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Quién es Iñaki Unamuno, el vasco que inauguró su propia estatua en la plaza de Macachín (en La Nación)

01/12/2022

Su tío le pidió que lo acompañara a la Argentina, a donde llegó en 1957. Dos años después fue cofundador de una importante asociación que reúne buena parte de la vida social de Macachín.

Enlace: La Nación

Elida Bustos. Tiene un busto en la plaza del pueblo, el principal restaurante lleva su nombre, acaban de declararlo ciudadano ilustre, y todos hablan de él como “el” referente de Macachín y de los vascos de La Pampa.

Iñaki Carmelo Unamuno, vasco de nacimiento y de alma, dice que los primeros meses en la Argentina lloró cada noche. Tal era el desarraigo y la tristeza de haber dejado atrás a sus padres, hermanos, amigos y su vida entera en el País Vasco.

“Pero (venir a la Argentina) es lo mejor que me ha pasado en la vida”, cuenta.

La historia comenzó cuando su tío Eusebio, ya afincado de este lado del Atlántico, volvió al terruño, al caserío de Bergara, en el País Vasco, y les dijo a él y un hermano: “Uno de los dos se viene conmigo a la Argentina”.

Era la segunda vez que hacía el planteo. E Iñaki pensó que le correspondía a él irse porque su hermano todavía estaba estudiando.

Eran épocas de emigración en España y la Argentina se presentaba como la promesa de futuro, con trabajo y tierras para quienes quisieran labrarla.

Así, en 1957, Iñaki se embarcó en el Monte Urbasa, en el puerto de Santurce, en Bilbao, con su primo José Mari. La travesía se inició el 24 de marzo y llegaron a la Argentina el 13 de abril.

En el barco eran todos migrantes, recuerda. Y cuando llegaban, los gallegos se quedaban en Buenos Aires y los vascos se iban al campo porque no les gustaba la ciudad.

Tierras fiscales

Por aquellas épocas, en el Hotel de Inmigrantes –primer alojamiento de quienes llegaban en los barcos– todos sabían que había tierra disponible en La Pampa. El gobierno hacía muchos años que la entregaba o vendía a muy bajo precio para alentar la población del territorio. Así habían sido miles los que durante décadas se habían subido al tren que terminaba en General Acha.

Entre ellos, muchos vascos, como el tío Ángel, el primero de los hermanos que había recalado en Macachín. Y cuando Iñaki llegó a la Argentina, esa fue su opción. “Todos los pueblos eran parecidos, pero aquí estaban los tíos”, dice.

Recuerda, no obstante, que los seis primeros meses fueron duros. “Extrañaba todo”... la familia, las comidas… Y el mar estaba muy lejos.

Pero –cuenta, con mirada pícara– él y su primo habían arrancado con ventaja en el pueblo: eran los sobrinos del tío Ángel, que tenía 20.000 hectáreas.

El otro tío, Eusebio, había llegado con 14 años, en 1915, y se había ganado buena fama como alambrador, un oficio muy requerido en aquella época. Fue bajo la tutela de Eusebio que Iñaki se formó en el trabajo y también de quien aprendió los valores que lo rigieron durante su vida.

Tierra vasca en La Pampa

La zona de Macachín había atraído a muchos vascos, al igual que Magdalena, en la provincia de Buenos Aires. Se desempeñaban en tambos o en actividades rurales. Pero eran épocas difíciles; se trabajaba de sol a sol. El descanso era el domingo, cuando se iba misa, y por la tarde se jugaba un rato al mus. No había muchas diversiones salvo que en el pueblo, cada tanto, se organizaban fiestas como las de allá, el terruño vasco.

Así en junio era la quema de San Juan, en julio San Fermín, en septiembre se recorbaba a San Miguel de Aralar y tampoco faltaban las celebraciones en honor a la virgen de Aránzazu.

Las fiestas congregaban a todo el mundo. Eran sencillas y acudían los vascos de las localidades vecinas a cantar y bailar. Y siempre había un momento para emocionarse con Boga, boga (Rema, rema) la canción popular vasca de marineros, que habla de irse a las Indias y no volver más.

“Qué necesita el pueblo?”

Iñaki también jugaba al mus en las lánguidas tardes de domingo. Y conforme pasaba el tiempo entre su grupo de amigos vascos se fortalecía la idea de organizarse y “hacer algo más”. En 1959, con Felipe Zubizarreta como presidente y otros vecinos crearon la comisión fundadora de la Asociación Unión Baska Euzko Alkartasuna (Solidaridad Vasca), génesis de todo lo que vino después.

Y la pregunta movilizadora y detonante que se habían hecho era: “¿Qué necesita el pueblo?”

Coincidieron en que necesitaba un hotel porque a Macachín llegaban viajantes o gente a hacer negocios y no tenían donde alojarse. No había un hotel decente en 100 km a la redonda, recuerda.

Concretar la obra llevó seis años y finalmente en 1966 se inauguró el Euzko Alkartasuna, de varios pisos, con restaurante y un bar anexo, germen del centro cultural vasco, hoy eje del pueblo.

Mientras se avanzaba en la construcción también los desvelaba qué podían hacer para preservar la cultura y las tradiciones y para convertirse en una comunidad organizada con tantos vascos dispersos en la inmensidad de la pampa.

Decidieron armar un club. Pero como dice Iñaki “No era para juntarse 8 o 10 a jugar al mus; para eso no necesitábamos una sede”. La idea del club tenía que ser superadora y no quedarse en la colectividad. Lo que se necesitaba era una institución de puertas abiertas, más abarcativa, que le sirviera a todo el mundo, y donde todos pudieran participar sin tener que pagar.

“Socios sin cuota”, resume Iñaki.

Cuarenta años más tarde esa sigue siendo la filosofía rectora de la institución y el motor que siempre motivó a todos en el pueblo a colaborar y sentirse parte de ella aunque no tuvieran ascendencia vasca.

El club es el punto de encuentro de los jóvenes de Macachín y se practican distintas actividades aranceladas, pero sin la necesidad de pagar mensualmente una cuota. Por supuesto, una de las primeras incorporaciones fue el frontón, que lleva el nombre de otro vecino ilustre de la colectividad, José León Chapartegui. La pelota vasca tuvo tanto éxito que hay 180 pelotaris (jugadores), muchos de los cuales participan en competencias nacionales.

El club fue cobrando forma como centro social vasco, sumando distintas actividades, desde la promoción de la cultura con la enseñanza del euskera y los bailes típicos, hasta la organización de competencias o fiestas que atraen a vascos de todo el país, como el Mundial del Mus, los campeonatos de pelota vasca o la Semana Nacional Vasca (la próxima será en octubre de 2022).

Esa intensa actividad comunitaria lo convirtió en un centro señero de la diáspora, con el que colabora anualmente el gobierno autónomo del País Vasco financiando proyectos.

Años más tarde –y con el hotel y el club funcionando a pleno– aquellos amigos que jugaban al mus siguieron preguntándose qué más podían hacer. Así, en 1972 nació el hipódromo, en su momento el más importante de la región pampeana fuera de Buenos Aires. Y, como había ocurrido previamente con el club, resultó mucho más que un centro de competencias hípicas. Hoy, en sus 20 hectáreas, es un centro recreativo para la familia, con parrillas, pileta y lugar para acampar.

Siempre en movimiento

Pasaron los años e Iñaki hoy ya no es tan joven. Pero mantiene su espíritu inquieto. Aquella pregunta del “¿qué más podemos hacer?” nunca lo abandona. Su más reciente desafío también será un legado: identificar a los vascos que llegaron a la zona. Fue un trabajo lento y tedioso de reconstrucción histórica que desarrolló durante la pandemia junto con otras personas. Trazaron un mapa con los apellidos de los que llegaron a partir de 1860 al departamento pampeano de Atreucó. Para fines del año pasado, habían rastreado 456 nombres, todos inmigrantes fehacientemente identificados, que desde noviembre se recuerdan con placas en la plaza central de Macachín, frente al centro vasco.

Por supuesto, Iñaki estuvo presente, junto con las 700 personas homenajearon a aquellos pioneros que apostaron por el trabajo y una nueva vida tan lejos de su tierra.

Seguramente, como Iñaki, muchos habrán encontrado aquí su lugar en el mundo. Él, a sus 85 años y con más de 60 en la Argentina dice: “No me arrepiento para nada de haber venido”.



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