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Amerikanuek

01/02/2022

No sé por qué Manuel Irujo estaba en contra de la labor del cura durangués Santos Rekalde cuando animaba a jóvenes vascos, euskeldunes y de caserío casi todos, a emigrar al Oeste americano. Le parecería a Irujo seguramente que en las promesas de trabajo del capellán de los pastores vascos había bastante de engaño y que aquella tierra prometida era bastante menos prometedora de lo que se vendía. No creo que el navarro supiera mucho del durangués, un abertzale honrado y comprometido con su gente: tal vez le informaron mal. Podía ser este ingenuo, pero tramposo e interesado en ningún caso, según el testimonio de quienes le conocieron, mis padres por ejemplo, que trataron a su madre, una viuda joven que limpiaba la farmacia en la que trabajaba mi padre.

Manuel Irujo hubiera tenido razón si lo que pretendía era alertar contra las penosas condiciones de trabajo de aquellos pastores, abandonados en un entorno del que desconocían todo, la lengua, la geografía, sus derechos y obligaciones, y en muchos casos, en especial entre los reclutados en Bizkaia, hasta el oficio, en la medida en que jamás habían sido pastores y debieron pasar de montar en todo caso en burro a cabalgar caballos y enfrentarse en soledad con un entorno hostil. Los reclutados en las dos Navarras, que componían la otra gran mayoría de los ovejeros, sabrían más de ovejas y rebaños y hasta de caballos, pero no para cabalgar a lomos de ellos, sino para contrabandear con ellos. Seguramente, sabría de los abusos que los reclutadores de jóvenes habían cometido desde finales del XIX, especialmente entre los ciudadanos franceses de Iparralde, pero no podía desconocer la ausencia de expectativas en las que vivían en ese tiempo los jóvenes vascos, sin otro capital que una fuerza de trabajo mal retribuida y un triste clima social.

Me he puesto a pensar en todo esto al recordar a Josemari Beristain, recién fallecido en Las Vegas, familiar lejano por parte de su madre Balbina, prima carnal de la mía, ondarresas las dos, las dos, mujeres que no desmentían los mitos y verdades de las valerosas mujeres de nuestra costa. Recuerdo a Balbina y a sus tres hijos en Markina, viviendo en un piso abuhardillado, preparándose para ir a América, a Elko, donde el cabeza de familia, un no tan joven ya aldeano de Barinaga, llevaba unos años viviendo. Josemari(txu) se hizo americano a todos los efectos combatiendo al Vietcong; estudió, trabajó duro e hizo una fortuna que a otros hijos de pastores se les negó. Ha sido él uno de los que nunca perdió contacto con sus raíces y se esforzó por trasmitirlas a sus hijos. Ha sido él en muchos aspectos un vascoamericano (vizcaíno) emblemático, fallecido bastante antes de lo esperado por su familia y por sus amigos de allí y de aquí.

Me limito hoy a recordarlo con afecto y a tomarlo como pretexto para hablar de una gente y un tiempo, hoy cuando miles de nuestros jóvenes han pasado ya por el Este y el Oeste americano en condiciones y circunstancias muy diferentes; difícilmente podrían imaginar estos las que vivieron sus paisanos unas décadas antes. Conocí de cerca también otro tipo de vascoamericano, el de un primogénito de un caserío de Arrazua que se dejó trasplantar por unos años a aquellas tierras, que ahorró dólar a dólar una pequeñísima fortuna que le permitió cumplir con los compromisos hacia sus hermanos-as, derivados del mayorazgo que le confería la titularidad del caserío. Salió de casa, trabajó noche y día durante unos años, y regresó con dólares, que seguramente cambió en pesetas con Txomindólar, el mismo con el que un hermano de José Antonio Aguirre hacía sus negocios hasta que los atraparon. Luego, otro hermano suyo también hizo las Américas, pero en condiciones y resultados menos dolorosos.

Y hay otros, y otras, por estas tierras que emigraron por esos años, pero en diferente dirección, hacia Australia, a cortar la caña de azúcar en principio, a trabajar duro siempre, y a repoblar la tierra. La emigración a Australia, menos numerosa y más localizada en el tiempo, tiene en común con la del Oeste americano el perfil de los reclutados, gentes del campo que no hacían ascos a un trabajo duro que conocían desde siempre, gentes que no se resignaban a malvivir en un entorno insuficiente para tanta familia y tan pocos recursos. La emigración a cualquier lugar y desde cualquier sitio tiene muchas cosas en común. Tiene muchas tristezas y alegrías en común. Suelen emigrar los más fuertes del grupo, los que no temen enfrentarse a lo desconocido, no los más débiles. Les va mejor a unos que a otros. Regresan unos a casa, hacen otros de la nueva tierra su casa. Los vascos, que somos pocos y no muy bien avenidos, tenemos, al parecer, un mayor porcentaje que otros pueblos a la hora de conservar contacto con las raíces. Por algo será.

Decía Pete Cenarrusa, un ilustre de Bizkaia con sangre vasca y piel americana, que las idiosincrasias de vascos y norteamericanos casan bien por su compartido amor por la libertad. Seguramente se refería a él y a sus más próximos, además de a sus deseos. Pete, a quien conocí en Caracas en pleno franquismo en casa de un patriota del Jagi-Jagi, cuando nada hacía prever que sería un día ilustre de Bizkaia además de ilustrísimo de Idaho, demostró una gran sensatez, además de patriotismo, cuando decía un sábado de mediados del 2010 en Deia que hacía falta en Euskal Herria un alto el fuego, seguido de una mesa de diálogo entre todos los partidos; cuando decía que se debía respetar el derecho de autodeterminación y que ETA era “la reacción a algo anterior”. ¡Qué diría hoy de algunos de los relatos en circulación! A veces, desde lejos se ven mejor las cosas.



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Jose Felix Azurmendi

Jose Felix Azurmendi

Durango, 1941. Vivió su niñez entre Durango y Markina, y su adolescencia y juventud en Gernika. En diciembre de 1963, para esquivar a la policía franquista, abandonó el hogar de sus padres y vivió en clandestinidad como militante de ETA. En 1966 se refugió en Venezuela, donde integró el Centro Vasco de Caracas, se casó, creó una familia y se hizo periodista. De vuelta al país, a lo largo de su carrera profesional ha sido director de Egin, subdirector de Deia, director de Radio Euskadi, director del Canal Internacional de ETB, autor de varios libros y sobre todo comentarista de actualidad y tertuliano en diferentes medios.

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