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1979, 1936, 1932, 1983, 1876, 1841, 1512, 1200, 1332, 1379…

29/07/2015

1979, 1936, 1932, 1983, 1876, 1841, 1512, 1200, 1332, 1379… claves históricas que nos separa a los pueblos vascos de la ansiada unidad nacional. Nos han disgregado por la fuerza y también por la política artera de algunos de los nuestros y la de todos los demás, intentado esas veces y otras tantas, de despojarnos de nuestra identidad para vestirnos con extraños ropajes que nunca nos han satisfecho. Queremos ser lo que somos en el concierto de los pueblos del mundo, sin renunciar un ápice de nuestro ánimo nacional, sin hacer rebaja de nuestra confraternidad vasca.

El tiempo histórico que nos separa del reino vascón forjado tras la Batalla de Orreaga en 778, con sus fechas lacerantes de división territorial, permanece intacto en nuestra reclamación de seguir siendo un pueblo fiel a su lengua ancestral, a sus costumbres peculiares, a su derecho democrático estampado en nuestros Fueros, a su concepto de justicia social. Queremos ser reverentes con el Árbol de Gernika que nos dio amparo legal antes que ninguna otra legislación europea, y fieles al Árbol Malato que nos indicaba que más allá de la frontera no era valedera ninguna conquista.

Nunca hemos estado tan cerca de conseguir nuestro ideal. Los cuatro alcaldes de las capitales vascas pueden entenderse en la lengua milenaria y aunar las manos en una búsqueda de mejoras sociales y políticas, y dos presidentes del País de los Vascos, denominados vascones por Roma, pueden dialogar en la misma con fluidez. Es un hecho glorioso pero que nace de gran sufrimiento anterior, y también del implante de las universidades en nuestro país, una de nuestras reclamaciones seculares, y de las Ikastolas, de esa conciliación entre cultura y economía, de un entendimiento social que desborda las trincheras de políticas cerriles que, apartando a Nabarra de su lugar natural, pretenden crear en ella un reino de taifas.

Hago recuerdo, desde mi rincón de Nabarra, de las personas que nos han traído a este momento histórico sin precedentes: a un Manuel Irujo dedicado enteramente a esta unión de unidades de los pueblos vascones, a su familia desperdigada en el Exilio, pero en él trabajadora infatigable por la causa de Euskadi. No cabe mejor herencia cultural que la Editorial Ekin de Buenos Aires que trajino de la mano de Ixaka López Mendizabal y Andrés Irujo, restaurando la memoria histórica de nuestro pueblo que los franquistas intentaron arrasar con pólvora y fuego; como la labor de Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia de Venezuela, donde un miembro de la familia Irujo, Pello, conformaba el equipo nuclear de aquella información de resistencia vasca. De un alcalde de Lizarra, Fortunato Agirre, asesinado en el límite del cementerio en Tajonar, sin otra acusación que la de ser nacionalista vasco. De un Jorge Oteiza que desde el altozano de Altzuza, con sus ojos encantados, comparaba nuestro pasado y devenir con el trajín de las traineras, ese avanzar retrocediendo, ese remar contra viento y marea, manteniendo el timón con mano firme, la vista fija en el puerto de arribo.

Bien que hemos resistido, cada quien en su baluarte, y aunque no hemos llegado al final del camino, estamos en un cruce importante del mismo. Una se queda haciendo memoria de aquellos hombres y mujeres que se acercaron al Batzoki de Iruña, luego Alkartetxe, hace cuarenta años, cada quien desde su posición pero todos integrando un idealismo fervoroso. Recuerdo aquella multitud que colmaba el salón dispuesta a ensobrar los papeles de las primeras votaciones, cada uno exponiendo recuerdos penosos de represión durante cuarenta años, pero todos aceptando que llegaría el renacimiento esperado de una nueva política de conciliación por las dolorosas separaciones históricas de los pueblos vascos. Observaba las manos encallecidas, algunas deformadas por la artrosis por el frío padecido en su confinamiento, pero recuerdo más los ojos fulgurantes de esperanza por los tiempos venideros. Los mitines de aquel tiempo estaban cuajados de esencia de porvenir, magia de reencuentro, confianza de que en el futuro juntos estaríamos mejor que en el pasado separados.

Me vienen a la memoria muchos nombres, infinitos rostros, palabras que brotaron en el ardor de aquellos concilios, lágrimas por la derrota empapando nuestros ojos, pero sin lograr que la misma encorvara nuestros hombros pues habíamos resistido demasiado, nosotros y nuestros antepasados, para resignarnos a la claudicación. En el abrazo de consolación cabía un respiro, tan solo uno, para seguir empuñando el remo contra el oleaje adverso, ajenos a la violencia, que la había armada e institucional a partes iguales, persistiendo en la idea de que los pueblos que un día forjaron el Reino de Nabarra, el mayor acierto del genio vasco al decir de Manuel Irujo, pudieran volver a encontrarse para labrar un destino similar. Y pudiéramos ejercer nuestras capacidades administrativas y empresariales, nuestros vínculos económicos y culturales, sin ofensa para nadie pero para contento de todos. Una sociedad remando incesante toda ella, para arribar a un puerto, el señalado por todos como nuestro.

Es un día glorioso el que estamos viviendo hoy en Nabarra, en Euskadi, donde se celebra la creación de un Partido en 1895 por un hombre que vio lo que hoy estamos viendo. Aunque nos esperan días de grandes esfuerzos. No podemos dejar sola a la presidenta Barkos ni a su equipo en sus funciones, porque debemos estar todos como un solo hombre, como una sola mujer, en la vigilancia de nuestro afán y quehacer. Depende de ello nuestro porvenir, el que hemos forjado desde la prehistoria de Europa, el que logramos en 778 en Orreaga. Pocos pueblos llevan sobre si semejante carga memorial y pocos pueblos están dispuestos a soportarla. 



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Arantzazu Ametzaga

Arantzazu Ametzaga

Arantzazu Ametzaga Iribarren es bibliotecaria y escritora. Escribe desde Errikotxiki, en el Valle de Egues, en Navarra

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