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Antepasados vascos en Trubia: en 1794, 200 eibarreses marcharon 'obligados' a esta localidad asturiana (en El Diario Vasco)

22/11/2015

La donostiarra Mela Villar, afincada en Eibar, está estudiado la relación de sus antepasados eibarreses con la localidad asturiana de Trubia. Sus ascendientes tuvieron que marchar allí «de forma obligada» para trabajar en las fábricas de armas. Visitó su cementerio y comprobó el alto número de apellidos vascos inscritos en las lápidas mortuorias, muchas de ellas de eibarreses que protagonizaron este éxodo.

Enlace: El Diario Vasco

Alberto Echaluice/Eibar, Gipuzkoa. ¿Por qué marcharon tantos eibarreses a Trubia? La explicación era bien sencilla. En 1794, cerca de 200 armeros eibarreses se vieron forzados a trasladarse a esta localidad, para engrosar las plantillas de los talleres de armamento que trabajaban para la Monarquía española.

La situación de los talleres vascos junto a la frontera fue una constante preocupación para los monarcas españoles, ya que en caso de invasión por el Norte se cortaba el suministro de armas. Tras varios intentos fallidos para trasladarlos a otros lugares, con migración masiva de algunos armeros y sus familias, la invasión de los franceses de 1794 con la toma y quema de Eibar sirvió para trasladar a estos cañonistas, llaveros, cajeros, aparejeros, bayonetistas con sus familias a las fábricas de Trubia y Oviedo. De esta manera, allí se creó una importante industria que fue en años posteriores competencia de la vasca. «Tanto mis familiares como casi todos los que fueron en el siglo XVIII no volvieron. Se instalaron con sus familias, tuvieron hijos, estos hijos se casaron allí con las hijas de otros vascos y así hasta hoy. Apellidos como Zuazua, Azcárate, Eguren, Olavarría, Ojanguren... que hoy en día permanecen enterrados son de los descendientes de las personas que fueron allí».

Mela Villar ha conocido también cómo una antepasado suyo, Gaspar Olavarría, diputado de los bayoneteros, junto con los demás diputados de los distintos gremios (llaveros, cajeros...) solicitaron a la dirección de la fábrica una serie de derechos entre ellos que permitieran la incorporación de un párroco, un médico y una partera que hablara en su lengua, el euskera, ya que sus mujeres ni hablaban, ni comprendían el castellano. Este punto fue aceptado por la dirección de la fábrica, lo que debió de facilitar bastante la vida de aquellas familias.

A finales del siglo XIX, y principios del XX, la situacion de la fábrica pasó por malos momentos, donde se despidió a muchos operarios y entonces comenzó otra época de emigración. «Por ejemplo mi bisabuela se casó en Trubia y se marchó a Manila, donde nació mi abuela, que volvió a Trubia a los cinco años, cuando su madre y sus hermanos fallecieron todos de cólera. Otros emigraron a Cuba, o Argentina... y otros se quedaron en Trubia·.

Villar ha contado con la ayuda de los historiadores Ernesto Burgos, articulista del periódico astuariano 'La Nueva España', y Antonio Villalba, catalán muy interesado en la fábrica de armas del Pedroso, en Sevilla. «Existía un constante flujo de operarios entre Trubia y Pedroso. También allí hay apellidos vascos. Iban y venían, normalmente si había que poner en marcha una fábrica nueva, se llamaba a los maestros especializados para que enseñaran a los nuevos operarios».

Otra de las cosas más importantes de Trubia, que ha conocido Mela Villar, fue la creación de la escuela de aprendices en 1850, precursora de la Escuela de Armería de Eibar.

El paraje elegido para las fábricas de armas de Trubia hizo que primeramente con sus hornos -el primero en 1797- y edificios, y más tarde con su centro fabril, fuera obligado el levantamiento de viviendas para militares y obreros, todo ello en torno a los talleres, según propugnaba el modelo de la época de implantación de industrias con comunidades autosuficientes. «Las circunstancias bélicas de la guerra de la Independencia, con la dispersión de los trabajadores útiles, condicionaron su producción, entrando en una vida lánguida con hornos y talleres destruidos y casi cerrada, por lo que hasta 1844 quedó convertida en una mera sucursal de la Fábrica de Oviedo», según el historiador asturiano Tuero Bertrand.

Dos periodos

En la historia de la Fábrica de Trubia se consideran dos periodos. Una primera época de municiones de hierro con altos hornos al carbón vegetal y aire en frío; y una segunda con fundición de cañones, molderías y aceros, épocas que de esplendor, con la llegada a la dirección en 1844 de Francisco Antonio de Elorza y Aguirre, notable militar liberal, quien durante una veintena de años desarrolló una intensa labor.

Trubia se benefició de este empuje: comenzó a crecer hacia el otro lado del Nalón y surgieron los primeros bloques de viviendas obreras y la primera guerra mundial (1914-1918) le dio un nuevo impulso, con la consiguiente puesta en marcha de nuevos talleres, edificios administrativos, ubicándose en el barrio del Soto las viviendas de la jefatura, el casino y la iglesia y un pequeño parque.

Fue la mejor época de Trubia. En los años cincuenta, ésta se sumerge en una tozuda decadencia, que aún hoy continúa. Desde entonces, la Fábrica de Armas de Trubia conoció ampliaciones y reformas; pese a ello, es interesante como arquitectura de los albores del siglo XX. La relación con los armeros hizo después que algunas calles de la localidad estuviesen dedicadas a nombres vascos.

Notable esplendor

No obstante, el pueblo ganó en esplendor, en el siglo XIX, al contar con teatro, casino, escuela de idiomas, coral y banda de música. Durante la guerra civil del 36, los ejes de la batalla se centraron en hacerse con los parques de Artillería de Madrid, Barcelona y Valencia, Trubia, Reinosa, Eibar y Plasencia, buena prueba de su carácter estratégico. Ahora las empresas armamentísticas pasan más dificultades. En Trubia surgió la Empresa Nacional Santa Bárbara que ha dado paso a General Dynamics European Land Systems, con algunos conflictos laborales, en este momento. 



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