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Agustin Otondo Dufurrena

Agustin Otondo Dufurrena
Agustin Otondo Dufurrena

05/19/2018 - Santiago, Chile

These lines about Agustin Otondo Dufurrena have been written by his nephew Francisco Otondo:

Volver a Navarra

Por Francisco Otondo

Mi tío Agustín falleció este fin de semana a los 84 años. Su vida fue la de un hombre valiente y generoso, que con solo 15 años partió desde España para encontrar un futuro en Chile. Aquí, fundó el Centro Navarro, ayudó a los demás, se dedicó con devoción a conocer sus orígenes familiares y editó varios libros sobre la emigración de la que él mismo fue parte. Y su tierra natal lo reconoció, dándole una de sus máximas distinciones: la Cruz de Carlos III el Noble de Navarra.

A principios de 1949, con solo 14 años, Agustín Otondo decidió que debía dejar su hogar y emigrar a Chile. El estado de la España de postguerra era crítico, recordaba en uno de sus libros: “La situación económica era insostenible: un estricto racionamiento incluía a un pan negro que era incomible y a todos los otros alimentos de primera necesidad”. No había trabajo y, menos, una posibilidad de estudiar.

Recién cumplidos los 15 y con una sensación de incertidumbre ante un futuro que le era absolutamente inescrutable, dejó atrás su natal y querido caserío Epelmendia, el pueblo de Erratzu, el Valle de Baztán y la comunidad de Navarra. Aunque Marcelino, su padre, y Clara, su madre, pensaban que era demasiado niño para viajar, igual firmaron los permisos para que partiera. Agustín se despidió de ellos, de sus abuelos, de sus hermanas y de su hermano que era casi un bebé. Pensó que esa sería la última vez que los vería y deseó que, ojalá, estuviera equivocado.

“Me lo dieron todo. Gran cariño y afecto, estudios de acuerdo con las pocas posibilidades de la época y todo lo que tuvieran a su alcance”, escribiría años más tarde.

En Barcelona, se embarcó en el transatlántico Conte Grande. Viajó 15 días en lo que se le aparecía como una pequeña ciudad flotante hasta recalar en Buenos Aires, Argentina. Recorrió la capital sudamericana más importante de la época e, impresionado aún, viajó a un tambo a visitar a un tío. Lo encontró ordeñando una vaca, con el barro hasta las rodillas. A los pocos días, tomó un vuelo hasta su destino final: Santiago de Chile.

Como muchos baztaneses emigrados a este país, llegó a trabajar como panadero. Lo recibió su tío Toribio Otondo. De 1949 a 1956, fue obrero y repartió pan por todo Santiago en un carretón tirado por caballos. También administró panaderías en el principal puerto chileno, San Antonio, y en la sureña ciudad de Rancagua.

Pero no todo era trabajo. Las tías que habían llegado en las décadas anteriores organizaban fiestas para celebrar el Año Nuevo, los Sanfermines o la Festividad de San Juan, donde los jóvenes de la colonia podían conocerse y compartir. En uno de esos convites, una joven baztanesa natural de Arizkun llamó su atención: se llamaba Dolores Urrutia. Se hicieron novios y se casaron en 1964. Junto a ella, Agustín tuvo un hijo, Francisco Javier, y cumplió el deseo que tenía desde el mismo momento en que despidió de sus padres: volver a Baztán.

Acompañó a los aites un tiempo y viajó de vuelta a Chile. Se trajo a Francisco, su hermano menor, y abrió su propia panadería. Primero, una en Rancagua y, después, otra en Santiago. Paralelo a este negocio, siguió una destacada trayectoria como dirigente gremial que lo llevó a ser elegido consejero de Desarrollo Comunal de Las Condes, en representación de las actividades relevantes de una de las comunas más importantes de la capital chilena.

Empezó a interesarse en la heráldica, simplemente, porque era hermosa. Su oficina era un testimonio de esa vocación: adornaban sus paredes escudos en papel, madera, de colores, en blanco y negro, con fondos rojos, verdes y azules. Colgados o apoyados en el suelo. Sus obras engalanan hoy lugares emblemáticos y fueron parte de algunos de los eventos más relevantes de la historia reciente de Chile: uno acompaña la imagen del apóstol Santiago, patrono de la capital chilena, en la Catedral; otro fue entregado al papa Juan Pablo II en la primera visita de un pontífice al país sudamericano, y varias piezas fueron encargadas para presidentes de la República, representantes políticos y autoridades religiosas.

Ya estaba recorriendo un inevitable camino hacia la genealogía, donde descubriría su veta como investigador. Porque cada escudo tenía su familia y cada familia, su historia. “Muchos han colaborado con el progreso de Chile y otros países. Fueron grandes hombres y mujeres. Pero si alguien no investiga sus biografías o no comparte sus fotos, es tremendamente difícil que se pueda conocer su aporte y que sea rescatado por generaciones futuras”, recordó en una conversación.

Empezó a investigar a su propia familia y construyó su árbol genealógico. Escribió una primera versión en el libro Genealogía, nobleza y blasones de la familia Otondo, originaria del Valle de Baztán (Navarra). La aparición de nuevas tecnologías y las redes sociales le abrió puertas para profundizar su tarea. Con más de 70 años, se armó un perfil en Facebook que le permitió conocer y mantener el contacto con parientes en Argentina, Bolivia, Brasil, España, Estados Unidos y Francia que colaboraron con su ya titánica labor. Con ellos, trabajó en la organización de cuatro encuentros de los Otondo del mundo y la ampliación del árbol.

También investigó a otras importantes familias chilenas, inspiró a muchos jóvenes que no sabían cómo empezar a reconocer sus raíces y llegó a ser miembro honorario del Instituto Chileno de Investigaciones Genealógicas.

En 1999, tenía 65 años cuando publicó su primer libro: Emigración a Chile del Valle de Baztán en el siglo XX, en coautoría con Patricio Legarraga, editado por el Gobierno de Navarra como varias de sus investigaciones posteriores. Y en eso fue también tuvo alma pionera: el lanzamiento fue vía internet simultáneamente en Navarra y Chile, en una época en que te demorabas tardes enteras en descargar una canción. Luego, vinieron otros textos: Diccionario histórico, biográfico del Valle de Baztán (Navarra), de 2002, reeditado dos veces más; Apellidos de Navarra y sus blasones familares, de 2006; Navarra y la emigración a Chile: genealogía y armas, de 2013, y Apellidos de Euskadi y sus blasones familiares, por publicar.

Sin embargo, este viaje hacia la semilla lo estaba llevando a reencontrarse con Navarra desde antes y no solo a través de sus libros. Ya en 1991, había reunido a los migrantes avecindados en Chile para crear una agrupación en que pudieran colaborar unos con otros y mantener su identidad cultural. Ese fue el origen del Centro Navarro de Chile, institución de la que fue su fundador y primer presidente, donde llegó a reunir a más de 200 socios.

Todas estas obras lo hicieron merecedor de la Cruz Carlos III el Noble de Navarra en 2010, la máxima distinción otorgada por la Comunidad Foral a personas que hayan contribuido al progreso y la proyección exterior de la autonomía desde el ámbito concreto de su respectiva actividad. El decreto que premió a Agustín Otondo dejó una frase que resumió el espíritu que siempre animó su trabajo: “(Contribuir) de forma destacada a la representación de los navarros en Chile y al conocimiento riguroso de la presencia navarra en el país a lo largo de la historia”.

En sus últimos meses de su vida, se dedicó a profundizar sus investigaciones publicando nuevas ediciones de sus libros, a cooperar en el comedor comunitario de la Orden de Malta, a luchar contra el cáncer que lo aquejaba desde 2017 y a despedirse de los amigos y familiares que venían a verlo a su oficina, primero, y a su casa, después.

Falleció la mañana del 19 de mayo de 2018. Agustín Otondo llevaba 68 años en Chile y tenía 84 años. Al día siguiente, fue despedido en una misa en la Iglesia San Pedro de Las Condes y sepultado en el Cementerio Parque del Recuerdo. Llevaba una corbata con motivos del blasón de Navarra, una insignia con el escudo del Valle de Baztán en la solapa izquierda y un pañuelo rojo sanferminero en el bolsillo de la chaqueta junto a su corazón.



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