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Mª Ana eta Francisco: llevando sus nombres, honrando sus vidas

02/09/2015

Ella y cuatro amigas zarparon una fresca mañana de primavera desde un puerto francés cuyo nombre no recuerdo. Sola tal vez no se hubiese animado, pero con sus amigas se atrevió a largarse porque el futuro lejano era más promisorio que ese presente de vender sardinas en el puerto o encenderle velas a San Antonio. Agur ama, agur aita –dijeron todas ellas- y pronto las amadas figuras, las verdes montañas, los tejados rojos de los caseríos de la Gipuzkoa natal fueron un punto, una línea que desapareció en la distancia.

La travesía fue despreocupada para las cinco jóvenes que la pasaron a sopa en los camarotes de segunda y de romería en la cubierta. Mezclaron sus canciones de pandero con las verduleras de los italianos y el violín silbador de un polaco que persiguió a la Sarasti de proa a popa durante todo el viaje, para deleite de tripulantes y pasajeros. Ella contaba que el mozo era bien parecido pero habían quedado en que “de maridos sólo vascos…y al pisar suelo de Buenos Aires”. Además no había forma de entenderse y solo la música los unía en la nostalgia.

Llegaron por fin y luego de una semana en el Hotel de Inmigrantes las cinco amigas consiguieron boleto y trabajo para una Estancia en Tandil. Cocineras y mucamas de preferencia vascas porque también lo eran los patrones. Y allá se fueron contentas de seguir hablando su euskera aunque el trabajo fuera de sol a sol sin sábado, ni domingo. A los veinte años el tiempo es dorado y del sacrificio ni se habla. Así fue que una a una encontraron “compaña” y más tarde marido.

-Pues no sé qué fue de ellas al cabo de los años- Irastorza, Sarasti, Cascué y Barbeito eran los apellidos que recordaba de aquellas compañeras de aventura que se perdieron con sus nombres y sus historias en la inmensidad de esas tierras, en los recovecos de la memoria.

María Ana conoció a Francisco Ugarte para San Fermín, en una romería  donde hubo pelotaris, campeonato de mus, las trikitixas de Esnaola, Lisarrague y Goenaga, el txistu con tamboril de Gurumeta y unos improvisados bertsolaris que competían entre mate y taba con los payadores criollos. Ellos bailaron y cantaron tanto como la alegría de encontrarse se lo permitió. 

Gipuzkoanos ambos, rememoraron las verdes colinas y el paseo de Donosti a orillas del mar. Noviaron un tiempo y el 24 de Junio de 1893 se casaron en la iglesia mayor de Tandil. A las afueras de la ciudad Francisco tenía una pastería donde daba alojamiento y atención a caballos y carruajes. Cuando llegó amona María Ana se acabaron los  -Vasco a la vuelta te pago… Era ella la que con firmeza decía –Pagas o no te llevas el carro. 

Y así con rectitud y trabajo hicieron una pequeña fortuna mientras nacían los doce hijos que la vida les regaló. 

Toda la familia trabajaba en la empresa. María ayudaba a los hermanos y era la cocinera de la posada y mientras los varones fueron independizándose dedicados además a las tareas rurales; las otras mujeres iniciaron diversas actividades. Gabina: corsetería y sombreros. Ramona: corte y confección con lo que puso la primera academia de Tandil. Dolores, la “potoka” fue maestra. Iba puntualmente a dar sus clases a las escuelitas rurales de las canteras, primero en Cerro Leones …luego en Albión, en el sulky que le preparaba cada amanecer don López “el soguero” que hacía aperos, cabestros, riendas y era vecino, amigo de la casa.

Aita, José Ugarte se casó en Necochea con Agustina Díaz, mi madre, quien vivía en esa ciudad y a la que José viajaba de tanto en tanto para comerciar cueros y caballos. Se fueron al hermoso paraje  “La Vasconia” para trabajar en la estancia “La Tandilera”. Allí nacimos y nos criamos los siete hijos, entre ellos la que cuenta, y todos disfrutamos de una numerosa familia donde el afecto, el trabajo y las fiestas eran lo acostumbrado, con la presencia de una amona María Ana cada vez más viejita y distante, y el recuerdo de aitona Francisco. 

Todas las hermanas de mi padre quedaron solteras;  eso le permitió a tía Gabina llevarme a Tandil donde estudié y más tarde me recibí de enfermera, profesión que me entusiasmó desde el día que conocí a Vina Mendoza, una enfermera que me llevó a esa noble tarea. Llegué a Buenos Aires con un paciente y viendo tanta solicitud de enfermeras decidí quedarme para continuar en ese trabajo. Me casé con un entrerriano y nacieron mis tres hijos que hoy me dieron cuatro nietas que son mi contento.

Viajo a menudo al país de los recuerdos y disfruto nuevamente de las visitas al tío Pancho Esnaola que tenía un almacén de Ramos Generales en Iraola, donde íbamos a menudo los 29 de Enero para su cumpleaños y para las puntuales cuatro carneadas de chanchos que se hacían cada año. Chorizos, morcillas con mucho verdeo, exquisitos jamones colgados en la despensa y en el sótano, se producían para toda la familia. 

Y como estos tíos no tenían hijos, los primos Ugarte invadíamos su casa y todo era diversión y juegos…hasta los partidos de fútbol en el Club Social detrás del alambrado donde era un espectáculo ver a las tías solteras gritar las reglas del juego fanáticas de su equipo. Se las sabían al dedillo y en un partido le reclamaron  tanto a un árbitro un pase mal cobrado, que más tarde vinieron a la casa a pedirles disculpas porque tenían razón. 

Entre ellos hablaban en vasco muy rápido, no podíamos seguirlos para entender algo. Pero a nosotros no nos enseñaron. Aprendimos palabras sueltas de lo que escuchábamos y nos llamaba la atención.

Ahora, a más de cien años de aquel viaje de mi amona Maria Ana Huici me doy cuenta que su largo viaje aún continúa por nuestra sangre, nuestra herencia vasca, presente en los rostros, los dichos, las costumbres, la perseverancia, la honestidad que llevamos con sano orgullo y humilde valentía. Aupa María Ana eta Francisco! Aquí estamos llevando sus nombres y honrando sus vidas.

Memoria de Ana Ugarte.

Por Marita Echave. De una baska a otra con fraternal abrazo.

María Ana y Francisco en el medio, rodeados de su siguiente generación (foto familia Ugarte)



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Marita Echave

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