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Rastros y rostros vascos en Venezuela

18/08/2020

Salió de refilón en mi anterior columna el tema de los curas vascos en Venezuela. Koldo San Sebastián y Xabier Amezaga, además del siempre atento Xabier Arozena, añadieron comentarios que invitaban a seguir con el asunto. Me aclara Amezaga que su tarea en la Editorial que lleva el apellido es “gerenciar, compilar, editar y publicar, y en una última etapa, difundir internacionalmente en 12 Bibliotecas tal acervo de obras”. Me anima a profundizar sobre el papel de los religiosos vascos en Venezuela, y no le puedo decir que sí, ni que no. Hacerlo con rigor requeriría un tiempo y unas fuentes de las que no dispongo, pero sí puedo dejar aquí algunas aportaciones que pueden dar pistas, sugerir un clima y enriquecer la investigación que otros mejor situados podrían hacer. Me vas a permitir, Xabier, que lo que debería ser una respuesta personal a tu correo se convierta en algo más público, por aquello de la economía de esfuerzos y una mayor productividad.

Leí la entrevista que alguien le hizo a José Ignacio Rey, amigo y cómplice en más de una tarea. Te comenté que a mi saber y entender había sido Manuel Aguirre Elorriaga el jesuita vasco (Maruri, Bizkaia) más influyente de Venezuela. Hay en la Red abundante información para quien desee saber de su obra y vida. Me limitaré yo a dejar testimonio de su gestión ante Rafael Caldera para pedirle -¿exigirle?- que moviera sus influencias para que no mataran a un Xabier Izko que acababa de ser detenido y era el principal sospechoso de haber participado en la ejecución de Melitón Manzanas. No mucho después falleció Manuel. También su hermano Jenaro dejó huella en el país. Y huella dejó el padre Belaz (Fé y Alegría), el Hermano Korta (indígenas) y, entre los no jesuitas, el Hermano Ginés, etc., etc. No recuerdo el nombre -¿Pascasio tal vez?-, pero sí la obra del que puso en marcha una Escuela Profesional al estilo de las vascas en los Flores de Catia, lo que me recuerda un comentario que oí de uno de sus colaboradores: preparamos jóvenes con la esperanza de que ayuden a mejorar la vida de sus vecinos pero, en cuanto encuentran un trabajo acorde a sus conocimientos, se van del barrio.

En ese tiempo, no eran pocos los religiosos dedicados a la enseñanza, casi siempre de la burguesía, que ponían en duda que su labor rindiera el fruto buscado. Eran días de Medellín y Teología de la Liberación, y eran días también de anticomunismo militante en algunos de ellos. Entre los curas vascos de Venezuela, hasta donde tengo conocimiento, no hubo tentaciones guerrilleras, como en Centroamérica, pero sí compromiso con el pueblo y las buenas causas, y dudas, muchas dudas. Hubo también un capellán del Ejército, muy preocupado con las ideas de aquellos curitas jóvenes que llegaron al país en los sesenta. Esto, como tantas otras cosas, en la correspondencia de Manuel Irujo se puede conocer. Hubo también un capellán de la colectividad vasca que predijo tempranamente que debía estar alerta ante ETA, y lo predijo en un tiempo en el que en la misa mensual del San José de Tarbes eran dos “de ETA” los que dirigían los coros, el organizado y el de los fieles. El capellán, que dejó huella como fundador de cooperativas, no recibió comprensión suficiente de los suyos cuando se enamoró de una mujer divorciada con la que tampoco acertó.

No conocí yo al padre Zabaleta, pero me hablaron mucho de él y de su generosidad. Tenía fama de santo en aquel Puerto Ordaz y San Félix que rebosaba riqueza, y pobreza. Los vascos de la zona le regalaban colchones, que le duraban poco, porque se los pasaba a otros que lo necesitaban más que él. Murió pobre de solemnidad en Leitza, en la casa de la familia de Patxi Zabaleta, cuando podía haberse hecho rico. Me contaron de él que se presentó en Maiquetía para tomar el avión con destino a Europa sin documentación alguna. El funcionario, asombrado, llamó arriba, contó lo que le pasaba con aquel señor mayor, hasta que llegó el asunto tan arriba, que le hicieron una documentación de urgencia que le permitió volar. Era un cura tradicional, bien intencionado, que no entendió nunca a los jóvenes que recalaron por sus dominios.

En el tiempo al que me refiero pasó de todo en América Latina, y tuvo como protagonistas o como testigos a muchos religiosos y religiosas vascas. Era tiempo de diálogo entre marxistas y cristianos, era tiempo de guerra fría y sueños dorados. Venezuela era la esperanza para muchos emigrantes, el país era rico y hasta los pobres, que eran muchos, eran menos pobres que los de sus vecinos de Colombia, Ecuador o República Dominicana. Estas contradicciones hacían mella en aquellos y aquellas que lo habían elegido como tierra de misión, pero sus respuestas eran, fueron, diferentes. En el recuerdo que yo tengo de ese tiempo, la jerarquía religiosa estaba con el orden establecido, y nuestros curas y monjas, en su mayoría, con la gente de a pie, en los cerros y las vegas, cada cual a su manera.

Apunte final: Arturo Sosa, actual general de los jesuitas, a quien conocí en el Centro Gumilla cuando entró de maestrillo, tuvo a un jesuita vasco de Azpeitia, que también dejará huella, como preceptor, director espiritual o como se llamara. También conocí en ese centro al bergarés Luis Ugalde, luego rector de la Universidad Católica Andrés Bello en la que estudié y di clases, luego, ahora, reconocido y activo antichavista: también él dejará huella.



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Jose Felix Azurmendi

Jose Felix Azurmendi

Durango, 1941. Vivió su niñez entre Durango y Markina, y su adolescencia y juventud en Gernika. En diciembre de 1963, para esquivar a la policía franquista, abandonó el hogar de sus padres y vivió en clandestinidad como militante de ETA. En 1966 se refugió en Venezuela, donde integró el Centro Vasco de Caracas, se casó, creó una familia y se hizo periodista. De vuelta al país, a lo largo de su carrera profesional ha sido director de Egin, subdirector de Deia, director de Radio Euskadi, director del Canal Internacional de ETB, autor de varios libros y sobre todo comentarista de actualidad y tertuliano en diferentes medios.

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