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Investigó en Greenwich y Nueva York y murió en Bilbao: El largo viaje del astrónomo de Pasaia (El Diario Vascon)

2019/01/24

Un libro recupera 200 años después la epopeya de José Joaquín de Ferrer. Nació en Pasaia, fue preso de los ingleses, investigó en Greenwich y Nueva York y murió como edil de Bilbao. Carlos Rilova relata una biografía tan agitada como olvidada

Lotura: El Diario Vasco

Mitxel Ezquiaga. Murió hace doscientos años pero su azarosa biografía serviría hoy para la mejor serie de ficción. José Joaquín de Ferrer y Cafranga, nacido en 1763 en la entonces Pasajes, fue un eminente astrónomo que investigó en el observatorio de Greenwich o dio clases en Filadelfia ante Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos. Pero también fue prisionero de la Armada británica y hasta político en el Ayuntamiento de Bilbao, ciudad en la que murió en 1818.

El historiador donostiarra Carlos Rilova Jericó ha recuperado la figura de este personaje, hoy en parte olvidada, y la publica en las ediciones del Instituto Doctor Camino de la Fundación Kutxa. Rilova, tan buen divulgador como historiador, dice que «aunque el País Vasco gozó de un gran número de marinos y exploradores, pocos dejaron la una huella del pasaitarra José Joaquín Ferrer, que realmente afecta a dos disciplinas diferentes aunque hermanas: la astronomía y la geografía física. Ferrer representa uno de los esfuerzos más notables y exitosos, aunque a decir verdad desconocidos, que se han producido en nuestro país por cultivar la ciencia en el extranjero».

«Sus restos reposan en el mausoleo familiar de la parroquia de San Juan de Pasai Donibane»

Prisionero de su Majestad

Hijo de un funcionario de la Armada Real, «Ferrer mostró desde niño talento para el cálculo matemático, por lo que pronto pensaron que sería navegante o comerciante, o ambas cosas, porque en aquel siglo XVIII las dos profesiones estaban estrechamente relacionadas».

Con apenas 17 años empieza «una vida quizás extraordinaria para quienes vivimos en una época más tranquila, pero no tanto para las gentes de ese Siglo de las Luces, que es también el siglo de la Guerra de Independencia de Estados Unidos», dice Carlos Rilova. «Es un conflicto al que quedó ligado el destino de un joven José Joaquín de Ferrer y Cafranga, cuando embarcó en un convoy de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas para las factorías comerciales de Venezuela con apenas 17 años».

«A principios del año 1780 le sorprende un ataque de la Armada británica», continúa el autor de la biografía. «Tras un combate desigual pero tenaz, ese joven José Joaquín cae prisionero de la Marina de Su Graciosa Majestad Británica. Y como tal será conducido a las reales prisiones inglesas. En ellas, como muchos otros, estuvo a punto de morir de la voraz fiebre de la prisión, pero consiguió salvarse gracias a las cuidadosas gestiones de su, padre que no quiere ver morir así a su hijo primogénito».

«Ferrer fue clave para el manual del que saldrían después la navegación espacial y los satélites»

La 'mecánica celeste'

Desde ese momento el destino de José Joaquín de Ferrer y Cafranga queda sellado como comerciante, como navegante y también como un astrónomo de prestigio internacional. ¿Por qué? «Como prisionero bajo palabra puede moverse cómodamente por la Inglaterra de la Ilustración, la del doctor Johnson, la del Observatorio de Greenwich... y así aprende tanto el inglés como lo necesario para convertirse en un astrónomo que dio lecciones de Ciencia en Nueva York, donde vivió once años, en Filadelfia y en París ante el creador de la moderna Astronomía, el barón Pierre Simon de Laplace». El papel de Ferrer sirvió, según Rilova, para que Laplace escribiera su 'Mecánica Celeste', «manual de Astronomía sin el que la navegación espacial, los satélites, las misiones espaciales de hoy día... no hubieran sido posibles».

Ferrer se escribió con otras figuras científicas de la época napoleónica, como el barón Humboldt, «e ingresó en sociedades científicas como la Academia de la Historia española, la Sociedad Filosófica de Filadelfia (primera academia de ciencias estadounidense) o el Instituto francés sobre el que reinaba, en 1814, con poder omnímodo, Pierre Simon Laplace».

Su vida acaba cuatro años después, en 1818. José Joaquín de Ferrer y sus hermanos se habían instalado en Bilbao ante la destrucción de San Sebastián en 1813. «Allí, sin descuidar sus labores científicas o comerciales, se dedica también a la política y se encarga hasta su muerte de lo que hoy conocemos como 'Asuntos sociales' en calidad de concejante del Ayuntamiento bilbaíno», prosigue Rilova.

Un infarto en Bilbao

Un infarto agudo acabó con él en mayo de 1818, «cuando apenas había cumplido medio siglo de su bien aprovechada existencia», relata el biógrafo. «Sus restos, tal y como él quería en sus últimas voluntades, fueron trasladados tras los funerales en Bilbao hasta el cementerio de Pasajes. Allí descansó hasta que su hermano Joaquín María, fiel guardián de su memoria, consigue trasladarlos al mausoleo que aún puede verse hoy, los miércoles y los domingos, en la parroquia de San Juan de Pasai Donibane».

Joaquín María, «pese a su rivalidad política con su difunto hermano», consiguió que en 1858 se publicara una corta biografía de José Joaquín, firmada por Antonio Alcalá Galiano. Rilova amplifica y completa aquella vida de película.

El historiador que cuenta el pasado como una película
El donostiarra Carlos Rilova Jericó, doctor en Historia, lleva más de dos décadas investigando el pasado del País Vasco. Corsarios, brujas, militares y clásicos donostiarras como el Duque de Mandas, al que consagró su tesis doctoral, han sido objeto de su trabajo. Rilova es también presidente de los Amigos del Museo de San Telmo.
Los periodistas agradecemos siempre a este investigador su sello divulgativo, que cuenta la historia como una película. Así ha escrito esta biografía de José Joaquín de Ferrer y Cafranga, deudora en parte, como remarca el propio Rilova, del libro que escribió el historiador Antonio Alcalá Galiano poco después de la muerte del astrónomo. «Gracias a ese hilo de la memoria ha sido posible hoy, a los doscientos años de su muerte, escribir una biografía más extensa con ayuda de Kutxa Fundazioa», explica.


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