (mitificado después por el nacionalismo vasco), en cuyo testamento estaría el comienzo de la personalidad independiente del Reino de Aragón.

Repasa, así mismo, la participación vasca en la historia española, en la Reconquista, en la batalla de Navas de Tolosa, y, valiéndose de los cinco tomos de Segundo de Ispizua, ‘Historia de los vascos en el descubrimiento, conquista y civilización de América’, la aportación de marinos, religiosos y conquistadores a las empresas de Castilla, «región capitana». Sin ignorar el papel vasco en la guerra de la Independencia.

A favor del bilingüismo

Otra contribución es la lengua, el euskera, «la única indígena de España que se habla en el mundo», la propiamente española, la autóctona, pues el resto son derivadas del latín.

Citando a Menéndez Pidal, recuerda que al lado del más antiguo texto castellano, las Glosas Emilianenses, escritas en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, «se deslizan unas glosas en vasco, primera manifestación de esta lengua, que tardará después siglos en ser lengua escrita». Así, el escritor más antiguo de lengua castellana es también el escritor más antiguo en lengua vasca, y ambas nacen para la historia literaria juntas, en el mismo documento, símbolo de la unión entre Vasconia y Castilla.

A partir de ahí, don Zacarías hace una defensa del bilingüismo: «Es la solución que se impone también en nuestros días: los vascos deben ser bilingües, como el monje de San Millán que escribió simultáneamente los primeros documentos de ambas lenguas. El castellano es necesario como lengua interhispánica de consorcio cultural, social y comercial. El vascuence es un recuerdo sentimental de la España primitiva, que suena desde hace cuarenta siglos en las montañas de Vasconia». No consideraba la lengua vasca peligro alguno para el espíritu español pues era «la más española de todas las lenguas» y, además, la clave, el secreto para descifrar los remotos orígenes ibéricos, la llave de lo aborigen español, de lo ancestral y misterioso.

La convivencia de las dos lenguas la expresa de una bella manera en otro punto: «Todos los vascos debieran ser bilingües, usando simultáneamente el castellano, la lengua imperial de las veinte naciones de ambos mundos que integran la Hispanidad, y el vascuence, lengua de la prosapia indígena de España, lengua de la tradición y del corazón, lengua que conserva el eco prehistórico de la raíz más honda de España, lengua que perpetúa la fisonomía paterna de los hijos de Vasconia, en la hermosa variedad de los hijos de España».

A los vascos les conviene el castellano por «razones económicas, cívicas, culturales y tradicionales», y les conviene «la antigua lengua española» por «razones científicas, históricas, tradicionales y sentimentales». Se observa que la tradición, vista por los dos lados, lleva al bilingüismo, que la lengua vasca es la propiamente española, razón por la que conviene a España su cuidado, y que la castellana responde a unas razones particulares: cívicas.

Contra el particularismo

El libro da razones contra el separatismo y lo considera cosa inducida, con origen extranjero y anticatólico: francés, masónico y comunista. Sostiene que primero fue sembrado inteligentemente por políticos y militares franceses revolucionarios para encontrar en las provincias vascas un punto de apoyo que les facilitara la conquista de España. Muestra algunas proclamas de generales franceses dirigidas a la seducción de los vizcaínos a finales del XVIII. Aunque en los montes de Vizcaya hubiera muchos guerrilleros «con sentido común», no faltaron los afrancesados, cuyas familias descendientes, «reñidas con la tradición española», se harían primero antitradicionalistas y luego separatistas.

En cuanto al catolicismo vasco, Zacarías de Vizcarra, con menos documentación, denuncia la exitosa tarea de las «sectas anticatólicas», que con «diabólica astucia» fomentaron el separatismo católico con las mismas intenciones que Moscú y los soviets, cuya estrategia era no solo permitir el catolicismo nacionalista, sino estimularlo, con el doble objetivo de dividir y de reducir el nivel religioso en la región.

Además de ponderar la influencia extranjera, don Zacarías denuncia el particularismo vasco y le opone el universalismo de la Hispanidad de Maeztu, que es la suya, a la que encuentra un antecedente en la obra del poeta de Calahorra, Prudencio, que en el siglo IV ya cantaba la extensión de Cristo en Roma. Ahí sitúa el primer anhelo lírico del imperio español y de una Hispanidad, después, de tipo «universalista, no racial, igualitaria y apostólica».

Además de pensar el orbe hispano, el padre Zacarías, en una auténtica teoría de lo español, y como si señalara un alfa local para un omega ecuménico, o un origen remotísimo y prehistórico para un futuro de siglos, sitúa en lo vasco, como decía Unamuno, el alcaloide de lo español. Esa proyección de lo español en el mundo, sobre varias razas, lenguas y continentes, tiene en lo vasco su comienzo misterioso e impenetrable. Una matriz, una entraña, un tronco. Con un ánimo de concordia, este autor olvidado clarifica la españolidad de lo vasco, y el vasquismo de lo español universal.



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